Ayer releí la carta filosófica que Voltaire dedicó a Pascal. Había olvidado que en ella discute la famosa apuesta acerca de la existencia de Dios, formulada así en los Pensamientos:
«Vous avez deux choses à perdre : le vrai et le bien, et deux choses à engager : votre raison et votre volonté, votre connaissance et votre béatitude, et votre nature deux choses à fuir : l'erreur et la misère. Votre raison n'est pas plus blessée puisqu'il faut nécessairement choisir, en choisissant l'un que l'autre. Voilà un point vidé. Mais votre béatitude ? Pesons le gain et la perte en prenant croix que Dieu est. Estimons ces deux cas : si vous gagnez vous gagnez tout, et si vous perdez vous ne perdez rien : gagez donc qu'il est sans hésiter. Cela est admirable. Oui il faut gager, mais je gage peutêtre trop. Voyons puisqu'il y a pareil hasard de gain et de perte, si vous n'aviez qu'à gagner deux vies pour une vous pourriez encore gager»
Después de condenar la puerilidad de este argumento, el deísta Voltaire lo refuta apuntando al centro del problema: «l'intérêt que j'ai à croire une chose n'est pas une preuve de l'existence de cette chose». Un amigo podría prometerme el imperio del mundo a condición de que yo le dé la razón. ¡Ojalá esté en lo cierto! Pero, por desgracia para mis ambiciones, no puedo creerle si no me demuestra antes la exactitud de sus convicciones.
Y añade algo más. Si hemos de creer al jansenista Pascal, el camino de la salvación está cerrado para la gran mayoría. El jansenismo, como buena doctrina de la predestinación, prometía la salvación a un número ridículamente pequeño de elegidos («un bonheur infini, auquel, d'un million d'hommes, à peine un seul a droit d'aspirer»). Así las cosas, ¿qué interés tengo en creerle?, le pregunta Voltaire. «No me hable de juego de azar, de apuesta o de jugar a cara o cruz en tanto me atemoriza con las espinas que siembra en el camino que quiero y debo seguir. Su razonamiento no serviría más que para hacer ateos, si no fuera porque la voz de la naturaleza entera nos grita que hay un Dios con tanta fuerza como debilidad tienen semejantes sutilezas».
Voltaire apunta, si bien no termina de exponer, otro defecto mayor de la apuesta. Lejos de ser inocuo o benevolente, el dios de Pascal es exigente, temible; aboca a sus creyentes a un rigorismo moral a cuya altura no pueden sublimarse muchos espíritus. La apuesta de Pascal es muy cara y asimétrica. Si se acierta apostando por la existencia de Dios, se gana una ínfima probabilidad de una eternidad de dicha; si se falla, se obtiene el absoluto vacío como recompensa de una vida de privaciones y, lo que es peor, de la renuncia de las propias convicciones.
Bien pensado, esta discusión es muy poca cosa: otra escaramuza en la guerra de la individualidad contra sus enemigos.
Adenda
Todo se ha dicho ya alguna vez, y con palabras mejor escogidas que las que uno puede llegar a usar. Gracias a este artículo de la Wikipedia aprendo que un tal Hans Jonas objetó a Pascal de la siguiente manera:
«Si prefiero creer en Dios, debo vivir de acuerdo con esa creencia para ganar la vida eterna, lo cual supone renunciar a la vida terrestre. Si gano, lo gano todo; pero si pierdo, es decir, si Dios no es, la diferencia se debe establecer entre mi vida vivida y la nada de la muerte. Como entre la vida y la nada la diferencia es inconmensurable, si bien apostando sobre la existencia de Dios, he perdido todo lo que tiene de estimable. Pero si yo apuesto por el ateísmo y Dios es, pierdo también todo lo que hay de estimable, la felicidad eterna. En los dos casos la pérdida es infinita»
Para los curiosos, aquí hay mucho más. ≈