Cuando la ambición de dominio nos haya hecho progresar tanto como para darnos la oportunidad de erradicar de una vez por todas la conciencia de humanidad (o a la humanidad misma, tanto da), cuando nos encontremos, después de tanto denuedo y sudor, en el mismísimo trance de lograrlo, de avanzar el definitivo paso, sólo impedirá conseguirlo la misma humilde vibración que, nacida en el vientre y amplificándose poco a poco hasta inundar el pecho, impidió al soldado de la reina ejecutar a Blancanieves: la misericordia.
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