La entrevista a Jesús Mosterín en El País Semanal de hoy merece ser leída con atención (y aplaudida). Habla con lucidez acerca de las características de lo humano a la luz, sobre todo, de la teoría de la evolución biológica, y de sus implicaciones éticas y sociales. Por ejemplo, establece de manera tajante el corte entre la ética —de naturaleza individual— y la política —social—: para que no haya confusiones tan tontas como frecuentes [me remito a mis posts sobre las dichosas caricaturas de Mahoma].
Me interesa una alusión un tanto marginal al problema del aborto. Mosterín culpa a la influencia del catolicismo de la penalización del aborto en todos los paises de Iberoamérica. Sobreentiendo que el eminente filósofo, quién sabe por qué razones, aboga por la despenalización de la práctica, como viene haciendo tradicionalmente la izquierda.
La postura de la Iglesia, explicada mediante el dogma, merece en consecuencia acatamiento o indiferencia; es falso que el dilema sea entre acatamiento o rechazo, porque éste último supone un reconocimiento del dogma que se pretende atacar. Me interesa más la postura de la izquierda porque yo me considero de izquierdas y porque una ideología no debe apelar a la fe, sino a la racionalidad. Y en general he visto cómo la izquierda ha justificado el derecho a la interrupción del embarazo por causas más escoradas hacia lo social que hacia lo personal: estadísticas acerca de embarazos no deseados, en adolescentes, de abortos clandestinos y sin garantías sanitarias cometidos en circunstancias de prohibición, etcétera. Es fácil convencerse de que detrás de esas estadísticas hay casi siempre verdaderos dramas personales y familiares que se superan eficazmente con la ayuda de la interrupción del embarazo. Sin embargo, detrás de ese consentimiento —y facilitación— yo me pregunto: ¿es que nadie se da cuenta de que el aborto es, sobre todo, un problema ético?
Sí, es cierto que ético quiere decir personal. Pero el Estado imparte justicia en los casos de asesinato por razones que bien pueden ser consideradas como éticas. ¿Acaso un sistema de valores —aunque estén destinados a regular la convivencia en comunidad— no es, ante todo, moral?
Cuando un antiabortista me dice que un feto, o un embrión, o un cigoto, constituye una vida humana individualizada desde el mismo momento de la concepción, yo no encuentro razones para convencerle de lo contrario. Y si aceptamos (o al menos no negamos) el inicio de la vida humana en el momento de la concepción, ¿no deberíamos extender a ese minúsculo ser los derechos reconocidos para los hombres y mujeres hechos y derechos? Esta pregunta es bien lógica, creo yo.
A menudo se despacha a los movimientos antiabortistas como cosa de curillas retrógrados. Es injusto, y no ataca a fondo el problema. Se discute el ámbito de aplicación de los derechos humanos, derechos que en los países civilizados acaban teniendo expresión jurídica… salvo si eres un embrión.
Sí, es cierto que si yo no quiero abortar nadie me va a obligar a hacerlo, pero desde el punto de vista contrario al aborto, es como decirme que se debe despenalizar el asesinato, sin que nadie se sienta obligado por ello a asesinar al congénere que le apetezca.
Sí, es cierto que hay situaciones sociales y personales que no garantizan un ambiente adecuado para un pobre e inerme recién nacido, pero, ¿no sería esa también razón suficiente para llevarse por delante niños ya nacidos y que malviven en un entorno familiar deplorable?
Quiero decir que el del aborto es un problema aún muy lejos de alcanzar una solución convincente. Sería inhumano condenar a las mujeres que pasan por el espantoso trance de interrumpir su embarazo, pero la despenalización no es una solución satisfactoria. A Julián Marías le escandalizaba, aparte del aborto en sí, la aprobación social que había encontrado en nuestra cultura; es ése el primer ámbito en el que cabe plantear el asunto.
A pesar de reconocer la distinción que nos recuerda Mosterín, en una cosa doy la razón a las feministas: lo personal es político, y jurídico.
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