Ayer volví a ver con mucho gusto Un hombre para la eternidad. Esta vez reparé particularmente en esta escena:
Tomás Moro, Canciller de Inglaterra, está acompañado por su mujer Alice, su hija Margaret y el prometido de ésta, el apasionado librepensador William Roper. Acaba de rechazar las solicitudes de un puesto por parte de Richard Rich, al que sabe débil y mendaz. Rich acaba de marchar, dejando convencidos a todos de que se prestará inmediatamente a las maquinaciones de los enemigos de Moro.
Margaret: ¡Padre, es un mal hombre!
Moro: Contra eso no hay ley.
Roper: Sí que la hay: ¡la ley de Dios!
Moro: Que lo arreste Dios entonces.
Alice: ¡Mientras habláis se ha marchado!
Moro: Aunque fuera el Diablo, que se vaya hasta que infrinja la ley.
Roper: ¡Así que le concedes al Diablo la protección de la ley!
Moro: Sí. ¿Tú qué harías? ¿Abrirte paso a través de la ley para perseguir al Diablo?
Roper: Sí. Podría cortar cada una de las leyes de Inglaterra con tal fin.
Moro: Y cuando hasta la última ley fuera talada y el Diablo fuera a por ti… ¿dónde te cobijarías con todas las leyes abatidas, Roper? Este país está plantado de leyes de costa a costa… Leyes del hombre, no de Dios, y si las echaras abajo, y tú eres capaz de hacerlo, ¿crees de veras que podrías tenerte de pie contra los vientos que entonces soplarían? Sí, aun al Diablo le otorgaría la protección de la ley, por mi propia seguridad.
Tal vez no sea la argumentación mejor articulada, pero sí la más elocuente en favor del garantismo jurídico. Nos la entregó, avant la lettre, Robert Bolt. ≈
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