jueves, 29 de marzo de 2007

Ruedan cabezas


[La reina Gorgo no se esperaba ser así de bella]

Así es, literalmente. En 300 la representación más cabal de la muerte, la que no deja ninguna duda de que el deceso se ha producido, es la visión de la cabeza segada, cayendo a cámara lenta para que podamos recrearnos en los detalles anatómicos de la víctima: mira, mira, ahí está la médula y ese hueco es la traquea.

Por lo demás, es una película que ha procurado con tanto ahinco convertir en virtud su origen tebeístico que en muchas de las escenas, sobre todo las que se recrean en imágenes de los hombres en formación, más nos parece asistir a una sucesión de tableaux vivants que a un drama bélico. Al ver el forzado estatismo de muchos de los planos he recordado las representaciones del mundo antiguo en el cine mudo: Intolerancia, el primer Ben Hur, alguna de las películas de De Mille...

A la película, eso sí, no le podemos negar coherencia ideológica. El guerrero convencido de su lugar en el mundo adoptará la lógica del sacrificio de sangre, del honor de la batalla y del culto a la posteridad que en 300 se expone ardorosamente. Sólo en un filme bélico y polémicamente belicista, Starship Troopers, he disfrutado de una sana distancia irónica respecto de las hazañas exhibidas en pantalla.

Ah, sí, la oficialidad iraní ha puesto el grito en el cielo contemplando en clave contemporánea una película ambientada, por ofrecer un dato, unos diez siglos antes del advenimiento de Mahoma. No está mal como ejemplo de paranoia propagandística. Y me viene a la memoria una curiosa afirmación de Borges, en la que explica que nuestro repudio de las guerras siempre se refiere a las que se han de librar en el futuro y que, por ejemplo, él se alegra de que los griegos hayan derrotado a los persas. Donde se adivina, más que nada, un regusto por la herencia recibida y una afectada ignorancia del relativismo cultural. Cosas de Borges.

Al hastío con que se llega a contemplar alguna de las escenas contribuye no poco el apreciar las posibilidades de la informática aplicada a una artesanía tan espectral como la cinematográfica, y sobre todo las limitaciones. Lo siento, pero muchos de los escenarios no engañan; una pátina de irrealidad, de inverosimilitud mejor dicho, perturba la apreciación de unas escenas probablemente más aptas para ser vistas en una pantalla de televisión que en el cine.

El verdadero espectáculo es anatómico. ¡Qué cuerpos! ¡Qué machos! ¡Y qué hembras! A ver quién se apunta conmigo al club de fans de Lena Headey.

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