martes, 17 de enero de 2006

Del nepotismo al sectarismo

Me ha despertado de mi habitual desgana la exhibición en el tablón de anuncios sindicales de mi centro de trabajo (en Galicia) de un escrito en el cual la Confederación Intersindical Galega (CIG) recuerda la promesa que Anxo Quintana (vicepresidente de la Xunta y cabeza del Bloque Nacionalista Galego, con el cual la CIG mantiene lazos fraternos) hizo de desmantelar «a cultura política que deixou o PP», y se contrasta con la permanencia de algunos funcionarios de la Xunta que, habiendo sido nombrados durante los gobiernos anteriores, permanecen en su puesto o en otros puestos de parecidas características. Estos funcionarios son identificados con nombres y apellidos y se describe sucintamente su currículum más reciente. Finalmente, se propone su destitución.
Como cualquier descripción que yo haga sobre este escrito puede despertar recelos, citaré literalmente a modo de ejemplo y de modelo la designación de uno de los funcionarios señalados, así como otros párrafos de interés. Eludiré, eso sí, nombres y nombramientos que permitan identificar a los ya señalados por el sindicato. También ahorraré la traducción, que no creo necesaria.
«Así é como Quintana vai desmantelar o sistema do PP?
»A Consellería da Vicepresidencia (sic) da Igualdade e do Benestar, manten (sic) en postos de libre designación a maioria (sic) dos nomeados a dedo polo PP.
[…]
»SECRETARIA XERAL E DE RELACIÓNS INSTITUCIONAIS
»[Fulano del Mengano Perentánez], nomeado por Antonio Losada como [Blablablá], foi o [nonseiqué] con Xaime Pita e foi tamén [nonseicantos] con Elisa Madarro como Delegada Provincial.
»Continúan nos seus postos a maioría dos xefes de servizo».
De otras dos personas se afirma que «estes dous altos cargos continúan nos mesmos postos a pesar de estar nunha dirección xeral dirixida por Ruben (sic) Cela». Como colofón se añade un sello que reza: «ALTOS CARGOS QUE O FORON TAMÉN CO PP – NON GRAZAS».
No me esperaba este tipo de reacciones después del cambio del gobierno. Lo que supone este escrito, señalar a determinados funcionarios para que sean destituidos sin falta, también es la arrogancia por parte del sindicato de una función de vigilancia que, a mi juicio, va más allá de la defensa de los derechos de los trabajadores. Se puede comprobar que en todo el escrito nunca se intenta demostrar incompetencia o venalidad de dichas personas en su carrera —y, de hecho, por lo que sé de alguna de ellas, no creo que tengan mucho que encontrar en ese sentido—, que es al fin y al cabo lo único que podría justificar semejante presión pública. La única falta es, al parecer, haber sido nombrados por el partido enemigo; ni siquiera se plantea la duda de que ese partido enemigo se haya "equivocado" nombrando por descuido a alguna persona de fiar que bien puede seguir ejerciendo funciones de responsabilidad. No se repara en que estos funcionarios bien pueden ser políticamente independientes. No se repara, en fin, en nada salvo en la afiliación de sus antiguos superiores.
Una conclusión de emergencia es la de la profunda ingenuidad de estos sindicalistas, que cándidamente se hacen la ilusión de que el cambio de gobierno les va a permitir mangonear cuanto quieran. ¡Qué concepto del poder político, qué cultura democrática…! ¿Será cierto que es lo que han aprendido durante tantos años de fraguismo?
Una amiga con la que he comentado esto me dice, con una nota de conformismo melancólico: «todos hacen lo mismo, todos hacen limpieza cuando les llega el turno». No puede evitar responderle que, si bien estamos acostumbrados a esta práctica, es la primera ocasión en que he podido observar que además se reconozca abiertamente como uno de los ejes de la acción política hacer responder a los funcionarios por los puestos que aceptaron desempeñar en el pasado, ya fuera por mera ambición personal (que en principio nada tiene de malo), ya fuera simplemente por seguir haciendo un trabajo respetable en un nivel superior y con más capacidad de influencia. Establecer este criterio para una purga en la administración pública gallega supone el paso de hacer pasar por bueno lo que antes ni se osaba confesar, lo que se omitía hipócritamente. Y es que la hipocresía, como decía La Rochefoucauld (máxima que Sánchez Ferlosio glosa como siempre, tan bien...) es "un homenaje que el vicio rinde a la virtud". Quien calla lo que hace y mantiene las apariencias (por ejemplo disimulando su propia limpieza política) sabe que su acto es o puede ser reconocido como doloso; sabe qué es lo correcto y por eso mismo, por mantener las apariencias, puede llegar incluso a realizarlo, pasando de la ortodoxia a la ortopraxis por vía del qué dirán. En la CIG han superado este nivel de evolución moral para ni siquiera reconocer la arbitrariedad y la injusticia de lo que proponen: para ellos lo correcto es tener a su gente, ¿acaso no es lo normal? Se trata de estatuir las reglas del sectarismo, mucho más convencido de su virtud que el solapado pero no por ello inadvertido nepotismo de antaño. Parafraseando a Huxley, usted paga los impuestos: escoja pues la manera en que se desperdician.

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