lunes, 4 de junio de 2007

Los ojos y los ojos


Lo siento mucho, pero me toca regodearme en asuntos personales. Concretamente, en las impresiones que produzco en los demás.

Hace muy poco me he sorprendido viviendo una familiaridad algo perturbadora entre dos situaciones muy distintas, en compañía de dos personas muy distintas. La primera es un diálogo que tuve hace… a ver, que lo tengo que pensar… hace unos tres meses. Para describir de un brochazo la escena, sirva mencionar que es la última conversación digna de tal nombre que he mantenido con la interlocutora en cuestión; más o menos concentrados y sobre todo expectantes (diríase que echábamos los dados para decidir el destino), hacíamos una revisión casi amable de una relación particularmente intensa que había durado bastantes meses. Luego he comprendido que estábamos componiendo, sin saberlo, algo parecido a una elegía. No recuerdo con claridad a qué se debía el comentario, pero me dijo algo así: “al principio pareces una persona muy seria, tienes la mirada seria…”, para corregirse de inmediato porque había encontrado el adjetivo preciso: “… no, triste”. Un pudor que no sabría explicar sólo me permitió sonreír como respuesta a tal apreciación.

Vamos con la segunda, hace unas dos o tres semanas. Un ambiente más distendido con una persona que apenas me conoce aún. Siempre son situaciones que invitan a agradables divagaciones en las que los temas graves se toman a la ligera y las trivialidades se tratan con solemnidad; a oscuras, mirando hacia un techo sólo intuido, los únicos lazos sensoriales con tu compañía son su voz venida de la nada, algún rumor, un roce accidental. Escucho la frase brotar súbita, muy espontánea: “¡tienes los ojos tristes!”.

Esto es todo.

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