Una vez
que el intelectual Monedero dejó insinuado con su acostumbrada finura que
Albert Rivera esnifa cocaína, nuestra atención debería dirigirse hacia otros
lados. Concretamente, hacia el centro y hacia los márgenes.
Pablo Iglesias,
interpelado por el asunto, se mostró como un meritorio discípulo de Lakoff: «No
creo que Rivera tenga ningún problema con las drogas ni pienso que haya tenido
ningún problema con la cocaína jamás». Maite Rico, en El País, llama a esto «tender una mano a su rival» y nos demuestra
a todos que se puede escribir en periódicos a pesar de padecer de una
insensibilidad marmórea hacia el lenguaje. Ignora la comentarista que la
declaración de Iglesias está calculada para fijar de una vez por todas en un mismo
enunciado la asociación entre el candidato Rivera, la droga y la cocaína. También
ignora que el malicioso uso de la expresión «no tener un problema con las
drogas» guarda un doble sentido que sin duda celebrarán sus partidarios.
No lo
tendremos en cuenta. El País ya nos enseñó
que, cuando se trata de Podemos, decir «no me gusta» equivale a una condena sin matices.
Consultar
los comentarios al vídeo de Monedero produce, sin el menor agrado, una
cierta ambivalencia. En ellos se enredan los que juzgan indigno al intelectual
gramsciano con quienes reclaman un análisis de orina, sangre y cabello a Rivera
como requisito indispensable para sostener su querella. Estos últimos explican
que el error de Monedero no reside en el perjuicio a la buena imagen de la que
tanto depende todo candidato político, sino en todo caso en su falta de
veracidad: una manera como otra cualquiera de encerrar otra vez a Oscar Wilde
en la cárcel de Reading.
Mucho se protesta
de la bajeza de nuestros políticos. Uno, cada vez que puede, insiste en preocuparse
más por la calidad de los electores ~
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