martes, 1 de marzo de 2016

La tumba de la inteligencia

Elena Mengual ha publicado un buen artículo en El Mundo acerca de los linchamientos digitales que se dan en las redes contra los señalados, a cuenta de debilidades patentes o supuestas, por el capricho de la masa. Una característica notable de estos procesos es que, mientras la identidad de las víctimas siempre está disponible, sus agresores suelen ser anónimos, lo que ayuda a catalizar el ataque y a desencadenar una conducta de masas.
No es sólo cuestión de anonimato. En las redes sociales, y especialmente en Twitter, se tiende a emitir mensajes espontáneos y poco meditados, así como a premiar las expresiones breves y presuntamente divertidas; el resultado puede ser la polarización, la falta de matices y un efecto acumulativo y concentrado que puede ser devastador para el objeto de la atención de la manada. Tal vez quien responde con una gracia de ciento cuarenta caracteres a una metedura de pata o a una expresión risible crea que no causa un daño palpable; ¿podría asegurar lo mismo cuando su mensaje es uno más entre doscientos de parecido tenor?
Twitter no fue creado para ofender a nadie. Según nos cuentan, se hizo como medio para comunicarse con amigos y seguidores con mensajes personales, superficiales e inmediatos: su naturaleza era la intrascendencia. Pero los instrumentos acaban sirviendo para fines imprevistos, no siempre los más adecuados. Si bien puede ser útil que los usuarios twitteen enlaces a noticias interesantes, no parece que podamos esperar gran cosa de, digamos, opiniones políticas que quepan en un formato tan ceñido. Con frecuencia, usos como éstos resultan en las pataletas y las agresiones verbales a las que nos estamos acostumbrando.
No siempre las víctimas de los desaprensivos «se lo buscan»: a Guillermo Zapata le pareció divertido divulgar chistes en los que vejaba de un solo golpe a Irene Villa y a las víctimas de los asesinatos de Alcàsser. Como es natural, le sacaron los colores en el momento menos conveniente, cuando iba a convertirse en el concejal Zapata. Curiosamente, su partido considera que un sujeto así puede ocupar un cargo público. Y el juez Santiago Pedraz, después de que la interesada afirmara no sentirse agraviada por esos chistes, dictaminó que no cabía penar ofensa alguna.
A este respecto, Irene Villa dice lo siguiente:
«Creo que cuando tienes asumido y aceptado en lo más profundo de tu interior tu situación y tu cuerpo, no hay nada que pueda hacerte sufrir o sentirte vulnerable, y mucho menos un chiste, y mucho menos por esta gente que tiene tiempo para reírse de los demás o exaltar la violencia o mofarse del dolor del otro. (…) No hace daño el que quiere, sino el que puede. Y ellos no solamente no pueden, sino que se retratan en sus propios mensajes»
Palabras que completan su declaración judicial y ponen en razón las cosas. Bien lo podría haber dicho así: «a mí no me ofenden esos tweets, lo cual no me impide juzgarlos como una canallada». La ofensa a las víctimas no reside en que éstas se sientan peor por un chiste, sino en que se use su particular desgracia para rebajarlas a meros objetos humorísticos. Pero el ambiente era el que era, y el prudente juez no quiso preguntar a los deudos de las asesinadas de Alcàsser, no fueran a resultar más inoportunos que la flemática Villa...
Uno es escéptico respecto a Twitter. Como medio de comunicación, es perfecto para aburrir a los seguidores con selfies insustanciales y fotos de las tapas que se van a ingerir. Fuera de esto, cuando se pretende usar como canal para expresiones más trascendentes, degenera rápidamente en lo que Cayetana Álvarez de Toledo llamó memorablemente «un vertedero, la tumba de la inteligencia». Lo cual, dicho sea de paso, es un tweet paradigmático. ≈

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