Hoy quería ver un episodio de Los Simpson en su emisión en abierto en Antena 3. La guía prometía que empezaría a las dos de la tarde, pero ya eran las dos y diez y aún no había terminado Ahora caigo. Y no es que éste me parezca un mal programa, sólo que cuando se acaba sigues igual de ignorante y estás más aburrido que antes.
Después hubo unos minutos de anuncios, con una curiosa insistencia en la promoción de sus propias emisiones.
Por fin empezó el capítulo. Tras los créditos, una escena de unos dos minutos… Y se acabó. Una interrupción de siete minutos para ver anuncios. En ese momento decidí que, por mucho que me aseguraran que se iban a emitir dos capítulos seguidos y sin pausas, ya se me habían quitado las ganas de ver Los Simpson.
Not with a bang, but a whimper. La televisión en abierto acaba así, maltratando a los pocos espectadores que no pueden adaptarse a Internet, ancianos condenados a recibir retales de series entre tandas de anuncios de bollería industrial y de antologías de la copla. Son los programadores los que cobran por hacer así su trabajo. Allá ellos. ≈
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