lunes, 30 de julio de 2007

Cultura para todos


El otro día me enfrenté a un nuevo venero de vicisitud. Estaba zapeando cuando me encontré con un programa de actualidad cuyo plato fuerte consistía en el flete de un globo aerostático con Paloma Gómez Borrero de pasajera. Un joven reportero requería las impresiones de la veterana periodista, antes de su aventura. He aquí el diálogo:

- Siempre he soñado con subir a un globo, como en La vuelta al mundo en ochenta días.

- Ah, sí -contextualizaba el entrevistador-, como Willy Fogg...

jueves, 12 de julio de 2007

Soy rebelde porque la COPE me hizo así

Hace ya un tiempo publiqué un post un tanto irresponsable acerca de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, propuesta por el Gobierno para formar en unos mínimos valores cívicos a nuestros indolentes, consumistas, prácticos nihilistas adolescentes. Digo medio en broma que fue irresponsable porque, a pesar de que aún no se sabía nada del contenido de la asignatura, me atreví a opinar acerca de su calado en unos alumnos que la encontrarían como una imposición más de los planes de estudio. Fundándome en su carácter de asignatura regular y en su obligatoriedad —no en sus contenidos, que para el caso no me parecían de relevancia—, pronostiqué que se tratará de un intento fallido y que los adolescentes, lejos de comenzar a parecernos más maduros, seguirán dándonos disgustos con su tendencia a la alienación y su en ocasiones agresivo desprecio por los conciudadanos.

Sigo opinando en torno al asunto y con una irresponsabilidad mayor por cuanto ahora, cuando sí se ha desarrollado el contenido y está más o menos accesible, permanezco en una perfecta y no disculpable ignorancia respecto al mismo. Pero bueno, tampoco voy a entrar en ese tema, sino en el rechazo que ha recibido la asignatura por parte de la iglesia católica y de los sectores vinculados a ella. He llegado a oír, en palabras de insignes representantes de la Conferencia Episcopal, que se trata de colaborar o no “con el mal”, ni más ni menos; un lenguaje digno de épocas bastante menos tolerantes.

El caso es que se está promoviendo la objeción de conciencia de los alumnos (más bien de los padres) a la asignatura, con un éxito suficiente como para constituir un verdadero problema durante el próximo curso. El Ministerio de Educación sostiene que recibir la asignatura no depende de la potestad de los padres de los alumnos y que la ley ha de ser cumplida, tanto para el caso de las matemáticas como para el de la educación cívica. Y este es el punto que quiero destacar: la libertad en las sociedades más desarrolladas entendida como la no aceptación de las imposiciones del Estado. Acaso el asunto quede un poco oculto porque quienes quieren escapar a la coacción del Estado no son hordas de militantes antiglobalización, ni siquiera simpáticos progres: son los representantes más conspicuos del conservadurismo español, convenientemente adoctrinados por la Iglesia más oficial (la que no comulga con pan comprado en el súper del barrio, vamos) y patrocinados eficazmente por la cadena cope. Si describimos el caso como una rebelión mientras echamos un vistazo a los rebeldes y a los impositores, nos quedaremos estupefactos de cuánto han cambiado las cosas en el plazo de escasos decenios.

Sería una suerte que en los textos de la asignatura se incluyera una precisa delimitación de la capacidad de oposición y de objeción del ciudadano frente al Estado; y sería una suerte porque es un asunto de la mayor trascendencia, pero para el cual no disponemos de una solución que no sea la de la facticidad pura y dura, la del resultado del enfrentamiento entre la administración y el administrado. Podríamos caer en la tentación de atajar mediante el método de dirimir en cada caso particular qué es lo justo o lo injusto, y hasta qué punto es admisible la obligatoriedad de seguir lo que el poder ejecutivo y legislativo nos indique; sin embargo nada ganaríamos con ello, porque nuestro propósito no es el de reñir por cada motivo menor de conflicto, sino el de encontrar un criterio sólido y a ser posible sencillo para dirimir estos debates. De lo contrario tenderíamos a ir por la senda de los países leguleyos, donde la excepción es la norma y la seguridad jurídica se diluye en montones de leyes y reglamentos de aplicabilidad cada vez más limitada y en cuyos huecos anida (¡tachán!) el huevo de la serpiente de la corrupción.

Lo cual no quiere decir que el contenido de los conflictos sea ajeno al problema; al contrario: los pensadores políticos han reflexionado en torno a casos tan extremos como el tiranicidio con la conclusión mayoritaria de que la búsqueda del bien común en determinadas circunstancias puede justificar, o bien exculpar, a quienes atenten. O pensemos en los impuestos; si nuestra convicción es de que suponen una carga superior a lo aceptable o de que su uso no es el debido, ¿es legítimo que dejemos de pagarlos? ¿Es más lícito defraudar a la Hacienda Pública que evitar la Declaración emigrando a Suiza? Al contrario que en el caso anterior, parece que lo aconsejable es pagar, aunque sea a regañadientes; ahora bien, si hablamos de defraudar o emigrar…

Demasiados rodeos para recordar que lo legal no es lo mismo que lo justo, y que en una sociedad que supuestamente se asienta en principios tales como la libertad de expresión de los ciudadanos sería una ingenuidad esperar que los ciudadanos no intentasen ajustar o justificar sus actos según unas pautas ideológicas que nadie puede, en principio, acallar.

Y, dada la hora que es y el sueño que tengo, dejo este texto a medias con la intención de continuarlo en otro post que, sin duda, ya están esperando ansiosamente.

miércoles, 11 de julio de 2007

En torno a un pequeño problema


Es curioso cómo, a juicio de otras personas, los mismos rasgos, las mismas tendencias del comportamiento, de ser virtudes pasan a constituir vicios, o viceversa. Por ejemplo, el silencio del niño cuya timidez es divertida se convierte en una aviesa ocultación como arma para camelarse a los demás, cuando probablemente las causas de ese silencio sean las mismas o muy parecidas en ambas ocasiones.

Pensaba que esto era sólo una aporía ética, pero probablemente lo es también psicológica, e incluso ontológica. Huy, madre…

martes, 10 de julio de 2007

Hagan sus apuestas

La noticia, tremenda, se ha extendido a toda velocidad. Un periodista del portugués Diário de Notícias, tras una rigurosa investigación conectado a Internet durante sus horas de trabajo, ha detectado y denunciado la prestación de servicios eróticos a cargo de menores a cambio de retribuciones tan insignificantes como recargas para el teléfono móvil.

¿Se trata de una red? ¿De una actividad que empieza a popularizarse entre las púberes portuguesas? Por de pronto, me pasma que una jovencita de 14 años y beneficiaria de una conexión de banda ancha pueda realizar un striptease o masturbarse ante su webcam a cambio de 10 euros para llamadas y mensajes de móvil. También me admira que la información, que han repetido en España —sin mucho juicio— al menos El País y La Voz de Galicia, venga tan desnuda de datos concretos, de pruebas, de circunstancias que vayan más allá de los detalles escabrosos.

Piensen ustedes lo que quieran, pero en mi opinión se ha abierto la temporada de los periodistas ambiciosos: Internet es, a la vez, el chivo expiatorio y la fuente proveedora de toda sabiduría y de todo escándalo sabroso cuando el verano llega y los personajes importantes callan. Respiren tranquilos y pasen unas felices vacaciones; ya verán lo que queda de todo esto en octubre.

jueves, 5 de julio de 2007

Desde el Castillo de If


Cuando Edmundo Dantés ha de padecer injusto cautiverio en la soledad más terrible del calabozo más ruin de la fortaleza más tétrica de la isla más olvidada del Mediterráneo, sólo encuentra dos resquicios en su negra fortuna para seguir adelante. La más importante, el bendito azar de la amistad con el portentoso Abate Faría, un verdadero Edison de las mazmorras, un Robinson Crusoe de la ergástula que ha alcanzado un curioso compromiso entre la estrechez de su condena y lo ilimitado de su ingenio. La segunda, complementar esta relación con una fuga apurada y el descubrimiento y apropiación de un tesoro digno de las fábulas orientales, el de la isla de Montecristo. Lo demás es sabido: la ejecución de una venganza minuciosa armado con las gracias que el protagonista, según parece, halla en la isla del tesoro además de unas riquezas inmensas: una inteligencia sobrenatural y una práctica ubicuidad. Quién pudiera, ¿verdad?

Es seguro que el desdichado Dantés, mientras pena en su primer y completo aislamiento, cuando nada le ofrecía el horizonte que no fueran las regulares raciones de bazofia en una triste escudilla, comienza a comprender que todos sus afanes, las promesas del trabajo productivo y del sacrificio recompensado por el amor perfecto, de la felicidad que uno se gana a golpes de esfuerzo, eran como vanidades, como los esfuerzos de un ser moribundo ya desde el nacimiento: su vida, vale decir la Vida, no tiene ningún sentido. Ni siquiera nos consta que antes fuera, además de bueno y trabajador, un joven muy piadoso.

Luego goza del favor de la fortuna y dedica el resto de la novela a cobrarse venganza de quienes le habían arrebatado su vida anterior de probo marinero y procurado la lección dolorosa del nihilismo, que le queda perfectamente grabada: aborrece (al menos hasta el desenlace) de su propia identidad y se procura tantas personalidades como le vienen en gana, incluida alguna decididamente hortera y a la moda de la época, como la de Simbad el Marino. Demuestra que su imaginación vuela mucho más alto que la de los demás, hasta el punto de que casi todo lo humano se le hace ajeno; basta leer cómo disfruta de la mazzolata veneciana (ya saben, el procedimiento de ejecución en el cual al reo: a- se le propinaba un buen mazazo en la cabeza, b- se le practicaba un tajo en la garganta y c- se le pataleaba el pecho para que el público gozase con las violentas emisiones de sangre), cómo se convierte en un verdadero demiurgo de las vidas y las conciencias ajenas... El Conde comprende.

Si, antes de conocer al bueno de Faría, alguna simpática y bien intencionada, aunque poco precavida alma caritativa hubiera podido infiltrarse sutilmente en el calabozo de Edmundo Dantés para encontrar una explicación a su desdicha, para que pudiera convertir su sufrimiento en un medio para concertar un discurso y un sentido a su existencia (pongamos: “aunque todos te consideren un traidor, aunque no tengas ya fortuna, ni familia, ni amigos, aunque tu amada esté en brazos de tu enemigo, Dios te sigue queriendo”; o “te basta con saber de la integridad de tu conciencia”), lo más seguro es que el prisionero se hubiera comportado con alguna violencia mandando a hacer puñetas a quien sostuviera opiniones tan inoportunas en semejante coyuntura. Y no digamos ya si la imprudencia llegase al intento de convencer el pobre Edmundo de que “nada, hombre, el tiempo lo cura todo”, o de que “de todo se aprende”. “¿Aprender?”, podría replicar nuestro protagonista; “¿Aprender a este precio de sufrimiento y desesperación? ¿Para qué, si puede saberse? ¿Para contar los meses hasta que se me extingan todas las fuerzas y me llegue la última hora? ¡Prefiero vivir en la ignorancia!”. Y, claro, tendría razón. Así que ya saben, terapeutas aficionados: antes de buscar tales lugares comunes para explicar las penas de los demás, procuren comprender. Otro día hablaré de la escuela Paris Hilton de pensamiento contemporáneo. Por el momento y a este respecto me conformo con recomendar de nuevo que lean a Ferlosio.

miércoles, 4 de julio de 2007

28 minutos después

He seguido el desarrollo del enfrentamiento entre Zapatero y Rajoy en el Debate sobre el Estado de la Nación con la ilusión de encontrar algo de sustento para un post. No estaba preparado, ingenuo de mí, para tanta demagogia, tantas mentiras, tanta falta de ideas; mi reserva de paciencia se ha agotado y sólo me acerco al teclado para redactar un breve apunte (con spoilers incluidos) acerca de una película que vi más tarde: la celebrada 28 semanas después. En otras palabras, cambio a los zombis de verdad por los de mentirijillas.

No hablaré de cine, porque si lo hiciera tendría que revisar el catálogo de las últimas modas estéticas: exceso de montaje, efectismo, cámara temblequeante, teleobjetivos, regodeo en ocurrencias visuales que no pasan de ingeniosas, sustos triviales con abundancia de falsas alarmas, primerísimos planos de rostros de miradas perdidas o trascendentes, etcétera.
El recibimiento, al menos en España, ha consistido en una curiosa forma de beneplácito que pasaba por interpretar la trama como una suerte de alegoría crítica de las invasiones estadounidenses allende sus fronteras. Hay soldados, zonas de especial protección, tremendismo dramático con los marines de protagonistas, asesinos que desprecian sus propias vidas… Naturalmente, viene a la memoria la zona verde de Bagdad y otros escenarios igualmente tristes.

No vayamos tan deprisa. Es cierto que en muchos pasajes de la película los soldados son una amenaza tan mortífera para los protagonistas como los propios infectados. Sin embargo, no conviene dejar de atender al verdadero desencadenante del conflicto: la catástrofe que se lleva por delante a los quince mil supervivientes y en definitiva extiende el virus más allá del Canal de la Mancha sobreviene a impulsos tan defendibles como la nostalgia de los hermanitos, la piedad o la curiosidad científica. Cuando uno ve en pantalla las variadas escabechinas, no deja de pensar que si no se hubieran forzado y relajado las normas de seguridad —inhumanas, crudelísimas— de la zona de control, si se hubiera obedecido al alto mando que ordenaba la ejecución de la mamita portadora del virus, no habría que afrontar semejantes apuros.

Es una conclusión bastante más cínica, si no completamente inversa, a la que adelantaban apresuradamente unos cuantos comentaristas. Lo siento; últimamente no doy para más.