Del Diario de un golfo, de Höder Sínpagaard, d’après Rafael de Rojas
(La acción es un arma cargada de futuro, cargada por el diablo) A uno le gustaría que, a su voluntad, sus actos no fueran más que actos y que las palabras no significasen más que lo indicado por el diccionario. Que un mimo fuera sólo un mimo, un beso sólo un beso, un coito sólo un coito, y carecieran de toda promesa o connotación.
(Un animal muy social) Sabemos, entiendo que gracias a la experiencia, que la ley de la inercia es el principio fundamental de la vida en sociedad, y presumimos en un ser cercano que va a seguir haciendo lo mismo que le vemos hacer ahora. Da lo mismo que sea para bien o para mal: esta proyección hacia el futuro es economía intelectual, pero también una condena a soportar las expectativas del otro. Y recuerda: la expectativa se mide con el deseo y lleva de la mano a la evaluación, y ésta, como demuestra cualquier filosofía del quietismo, a la percepción de la insuficiencia y al sufrimiento.
(Yo no soy malo, es que me han enseñado así) Si es inevitable usar, en un sentido más o menos evidente, al otro como instrumento, si es inevitable en fin provocar dolor, ¿habrá en alguno de esos usos una mayor razón moral? ¿Soy mejor porque no quiero hacer sufrir a los demás, aunque no sepa cómo conseguirlo? ¿O es otra argucia de mi íntimo hedonismo para creerme mejor de lo que soy?
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