viernes, 26 de febrero de 2016

Una cita

«La única libertad de importancia perdurable es la libertad de la inteligencia, es decir, la libertad de observación y de juicio practicada en provecho de propósitos intrínsecamente valiosos»

John Dewey, Experiencia y educación, V

miércoles, 24 de febrero de 2016

Cerebros a la fuga, cerebros en busca y captura

Desde el inicio de la crisis, uno de los lamentos más repetidos viene siendo la cantidad de jóvenes españoles que han emigrado al extranjero ante la falta de oportunidades laborales en su país. Un partido político los ha llegado a llamar «exiliados». Este discurso suele asumir dos bases: la primera, que la productividad y la riqueza de los españoles, nuestro futuro bienestar, quedan comprometidos ante ese caudal de conocimientos que se nos va por las fronteras; la segunda, que el fruto del gasto que ha corrido a cuenta del erario público en la formación y el desarrollo de esos talentos finalmente va a repercutir fuera y que, por lo tanto, ese gasto es una inversión perdida. El ingeniero que abandona el mercado laboral español, nos dicen, no sólo se lleva su formación, talento y capacidad de trabajo para aumentar el bienestar y la prosperidad en otras economías, sino que se lleva con él todo el esfuerzo que ha supuesto para los distintos sistemas públicos educarlo y mantenerle sano durante tantos años. ¿No es un suicidio económico para un país prescindir de los beneficios de semejante inversión?
Como suele suceder con todos los argumentos patrióticos, son dos falacias. No veo cómo ha de ser más productivo un ingeniero en paro viviendo en su país que uno trabajando en Alemania. El primero derrocha sus conocimientos, su tiempo y su ánimo en subempleos o languideciendo a costa de su familia. El segundo pone estos mismos elementos al servicio de una actividad productiva, adquiere experiencia profesional y refina sus condiciones para ser un agente económico útil. Como esto es evidente incluso para los que protestan por la fuga de cerebros, la respuesta que cabe esperar de ellos es que la administración debe «estimular» a la economía. No lo dicen con claridad, pero hablan de empresas públicas, de empleo público, de subvenciones y de protección a las empresas nacionales. En otras palabras, transferir artificialmente recursos desde los sectores provechosos hacia otros cuya productividad está en entredicho por depender, al menos en parte, de incentivos ajenos a la utilidad de los consumidores*.
Sobre el segundo argumento ha de hacerse una aclaración. El hecho de que el estado provea de algo a un individuo significa que ese algo deja de ser un bien público. Un titulado español de cualquiera de nuestras universidades públicas no ha contraído una deuda moral; su formación se ha convertido en una posesión suya o, mejor dicho, en una característica personal. Pensar de otra manera está a un solo paso de dar una limosna al pobre con la ridícula admonición: «no se lo gaste en vino»; implica que el estado no sólo debe responsabilizarse de proveer de un servicio, sino también del uso que los particulares hacen del mismo. Y si no podemos prohibir a nuestro ingeniero que emigre —eso sería violar sus libertades—, sólo nos queda encarar limpiamente el enfrentamiento entre lo público de la «inversión» y lo privado del rendimiento que procura. Si este enfrentamiento es considerado como una paradoja, sólo queda conformarse o abogar por las políticas de estímulo que he criticado antes. En cambio, si lo enjuiciamos como una contradicción, impugnamos una de las bases conceptuales de la educación pública y facilitamos un argumento a favor de la privatización del servicio.
Hay otros problemas asociados que merecen un análisis. Por ejemplo, la desproporción entre oferta y demanda de titulados universitarios en el mercado laboral español. Por ejemplo, el hecho de que son los titulados superiores los que emigran. ¿Por qué los ni-nis, a los que suponemos igualmente necesitados de empleo, no lo hacen? ≈

* Nota: El caso de Abengoa nos debería incitar a la reflexión acerca los resultados de tales medidas: una empresa que, impulsada por las subvenciones y los privilegios, abraza una estrategia expansiva por encima de su viabilidad. Ahora, a los cientos (tal vez miles, si pudiéramos cuantificar todas las prerrogativas indirectas y el deterioro que éstas comportan de las condiciones globales del mercado) de millones de todos los contribuyentes de los que ya han dispuesto, se les van a sumar unos cuantos más para financiar la reorganización, despiece y probable liquidación de nuestro buque insignia de las energías renovables. Dados frutos como éstos, cabe preguntarse si el estímulo público es la mejor solución para que nuestros ingenieros se queden en casa.

lunes, 22 de febrero de 2016

Los verdaderos beneficiarios del cambio climático

Marian Tupy nos señala las exigencias a las que nos tendremos que acostumbrar en los próximos años. Según lo establecido en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, para el año 2020 los países desarrollados habrán de proveer al Fondo Verde para el Clima de unos 100.000 millones de dólares anuales, que serán administrados por el fondo Verde para el Clima con el fin de ayudar a los países en estado de desarrollo a «establecer prácticas adaptativas y paliativas que combatan al cambio climático».
Atenta a este contexto tan favorable, la prensa oficial de Zimbabue publica editoriales en los que solicita la donación de hasta un 11% de su Producto Interior Bruto para combatir y aliviar los efectos de las sequías que están sometiendo a una cruel hambruna a la población; estas sequías se entienden como resultados ya patentes del cambio climático. Para Tupy, deberíamos tomarnos esto como una amenaza y advertir que Robert Mugabe, el tirano que gobierna Zimbabue desde hace treinta y seis años, sabe que
«…there are plenty of gullible Westerners willing to believe that the frighteningly vile and comically incompetent government isn't at the root of Zimbabwe's food shortages, but that global warming is to blame. Of course, this is pure nonsense. Botswana and Zimbabwe share a border and their climate and natural resources are exceptionally similar. Yet, since 2004, food production has increased by 29 percent in Botswana, while declining by 9 percent in Zimbabwe. It is not drought but government policies that make nations starve!»
Por supuesto, nada resulta mejor acogido por una burocracia corrupta que una lluvia de millones bienintencionados. Un desarrollo más extenso y con los datos pertinentes, aquí.
Con todo esto, me pregunto si el debate acerca de la naturaleza y gravedad del cambio climático, tan atravesado hoy en día por la propaganda, acabará por resolverse mediante la pura confrontación de intereses entre donantes y beneficiarios. Si a fin de cuentas la oposición de incentivos no será más racional que el choque de eslóganes. ≈

miércoles, 17 de febrero de 2016

El proteccionismo en Castilla y León

Al escuchar ayer en la radio las noticias de Castilla y León, me convencí de que la vida económica de la región está absorbida por estos tres motivos:
— En el marco de las negociaciones de la plantilla de FASA Renault con la empresa, se solicita que, del mismo modo en que la Junta de Castilla y León y la Administración Central invirtieron a medias 500 millones de euros en el último plan industrial de la empresa, vuelvan a «comprometerse» de parecida manera «con el futuro de la empresa» en la región.
— Continúa la exigencia de que el carbón autóctono tenga ventajas frente al procedente del exterior con el fin de proteger los 1.500 puestos de trabajo de la minería, y que se considere ésta como un sector estratégico. Se solicita ahora, más concretamente, que se recargue con impuestos —¿aranceles?— el uso de carbón importado para la producción de energía eléctrica.
— El actual gobierno autonómico nos alerta sobre las consecuencias que tendría la irrupción de otros partidos políticos sobre algo tan sensible como la negociación de las ayudas recibidas en el marco de la Política Agraria Común europea.
Está claro: las tres noticias económicas más relevantes tratan sobre el uso de dinero público para mantener empresas y actividades cuya viabilidad está en entredicho. En otras palabras, sobre el aumento de las cargas a que están sometidos los ingresos.
Adam Smith explicó que los empresarios, con el fin de solicitar protección pública, tienden a hacer pasar su propio interés como si fuera el interés público. En la sociedad de masas y de la opinión pública, este hábito se ha extendido a todos los agentes económicos en tanto sean tan numerosos que tengan suficiente capacidad de presión o de ejercer la violencia y la coacción impunemente. En consecuencia, no son empresarios mineros los que queman neumáticos y ponen barricadas en las autovías, ni es el presidente del Grupo Renault el que amenaza con las catastróficas consecuencias sociales y económicas que seguirían a la desaparición de FASA en Valladolid o Palencia; tampoco los grandes latifundistas son los que paralizan el tráfico con tractoradas. Por mucho que los capitalistas sean beneficiarios de esas protestas, son los trabajadores y los pequeños propietarios quienes las ejecutan con entusiasmo; quienes han logrado unas condiciones comparativamente ventajosas respecto de los trabajadores sobre cuyas espaldas recaen los impuestos efectivos, que cargan la producción de riqueza mediante actividades económicas viables. Se trata del clásico mecanismo, descrito por Milton Friedman, mediante el que un beneficio concentrado para unos pocos supone una carga casi inapreciable para la mayoría que lo tolera.
Cosa extraña, gran parte del público general apoya este tipo de medidas proteccionistas, y las defiende con apelaciones a la dureza del trabajo en la mina, al temor al colapso económico en una región determinada o a la importancia de que los pueblos sigan poblados por esos románticos crepusculares, los trabajadores del campo. Admiten al parecer sofismas económicos y métodos de presión con frecuencia inaceptables. Según creo, es el mismo público que protesta por la tarifa eléctrica y el escándalo continuado de las prejubilaciones; el mismo cuyo contacto con el agro se limita a los dos fines de semana anuales que pasa en una casa rural. El mismo, por cierto, que en su vida particular busca un equilibrio ventajoso entre calidad y precio, con toda lógica, sin preguntarse de dónde vienen los productos que adquiere en el bazar chino.
Naturalmente. En las relaciones económicas en que participamos por propia voluntad, sin que las decisiones estén distorsionadas por la intervención del poder público, el criterio fundamental es el de la eficiencia; es muy raro que se entre a juzgar la justicia —suponiendo que se pueda— de una transacción. El comportamiento económico que refrendamos a diario con nuestros actos no permite, sin contradicción, excluir de esa lógica a determinadas actividades y admitir así a costa de nuestro propio bienestar la formación de una casta protegida de trabajadores de grandes empresas, bancos o «sectores estratégicos». Por lo que sé, esa gravosa desigualdad no ha provocado de momento ninguna queja en firme.
Además de Smith y Friedman, muchos otros (Bastiat, Hazlitt) se han extendido largamente y con buen criterio contra este tipo de proteccionismo. Cualquiera que se proponga estatuir el privilegio de un determinado sector debería enfrentarse al menos una vez a esa obra maestra del panfleto que es Lo que se ve y lo que no se ve. De momento, señalemos cómo estas medidas contribuyen al estancamiento económico de Castilla y León al desencadenar lo que se conoce como tragedia de los comunes: los intereses individuales puestos en juego de manera que perjudican el interés colectivo y provocan una asignación ineficiente de los recursos generales —o los agotan—. Para quienes confiamos en los órdenes espontáneos, es un nuevo ejemplo de cómo las decisiones injustas nos conducen a la pobreza. ≈

martes, 16 de febrero de 2016

Voltaire contra Pascal

Ayer releí la carta filosófica que Voltaire dedicó a Pascal. Había olvidado que en ella discute la famosa apuesta acerca de la existencia de Dios, formulada así en los Pensamientos:
«Vous avez deux choses à perdre : le vrai et le bien, et deux choses à engager : votre raison et votre volonté, votre connaissance et votre béatitude, et votre nature deux choses à fuir : l'erreur et la misère. Votre raison n'est pas plus blessée puisqu'il faut nécessairement choisir, en choisissant l'un que l'autre. Voilà un point vidé. Mais votre béatitude ? Pesons le gain et la perte en prenant croix que Dieu est. Estimons ces deux cas : si vous gagnez vous gagnez tout, et si vous perdez vous ne perdez rien : gagez donc qu'il est sans hésiter. Cela est admirable. Oui il faut gager, mais je gage peutêtre trop. Voyons puisqu'il y a pareil hasard de gain et de perte, si vous n'aviez qu'à gagner deux vies pour une vous pourriez encore gager»
Después de condenar la puerilidad de este argumento, el deísta Voltaire lo refuta apuntando al centro del problema: «l'intérêt que j'ai à croire une chose n'est pas une preuve de l'existence de cette chose». Un amigo podría prometerme el imperio del mundo a condición de que yo le dé la razón. ¡Ojalá esté en lo cierto! Pero, por desgracia para mis ambiciones, no puedo creerle si no me demuestra antes la exactitud de sus convicciones.
Y añade algo más. Si hemos de creer al jansenista Pascal, el camino de la salvación está cerrado para la gran mayoría. El jansenismo, como buena doctrina de la predestinación, prometía la salvación a un número ridículamente pequeño de elegidos («un bonheur infini, auquel, d'un million d'hommes, à peine un seul a droit d'aspirer»). Así las cosas, ¿qué interés tengo en creerle?, le pregunta Voltaire. «No me hable de juego de azar, de apuesta o de jugar a cara o cruz en tanto me atemoriza con las espinas que siembra en el camino que quiero y debo seguir. Su razonamiento no serviría más que para hacer ateos, si no fuera porque la voz de la naturaleza entera nos grita que hay un Dios con tanta fuerza como debilidad tienen semejantes sutilezas».
Voltaire apunta, si bien no termina de exponer, otro defecto mayor de la apuesta. Lejos de ser inocuo o benevolente, el dios de Pascal es exigente, temible; aboca a sus creyentes a un rigorismo moral a cuya altura no pueden sublimarse muchos espíritus. La apuesta de Pascal es muy cara y asimétrica. Si se acierta apostando por la existencia de Dios, se gana una ínfima probabilidad de una eternidad de dicha; si se falla, se obtiene el absoluto vacío como recompensa de una vida de privaciones y, lo que es peor, de la renuncia de las propias convicciones.
Bien pensado, esta discusión es muy poca cosa: otra escaramuza en la guerra de la individualidad contra sus enemigos.
Adenda
Todo se ha dicho ya alguna vez, y con palabras mejor escogidas que las que uno puede llegar a usar. Gracias a este artículo de la Wikipedia aprendo que un tal Hans Jonas objetó a Pascal de la siguiente manera:
«Si prefiero creer en Dios, debo vivir de acuerdo con esa creencia para ganar la vida eterna, lo cual supone renunciar a la vida terrestre. Si gano, lo gano todo; pero si pierdo, es decir, si Dios no es, la diferencia se debe establecer entre mi vida vivida y la nada de la muerte. Como entre la vida y la nada la diferencia es inconmensurable, si bien apostando sobre la existencia de Dios, he perdido todo lo que tiene de estimable. Pero si yo apuesto por el ateísmo y Dios es, pierdo también todo lo que hay de estimable, la felicidad eterna. En los dos casos la pérdida es infinita»
Para los curiosos, aquí hay mucho más. ≈

viernes, 12 de febrero de 2016

Cómo se defiende la civilización

Últimamente las siguientes escenas me han infundido algún optimismo:
Una biblioteca pública llena de personas en silencio, cada cual estudiando sus cosas.
En un huerto próximo a El Escorial dos hortelanos de origen marroquí han puesto mesa y sillas debajo de un árbol. La mañana es tan cálida que permite disfrutar de la sombra y de la brisa. Apaciblemente, sin interesarse por nosotros, están jugando a las damas.
Son las siete y media de la mañana y aún es noche cerrada. Dos hermanos de unos 10 años marchan calle adelante con la mochila al hombro. Se defienden del frío de la mañana con el paso rápido y hundiendo el bozo en el cuello de la cazadora. Tal vez porque es un barrio donde menudean los niños que a duras penas acuden al colegio; tal vez porque al verlos caminando tan decididos me parece entender la voluntad de progresar por el camino del estudio, pienso un poco conmovido: «yo fui uno de ésos» ≈

miércoles, 10 de febrero de 2016

El sufragio contra los órdenes espontáneos

El problema político que se va a plantear con una claridad cada vez mayor es la conciliación entre la influencia de nuestras decisiones en la vida de los demás y la necesidad de defender la autonomía individual de las intromisiones ajenas. Lo que significa, en resumidas cuentas, dudar de la legitimidad de la eficacia que hoy concedemos al voto.
Debo reconocerlo: afirmo lo anterior porque creo que el comportamiento de la ciudadanía está siendo mediocre. 

lunes, 8 de febrero de 2016

Una cita excelente

Viene del café de Ocata, y dice esto:
«Cuando oigo hablar a un maestro de lo bien que le sale todo, de lo interesados que están todos sus alumnos, y de lo que se desvivien por aprender, sé que me encuentro o ante un ser divino o ante un farsante»
El resto de la entrada también tiene interés ≈