Pues la lección fue inolvidable, pero errónea. Se la debemos a los dos aguerridos ciudadanos de Valladolid que embistieron a Carod-Rovira como si se tratase de la encarnación del mal absoluto. Ambos intentaron ganar al independentista en su terreno, el de las convicciones y unas artimañas retóricas benignas de puro catetas. Llamarle José Luis fue una bobada de la que el hábil político sacó muy buen partido. Primero, con una reacción algo desproporcionada que le dejó a la par del polemista y anónimo ciudadano. Segundo, obteniendo de una señora el, ejem, aserto según el cual ella no tenía “ningún interés en aprender catalán”. Como si a estas alturas no supiéramos que los nacionalistas (perdón, independentistas) son expertos usuarios de la maquinita del victimismo: así nos tratan los de Valladolid, no nos comprenden ni se interesan por lo nuestro, su concepto de España es el de un estado con un solo idioma, etcétera. Pues no. Esos dos ejemplares de pucelano no representan a todos los pucelanos, ni a los castellanos, ni a los españolistas ni a nadie salvo a sí mismos. Y ese fue precisamente el punto más olvidado en la de por sí olvidable emisión de Tengo una pregunta para usted.
Josep-Lluís Carod-Rovira se enfrentó a unas preguntas muchas veces formuladas en un tono poco amable o incluso hostil, pero que no atendían al verdadero meollo —y enigma— de su nacionalismo identitario. Él se demostró demócrata y respetuoso de lo que pueda señalar la consulta sobre la independencia que él propone; lo demás fue llevar a término la típica profecía que se cumple a sí misma (bien dicho, mujer-pez): después de haber sido muy antipático con España cosecha la antipatía de los demás y la expone como la razón última de su desafección hacia España. ¿Por qué se le preguntó sobre su respeto al resultado de un referéndum de anexión a Cataluña en la Comunidad Valenciana? Naturalmente va a respetarlo, en primer lugar porque no le queda otro remedio. ¿Son ésas las agudas preguntas de la ciudadanía anónima?
No, no se debe reñir a Carod-Rovira porque piense lo que piensa, ni porque aliente una unión de “los Países Catalanes”. Se le debe indicar, y a ser posible con todo respeto, que se reconoce y estima cada una de las lenguas que existen y se usan en España, y que es lo más natural del mundo que quien quiera trabajar en Cataluña deba saber catalán; que sabemos que es un político sometido a las urnas, claro que sí, y que usa de su capacidad de influencia en la medida en que el sistema parlamentario se lo permite, faltaría más. Pero se le puede hacer escuchar lo que cada uno piense en torno a la relación entre Cataluña y el resto de España: en opinión de mucha gente no del todo desinformada, Cataluña ha sido secularmente beneficiada en su desarrollo económico por el Estado; el castellano no sólo ha sido un idioma de imposición, sino también adoptado por la sociedad catalana porque ha sido de gran utilidad para sus hablantes; basarse en supuestos y discutibles agravios históricos para fundamentar una idea nacional es una trampa que echa el lazo a las emociones con objetivos más oportunistas que racionales; un estado más grande garantiza mejor la defensa del bienestar, los derechos y las libertades de sus ciudadanos (y si no, véase el caso del País Vasco). Y se le pueden hacer preguntas muy democráticas: ¿Qué opina de que el Conseller Vendrell encarezca a Terra Lliure porque ayudó a “despertar conciencias”? ¿Es cierto que se penaliza a los comercios que no rotulan en catalán? ¿Eso incluye a las franquicias de Burger King? ¿Es cierto que el castellano ya no se usa como lengua vehicular en ningún centro educativo público? ¿No es cierto que su partido cultiva un rechazo a España no solamente achacable a la desconsideración de los vallisoletanos españolistas? Por ejemplo, ¿no es cierto que el único boicot promovido por un político ha sido el dirigido precisamente por Carod-Rovira contra la candidatura madrileña a los Juegos Olímpicos? ¿De verdad hemos de creernos que en sus dos reuniones con ETA —una de ellas desempeñando ya una importante responsabilidad institucional— se limitó a decirles que debían abandonar las armas? ¿No bastaba para eso una declaración pública, una llamada o una carta? ¿Qué opina de la escasísima participación en la consulta acerca de la modificación del Estatuto catalán?
Y se puede añadir: no, hombre, no; piense usted lo que le dé la gana, pero no me hable en nombre de Cataluña.
¡Hola, Miguel!
ResponderEliminarMagnífico artículo. Estoy totalmente de acuerdo con tu análisis. Pude ver un poco del programa y mi impresión es que el señor Carod-Rovira se abalanzó a la puerta que le abrió ese vallisoletano que se le ocurrió llamarle "José Luis". ¡Qué magnífica oportunidad de mostrar lo mal que tratamos a los catalanes y a la cultura catalana en el resto de España! ¡Y es que mira que somos malos! Yo no estoy seguro si el chaval ese, que me pareció un poco corto, le llamó José Luis con mala intención... Tampoco sé si ese ciudadano hubiese sido un posible votante catalán, don Josep Lluis hubiese reaccionado tan furibundamente. Qué cosas...
Bueno, tío, sigue escribiendo. Y a ver si un día nos vemos y nos tomamos algo.
Un abrazo.