miércoles, 1 de marzo de 2006

Civismo escolar

Del mismo modo que se tiende a pensar que las leyes pueden entrar en cualquier aspecto de la vida social, a menudo —tan a menudo que ya es un lugar común que pasa desapercibido— nos encontramos con una voluntad generalizada de arreglar las cosas introduciéndolas en el currículum educativo.
Detrás de esta inercia mental encontramos el bello ideal ilustrado, en una versión ingenua, liofilizada y exagerada, según el cual la educación de los ciudadanos es el principal remedio a los males que nos aquejan. Estoy de acuerdo con estos principios, pero ya hemos recorrido suficiente camino para comprender que tienen sus límites.
Otro latido que podemos encontrar aguzando el oído en esta peculiar auscultación es el de una suposición cada vez más corriente: el Colegio es el sitio donde se explican e imponen las normas, mientras que el resto del tiempo libre se puede dedicar a otras cosas.
Aquí hay otra analogía: si cuando se pretende legislar sobre todo, se admite tácitamente que lo que no está prohibido está permitido, lo que forma parte de manera expresa de la materia escolar formará parte de esa globalidad que es lo escolar, que tiene la virtud de quedar atrás una vez que se sale de clase. Con la misma naturalidad con que los niños se olvidan de las matemáticas mientras están con sus amiguetes en el parque, ignorarán las bienintencionadas consignas proporcionadas en el aula con el sobrenombre de Educación para la ciudadanía; ¿acaso no son administradas como parte de un mismo paquete? Pues de la misma manera serán tratadas. Como de costumbre, el modo influye en el contenido.
Los valores cívicos se aprenden conviviendo en unas condiciones flexibles de seguridad normativa. Los niños, progresiva y espontáneamente, elaboran sus normas de convivencia y se ajustan a ellas. Estas normas acostumbran a ser similares a las que rigen toda la vida social.
Como de costumbre, se carga buena parte de la responsabilidad sobre unos padres abrumados, cansados y a menudo superados por sus problemas particulares. Por si esto fuera poco, las redes de apoyo que antes constituían los vecindarios se han evaporado, razón de que se afronten los baches de la vida con menos recursos que antes. Sin tiempo ni energías, agobiados y frustrados, los padres tienen perfecto derecho a preguntarse: ¿qué ha podido pasar para que hayamos llegado a esto?
La culpa, como en todos estos casos, es de todos y no es de nadie.

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