martes, 18 de diciembre de 2007

Háganme caso y pasen una feliz Navidad

Como buen melancólico, me encuentro entre ésos a los que las fiestas navideñas les resultan antipáticas. No me resulta difícil explicar los motivos: el empeño en la mascarada, las cenas pesadas, la imposición tribal de una alegría grotesca, las aglomeraciones en las que nadie puede acomodarse. Claro que me gustan y disfruto de las vacaciones, las reuniones familiares y los regalos, pero me estoy refiriendo a otra cosa. Algunos tal vez me entiendan.




Vicente Verdú, en un artículo publicado hace un año, nos llamaba aguafiestas a los antinavideños y encarecía la fiesta aduciendo que la economía nacional se sostiene en buena parte gracias a los gastos disparatados asumidos por los consumidores (digamos que el consumidor es el resultante económico de la destilación del ser humano). Un argumento de primoroso utilitarismo, pero que ignora que a fin de cuentas el capital siempre encuentra la manera de moverse entre los millones de bolsillos del Leviatán.

No quiero irme por las ramas. Voy a pasar las fiestas en familia, pero muy lejos de España y con muchas cosas sobre las que pensar. A la vuelta a lo mejor hay algo interesante que contar. O no.

Aquí va mi mensaje. Sean felices en estas fechas. No es un deseo sino un consejo, porque quien es infeliz en Navidad es doblemente infeliz. Y lo digo en un tono ligero porque no ignoro que tener ilusión es mucho más importante que ser feliz.

Ah, y conozcan este villancico.

Diviértanse, pero no se rían

"Mi deber elemental no es aferrarme a cargos ni mucho menos obstruir el paso a personas más jóvenes, sino aportar experiencias e ideas cuyo modesto valor proviene de la época excepcional que me toco vivir"

Fidel Castro, ayer.

A Man in Full


Sarkozy o el atractivo de la personalidad fuerte.

martes, 4 de diciembre de 2007

Dos películas

Michael Clayton
Hablar de una película entretenida y que da que pensar es fácil. La trama discurre alrededor de un caso de fraude e intoxicación masiva a cargo de una firma de fertilizantes químicos. Sin embargo, y para beneficio del espectador, la anécdota actúa meramente como un paisaje; importan mucho más los personajes, la red de intereses, motivaciones y conflictos que se abre ante nuestros ojos cuando surge una crisis inesperada.

Si hubiera de resumirse el todo en una tesis, ésta afirmaría que el trato con el mal, con la decisión éticamente incorrecta, suscita la degeneración de la persona. Karen Crowder (Tilda Swinton, a la que siempre me alegra ver en pantalla), la ejecutiva que desencadena conscientemente una atroz cadena de crímenes, vive al filo del ataque de pánico una existencia infeliz y solitaria. Arthur Edens, abogado dedicado durante años a marear la perdiz en beneficio de la empresa contaminante y de su bufete, ha de perder el juicio (¡enamorándose!) para recobrar el sentido moral. Michael Clayton, solucionador de problemas extraoficiales, a cambio de su dedicación de años al pasteleo recibe el desprecio de sus jefes, una insatisfacción crónica y una vida, intuimos, también muy solitaria.
Hay una escena memorable. Michael Clayton, en compañía de su hijo, tropieza con su espectral hermano Timmy, a quien debe buena parte de sus amarguras. Pasado el incómodo encuentro, a Michael le abruma el terror ante la perspectiva de que el futuro del niño acabe por parecerse al del tío drogadicto. Detiene el coche y asegura a su hijo, expresando más un deseo que una convicción, que ve en él una fuerza de la que el tío Timmy carece, que no es la clase de persona que desbarataría su vida de esa manera; ya que no puede evitar el riesgo, trata de conjurarlo. Este diálogo desvela con claridad la desesperación del padre y su voluntad de seguir siempre adelante.

Sólo el final, inevitable peaje a pagar para que el espectador disfrute de un cierre a la trama de corrupción, mengua el interés que despierta el resto de una película muy correcta.

Beowulf meets Lara Croft
La última película de Zemeckis recoge el cantar de Beowulf y, tras aplicarle unos cuantos pases de guión para construir una trama más enteriza, nos lo presenta, sin miedo a la artificialidad de la imagen, en formato digital.

A pesar de que, como buena película CGI, lo maravilloso ocupe la pantalla buena parte del metraje, sorprende la cantidad e importancia de unos diálogos que no se limitan a un mero carácter enunciativo. La calidad del guión nos demuestra que se pretendía hacer una película adulta en un formato asociado al cine infantil —ahora llamado familiar—.

La pregunta se nos impone a todos al terminar de verla: ¿por qué hacer una película de animación digital para conservar los rasgos de los personajes, para esforzarse en recoger incluso los matices expresivos mediante un complejo y ultratecnológico método? ¿No se podía haber procurado una solución del estilo de 300? ¿No habría resultado más económico que los 150 millonazos declarados en su coste?

Cuando Umberto Eco afirmó que hacemos un uso masturbatorio de la tecnología no se refería al enorme negocio de la pornografía en Internet, sino a nuestra disposición a pasarnos largos ratos usando aparatos sin más propósito que el de disfrutar con su simple manipulación. Descontemos que la palabra “masturbatorio” para Eco contiene una carga peyorativa sin duda heredada de su educación en los colegios religiosos de los años 40 y preguntémonos si no tiene razón: ¿no es cierto que todos nosotros nos hemos dedicado horas y horas a manejar el ordenador sin obtener ninguna utilidad real, simplemente por el gusto de descubrirle aplicaciones y funciones nuevas y sorprendentes?


[En esta escena Beowulf pasa una noche en el museo de cera]

Es lo que le pasa a la productora, a Zemeckis y a todos los implicados con Beowulf. “Go wild!”, dijo el director a sus guionistas, “¡a lo loco!”, que el dinero no sea problema para hacer algo verdaderamente espectacular. Confían en que el logro tecnológico —ignorantes de que a fin de cuentas nuestra capacidad para maravillarnos ante los próximos hitos ya se nos ha estragado por culpa del incesante caudal de novedades con que Hollywood nos ahoga en todo momento— nos haga más interesante la experiencia cinematográfica, pero obligan a los espectadores a enfrentarse a texturas artificiales, movimientos caricaturescos (¡qué mal nadan los hombres, qué mal galopan los caballos!), colorines que evocan más certeramente un videojuego de última generación que una genuina ilusión de realidad, tal vez más lograda —y conseguida— en intentos del estilo de Final Fantasy. No desentona la aparición de la un tanto desabrigada Lara Croft incorporando a la madre de Grendel (los desnudos con píxeles no perturban nada, por si ésa fuera la intención), si consideramos el aspecto de Playstation que tiene toda la función.

Y todo esto, ¿con qué beneficio? Pues con el de permitirse largas tomas en las que se pase de planos de detalle a grandes panorámicas para volver a nuevos detalles, etcétera. Para lucirse, vaya. Por ejemplo, al comienzo se nos epata con un prolongadísimo movimiento del campo de visión desde la sala donde se celebra la fiesta, con especial atención a un par de ratas; una de ellas es capturada por una ave rapaz; la rata y el ave desaparecen (demostrando que su efímero protagonismo era completamente artificioso, una interpolación absurda), pero el movimiento de cámara continúa sin transiciones y a velocidad de vértigo, atravesando las secas y puntiagudas ramas de unos árboles cada vez más próximos a la guarida de Grendel, a quien entreveremos en otro detalle sufriendo por el ruido de los daneses jaraneros. Nada, nada, nada que no se hubiera podido resolver de manera más barata (en términos económicos y expresivos) con una sucesión de tomas que encadenasen la sala inicial y los paisajes sucesivos hasta llegar, por fin, a la cueva.

Si el propósito era escapar a las incómodas leyes del montaje y la fragmentación cinematográficos, el intento es fallido por dos motivos: primero, porque el montaje en el cine es el mayor proveedor de recursos expresivos, la contextura misma del lenguaje audiovisual; segundo —y relacionado con el primero—, porque el propio Zemeckis, con toda su presunción técnica, no puede renunciar al montaje. Ni a otras cosas: para dar una cierta apariencia de realidad, en la mayoría de los planos se desenfoca aquello que no se sitúa en primer término, tal como aparecería en una película de imagen real.

Lo dicho: ¿para qué?

lunes, 3 de diciembre de 2007

Gaudeamus igitur ignaros dum sumus...

Pilar Pérez, coordinadora de los contenidos mínimos de Lengua fijados por el Ministerio de Educación, nos explica en este artículo de El País que se calibran mal los contenidos educativos impartidos a los alumnos de secundaria: "En un libro de Lengua y Literatura de 1º de ESO [12 años], se pregunta qué es un narrador omnisciente, algo que no sabría responder la mayoría de titulados universitarios".

¿Y se puede saber cómo se tituló en la Universidad, y aun ingresó en ella, esa mayoría?

Hoy estoy contento

Pues sí, tengo que decirlo: hoy estoy bastante contento. Y, como hay cosas que se expresan mejor mediante los efectos (y dado que las causas sólo a mí me incumben), aquí van un par de homenajes a mi persona.

¿Qué podría ocurrirme condigno a mi alegría? Pues el ser por un día el sexto Jackson y bailar la robot routine con el bueno de Michael mientras canto Dancing Machine...




O cantar September con un falsete perfecto en compañía de Earth, Wind & Fire.




La felicidad, imagino, debe de ser abrumadoramente hortera.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Ha muerto Fernando Fernán Gómez

Qué pena. Cuántas cosas ha dejado hechas, y con cuánta dignidad.



Una imagen para el recuerdo: La venganza de Don Mendo. La escojo porque viéndola lloré de risa, y reír es lo más parecido a la felicidad que he conocido. Como para estar agradecido, vaya.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Una aportación de Fale

Este micropost va a resultar un tanto privado.

Ayer Fale me dijo lo siguiente sobre un amigo suyo: "Lo que le pasa es que es una persona con criterio. Y tener criterio es algo muy conveniente para todo el mundo, menos para él".

Todavía me estoy riendo.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Juicio sobre Manuel Marín

Manuel Marín se retira de la política. José Oneto ha dicho lo siguiente en Onda Cero: "era un lujo en un aparato que no se distingue por su brillantez".

Estoy de acuerdo en los dos juicios.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Ahí os quedáis: ilustres precedentes



Su Majestad el Rey se enfada y se las pira, pero esto no es original. Sarkozy ya lo había hecho. Y Fernando Delgado, María Antonia Iglesias y Rosa Regàs.

Y también Isabel San Sebastián.



Me acuerdo, claro, de Carme Chacón.



Por no hablar del más ilustre precedente: Chábeli Iglesias Preysler.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La inteligencia, la raza y Watson

Menuda marimorena. James Watson, todo un premio Nobel y descubridor de la disposición en forma de doble hélice de la estructura molecular del ADN, se ha mostrado escéptico respecto a una supuesta pusilanimidad que impide reconocer que no todos los grupos humanos han sido igualmente agraciados en sus facultades intelectuales. En consecuencia, todo un tumulto se ha desatado atizado por los medios de comunicación, concluyendo con la rectificación pública del ilustre biólogo y con su destitución de algún cómodo cargo honorario. A la mayoría le indignaron las declaraciones; unos pocos aludieron al escepticismo científico para que se examinasen en lo que aquéllas pudieran contener de verdad. En general, me quedo con la impresión de que pocos se molestaron en explicarse, siquiera a sí mismos, sus propias razones.


[Una tía con inteligencia]

Como estos revuelos se repiten de vez en cuando, recordé los arrebatos pasados a consecuencia de la publicación en 1994 de The Bell Curve, libro en el cual Richard J. Herrnstein y Charles Murray desarrollaban científicamente parecidas ideas y la relación entre la inteligencia, su supuesta heredabilidad, el estatus social obtenido en las sociedades desarrolladas y los grupos étnicos. Como quiera que los autores afirmaban la diferencia entre etnias en el aspecto intelectual, se vivieron entonces pasiones parecidas a las contempladas hoy. Ángeles Caso, por ejemplo, hizo pie en sentimentalismos y en el peso de su furor para publicar en un dominical un tierno pero olvidable artículo cuya síntesis vendría a ser: “si no queremos que sea cierto, ¿cómo vamos a tolerar lo que afirman estos racistas?”. Estas líneas, espero, aportarán argumentos para que algunos sepan por qué deben pensar como piensan.

Aunque no nos resulte fácil definirla, guardamos un consenso práctico acerca de lo que es la inteligencia. Estamos acostumbrados a valorar a nuestros semejantes como personas más o menos espabiladas de una manera similar a como estimamos su belleza o su buena educación. No es algo mensurable, sin embargo, de la misma manera en que lo son la estatura, la masa corporal o la velocidad a la que se recorre una distancia. En estos casos hablamos de la simple medición de determinadas características según un criterio universal, como lo puede ser un metro de platino iridiado o un reloj en buena sincronía. Cuando se trata de la inteligencia, en cambio, nos referimos a la adecuación de las capacidades de una persona a un concepto, con todo lo que éste tiene de intangible y aún irreal; no nos permite clasificar a los individuos linealmente, como sí podríamos hacerlo por ejemplo siguiendo el criterio de la estatura. Es más: si preguntamos a alguien por qué considera a una persona como inteligente, ésta seguramente responderá con una suma de observaciones, tales como que comprende rápidamente los problemas a los que se enfrenta, que siempre sacó buenas notas sin estudiar gran cosa, que manifiesta una agudeza particular en su contemplación de la realidad, que habla con propiedad, que tiene buena memoria, que resuelve cálculos lógicos y matemáticos con facilidad o que completa los sudokus que la mayoría abandona. Pensamos, pues, en muchas facultades tal vez heterogéneas. Los tests de inteligencia proceden de una manera parecida. Se han fabricado concibiendo a priori cuáles son los factores relevantes para su estudio, y objetivándolos en una serie de ítems a los cuales se les conceden pesos diversos según la importancia que se les supone para una teórica capacidad global. El resultado total es producto de un determinado cálculo estadístico, esto es, un artificio y no una medición simple. Elevar este artificio a entidad biológica es un vicio de reificación o, dicho más filosóficamente, de hipóstasis.

El problema de la inteligencia es, como se ve, uno de los más espinosos de la psicología teórica y aplicada, y en particular de la psicometría. Tomemos, por ejemplo, la definición ofrecida por el excelente manual de Psicología de D. E. Papalia y Sally Wendkos Olds:

Interacción constantemente activa entre la capacidad heredada y la experiencia del entorno, que da como resultado que el individuo sea capaz de adquirir, recordar y usar conocimientos, de entender conceptos concretos y (con el tiempo) abstractos, de establecer relaciones entre objetos, sucesos e ideas y aplicar y utilizar todo lo anterior con el propósito de resolver los problemas de cada día.


De esta definición me interesa destacar tres aspectos. El primero, la naturaleza mixta del concepto, su integración de herencia y ambiente. El segundo, el reconocimiento de la descomposición de la inteligencia en una serie, seguramente ampliable, de capacidades heterogéneas. El tercero, el principio teórico según el cual existe una única facultad que se expresa (“da como resultado”) en esa serie de capacidades. Los dos primeros, según lo hasta ahora sabido, son difícilmente atacables. Por el contrario, el tercero viene a asumir con excesiva candidez la existencia de una inteligencia global sin recordar su carácter de complejo teórico.

[Alfred Binet]
Artificiosos o no, los tests coinciden en gran medida con las manifestaciones de la inteligencia en la vida real: por ejemplo, predicen éxitos académicos y parecen aventajar a los sujetos con intereses intelectuales; por decirlo en una palabra, funcionan. Sin embargo, su uso ha degenerado en un abuso en entornos escolares, profesionales o en ciertas investigaciones; quiero decir que se intenta utilizar estas pruebas —con las limitaciones que tienen, habida cuenta de su método de fabricación— con fines para los que no fueron concebidos y para los que probablemente no pueden ser de utilidad. Como nos recuerdan muy bien Lewontin, Rose y Kamin en No está en los genes, Alfred Binet creó las primeras medidas de inteligencia con el fin de detectar a los niños en quienes se verificara un desarrollo intelectual limitado; estos niños habrían de beneficiarse de su “ortopedia mental”. No se trataba en su concepto de una capacidad principalmente hereditaria, sino susceptible de desarrollarse en gran medida con una adecuada formación y en un entorno favorable. Fue al exportar las técnicas de Binet al mundo anglosajón cuando, bajo la influencia de la ideología eugenésica de Francis Galton, se propuso a la inteligencia como una facultad heredable, invariable e innata del individuo. Lewis Terman o el muy fraudulento Cyril Burt son los principales promotores de estos principios que transformaron sin base alguna la estimación del cociente intelectual, desde su inicial carácter de índice y ayuda al educador, en un cálculo supuestamente objetivo del supuesto tope de una supuesta capacidad del individuo.
[Aquí Galton]

Todo se complica aún más cuando usamos en grupos artificialmente constituidos unos tests ideados para ser aplicados en individuos. En el caso que consideramos, se quiere agrupar a los individuos según criterios étnicos y raciales para proceder luego a una comparación entre colectivos. Antes de afrontar la pertinencia de dichos criterios, me permito reconocer que no se me ocurre ningún buen motivo por el cual sea interesante o conveniente establecer tales comparaciones, del mismo modo en que no deja de admirarme la coincidencia según la cual quien compara grupos étnicos siempre resulta ser defensor de la noción determinista de la inteligencia. Lo cual, a mi entender, delata importantes e indeseables prejuicios ideológicos en un tema en principio exclusivamente “científico”.

Este determinismo se funda en determinados cálculos de la heredabilidad de la inteligencia. Descontando el hecho de que seguramente no podemos suponer tal capacidad en términos biológicamente definibles, estos coeficientes han sido producto de investigaciones falseadas, como lo eran la mayoría de los estudios que tomaban como sujetos a gemelos monocigóticos separados al nacer. Además, establecer una causalidad simple entre el “patrimonio genético” y una facultad tan volátil es sumamente complicado: algunos científicos calculan que en la inteligencia se inmiscuiría hasta un 40% de los genes de cada individuo, lo cual disminuye en mucho la posible heredabilidad de la aptitud y la validez de su carácter consecuente respecto de una determinada carga genética.

En este punto nos conviene recordar la diferencia entre genotipo y fenotipo. El genotipo, o estado de los genes de un individuo, es producto de la herencia. El fenotipo es conjunto de las propiedades morfológicas, fisiológicas y conductuales del individuo; siendo en buena medida una consecuencia del genotipo, se diferencia de éste en su naturaleza cambiante y en su constante desarrollo. Un individuo puede reunir en su genotipo las más favorables condiciones para ser un excelente atleta, pero su desarrollo como tal dependerá de que las desarrolle mediante el entrenamiento o de que siga una vida sedentaria, esto es, de la evolución de su fenotipo. Pues a este último ámbito es al que correspondería incluir la inteligencia. Esto, se debe insistir, no supone negar redondamente la influencia genética sino incidir, dada su condición derivativa, en su posible modificación.

El concepto de raza no nos ofrece mayores seguridades en su aplicación a la especie humana. De entrada, ahora sabemos que en poblaciones bien delimitadas hay tal variabilidad genética que incluso dentro de una misma familia podían comprenderse lo que antaño se entendían como razas distintas. Por ejemplo, en todas las poblaciones humanas se manifiestan todos los grupos sanguíneos, aunque se adviertan distintas proporciones dentro de los grupos. Para ayudar en la explicación de estos particulares nació el concepto de raza geográfica, definida como una “población de individuos diversos que se emparejan libremente entre sí, pero diferente de otras poblaciones en cuanto a las proporciones medias de diversos genes”. Como efecto de esta definición cualquier población local relativamente aislada se entiende como raza, lo cual, sumado a la gran variabilidad genética dentro de las poblaciones, conduce a que ya no puedan describirse prototipos raciales como los que exhibían las enciclopedias de antaño.

Distintos estudios han examinado la codificación genética de las proteínas en todos los grupos humanos —esto es, lo que verdaderamente determinan los genes—, con el resultado de que el 75% de los tipos de proteína son monomórficos, idénticos en todos los seres humanos. Si hay alguna diferencia entre poblaciones, debería hallarse en las proteínas polimórficas, presentadas en dos o más formas alternativas como ocurre, por ejemplo, con los grupos sanguíneos A, B y O. Se ha encontrado que ningún gen polimórfico —determinante de proteínas polimórficas— discrimina tanto a un grupo como para que pueda ser considerado racial. Por tanto, las diferencias genéticas entre poblaciones humanas son insignificantes. Aún más: se sabe que la variabilidad genética dentro de los grupos es mucho mayor que fuera de ellos. Tan grande que, si un cataclismo acabara con toda la humanidad menos una sola población —constituida por, pongamos por ejemplo, aborígenes australianos—, esa comunidad aseguraría la preservación del 85% de la variabilidad genética humana. Lo cual nos lleva a que el concepto de raza humana sea rechazado por la inmensa mayoría de los científicos: de forma muy reveladora, más entre los biólogos que entre los antropólogos culturales. Los rasgos diferenciadores que permiten a algunos hablar de razas humanas son enteramente superficiales o se expresan en facultades o características simples. Y la inteligencia, sabemos, no es una facultad simple.

[Aquí un tipo muy inteligente]

En apretado resumen de todo lo anterior, expuesto de manera acaso un tanto abstrusa: la inteligencia es un constructo originariamente teórico y aglutinante de capacidades tan diversas que son difícilmente unificables en un solo dato numérico; lo cual compromete tanto la postulación de una causalidad biológica simple como sus posibles heredabilidad e inmutabilidad; del mismo modo, la existencia de razas humanas sólo se sostiene siguiendo criterios superficiales o arbitrarios, lo que descalifica cualquier comparación entre colectivos, cuyo resultado seguramente expresará desigualdades de estatus socioeconómico y de riqueza ambiental y no diferencias genéticamente determinadas.

Como se ve, fueron muchos los aspectos ignorados por el elemental, querido Watson cuando decidió meterse en semejante camisa de once varas. Aquí solamente se han señalado algunos. Es deseable que sirvan en la medida de nuestras posibilidades para quitarnos de encima esas malignas supersticiones de la inteligencia y de la raza en las que recaemos una y otra vez, y examinemos con claridad cuáles son los motivos últimos de nuestro regreso a prejuicios a veces aparentemente resguardados por argumentaciones científicas. Y propongo que nos decidamos de una buena vez a afrontar la pregunta más importante: ¿qué queremos hacer de nosotros mismos en el futuro? Creo que, una vez admitida la modestia del barro con el que estamos confeccionados, deberíamos inclinarnos por una constitución voluntarista de lo humano, más basada en lo que deberíamos ser que en lo que somos. Tal vez otro día me explique mejor a este respecto.

[Ramanujan, un genio hindú]

Para terminar, una observación marginal. Últimamente se populariza mucho el fundar las propias opiniones en consideraciones biológicas. Como ejemplos interneteros y dignos aparecen Arcadi Espada y la mujer-pez. Coleccionan con avidez teorías e hipótesis recogidas de los libros de Pinker, Dawkins y algunos evolucionistas para encarecer la influencia del factor biológico en la conducta humana. La homosexualidad, el impulso violento, las diversas cualidades, independientemente del juicio que merezcan, tienen para ellos sobre todo causas biológicas. Me gustaría que no olvidasen las consecuencias que en el pasado tuvieron parecidas certezas hoy tenidas por equivocadas o falsas: prácticas como las descargas eléctricas, la sobremedicación o la lobotomía. Y también me gustaría recordar que la teoría de la evolución, aplicada a las sociedades humanas, podría explicar cualquier cosa y su contrario, lo que nos debería invitar a la prudencia si queremos servirnos de ella para sancionar ciertos usos, por simpáticos que nos resulten, o actos de problemática moralidad. Un vicio al cual eran aficionados Herbert Spencer y Pekka Eric Auvinen, por ejemplo.
Addenda: Un poco de debate.
Publicado este post, con alguna modificación menor, en forma de artículo para el diario digital Galicia Liberal, provocó un debate que copio aquí porque me parece de interés. Si sigue habiendo comentarios que merezcan la pena, los iré consignando.
anonimo dijo:
Cuidado, que WATSON en uno de lo tíos que más sabe de genética y evolución del mundo. No vale el buenismo en esta cuestiones. Los progres dedujeron rápidamente que WATSON quería decir que los negros eran tontos, lo que en el fondo piensan los progres y a lo mejor usted.
En el mundo hay muchos tipos de inteligencia entre las poblaciones humanas. Usted y yo, en el Artico, pareceríamos subnormales. Lo que WATSON quiso destacar es que no hay pruebas de que poblaciones humanas separadas geográficamente durante miles de años, sometidas a condiciones ambientales muy distintas y si aceptamos la Ley de Selección de las Especies de Darwin, hayan desarrollado el mismo tipo de inteligencia. Para empezar, el cerebro de la mujer y del hombre, es distinto físicamente. El hipotálamo del hombre es mucho menos evolucionado, de ahí su violencia,.. En fin..
Es más, soy blanco, europeo, español, hasta es posible que sea suevo, o vándalo, o álano, o celta, y me pregunto, ¿soy inteligente?. Como dijo alguien, ¿estamos seguros que hay vida inteligente en La Tierra?.

Miguel Argüello dijo:
En efecto, las aclaraciones de Watson posteriores a la polémica seguían la senda de resaltar diferencias más que una inferioridad racial. Sin embargo, el escándalo se produjo gracias a expresiones como éstas: "There are many people of colour who are very talented, but don’t promote them when they haven’t succeeded at the lower level". Traduzco con ligereza: "Hay mucha gente de color de gran talento, pero no los promociones cuando no hayan cumplido en un nivel inferior". Decir esto refiriéndose a la gente de color -y no de todo el mundo- siempre tendrá un matiz derogatorio.
El artículo señala algunos de los obstáculos -no superados a día de hoy- a los que se enfrenta cualquier teoría de las diferencias raciales. Dicho de otro modo: hay que DEMOSTRAR que las diferencias existen, no lo contrario, y olvidarnos de los comentarios de café. Y, desde luego, andarse con mucho tacto. ¿O es que ya no recordamos a qué extremos se ha llegado con la justificación científica de la existencia de diferencias biológicas?
En cuanto a lo del hipotálamo... Habría mucho de qué hablar, comenzando por que lo característico humano es el hincapié en el "nurture" y no en el "nature".
Y no sea usted anónimo, caray, que no pasa nada por dar el nombre.

anonimo dijo:
Veo que va usted sobrado de buenismo y de todo, con ese buen rollito de "no pasa nada por dar el nombre, hombre". Aunque le parezca extraño, hay gente que no le gusta ser figurón y únicamente pretende aportar ideas que puedan salirse de la prensa (de prensar, de machacar) que dice ser progre. En cuanto a que no pasa nada, pregúnteselo a Watson, que tuvo que aceptar un retiro por la vía rápida porque la Fundación donde investigaba, no podía correr el riesgo de ganar "mala fama" por seguir teniendo en sus filas a un "racista".
Si se acepta la teoría de la evolución de Darwin está claro que existen razas, a simple vista está: un chino se distingue de un blanco europeo y de un negro africano a un kilómetro de distancia. Luego la lógica dice que tienen que existir otras diferencias, no sólo en la piel y debenencontrarse.
El racismo consiste en negar derechos a una persona en virtud de su raza (más bien de su religión, porque no eran una raza en sí y de hecho, el reconocimiento del judío en la mayoría de las ocasiones era por los apellidos o por la circuncisión del pene), que es lo que hicieron los alemanes en el III Reich y otra mucha gente en Europa en esa época (que va a parecer que lo hizo Hitler sólito todo ello), no en negar las diferencias raciales.
En cuanto al hipotálamo del hombre, es claramente diferente del de la mujer y ahí radican muchas explicaciones de las diferentes conductas de los sexos.
Por supuesto que la "nature" es vital en el comportamiento. Y si no se tiene en cuenta al estudiar problemas de conducta, será difícil encontrar las soluciones adecuadas. Probablemente, las desviaciones de conducta (neurósis, psicopatías, etc...), están más relacionadas a defectos congénitos o genéticos de lo que pensamos. El pensamiento científico tiene que ser pragmático y enfrentarse a la realidad o a la incertidumbre, incluso cuando no es políticamente correcto.
Y no nos llamemos a engaño. Existe un racismo, en el sentido biológico y estético, no en el jurídico, innato al ser humano. Por eso debe tenerse siempre presente y extremar la vigilancia. Cualquier espabilado manejador de masas puede explotarlo para sus fines en cuanto la situación le sea propicia.
El hombre se ha pasado y se pasa toda la vida cruzando perros, caballos, etc..., para obtener una cualidades físicas determinadas. Un caballo de pura raza árabe alcanza precios astronómicos frente a un percherón alsaciano. Hay concursos donde se mide a las blancas, a las negras y a las chinas, para elegir a la mejor representante de la "raza". El trasero de algunas negras africanas es el resultado de un proceso de selección de los reyes africanos entre las miles de negras que les eran entregadas. En fin.

anonimo dijo:
Digamóslo más claro. Si Watson hubiera dicho que pudiera haber diferencias genéticas entre las razas humanas debido a su evolución durante miles de años en ecosistemas muy diferentes y que "pudiera ser que los negros fueran los más inteligentes, seguidos de los amarillos y los más tontos los blancos" , no hubiera pasado nada y hasta es posible que le hubieran dado otro premio Nobel para unir al que ya recibió en su día por sus descubrimientos genéticos. Lo políticamente correcto y la tontuna intelectual se han incrustado a todos los niveles. Teniendo en cuenta que le dieron el Nobel de la Paz a un personaje como Arafat, está claro por donde van los tiros.
El que en todo ve racismo, probablemente es un racista.

Miguel Argüello dijo:
Me vuelvo a explicar: creo que Watson no tiene razón no porque yo sea más o menos "buenista", sino porque, entre otras razones, el concepto de raza humana está aún por ser demostrado.
"Si se acepta la teoría de la evolución de Darwin está claro que existen razas, a simple vista está: un chino se distingue de un blanco europeo y de un negro africano a un kilómetro de distancia. Luego la lógica dice que tienen que existir otras diferencias, no sólo en la piel y deben encontrarse"... Pues no, no es cierto que eso esté tan claro, ni es cierto que lo diga la lógica. Lo que hay que demostrar (lo cual cambia carga de la prueba, vaya) es que la diferencia étnica o racial existe, y no lo contrario. Y aún estamos esperando.
Es más, no se puede aceptar una comparación simple entre la especie humana y otras animales como los perros y los caballos. En el caso humano, la presunta variación genética entre presuntas razas (muy aparente y espectacular al fijarnos en el color de la piel o en la prevalencia de ciertas enfermedades) oculta una muy real homogeneidad. La variación genética se encuentra, de manera abrumadoramente mayoritaria, dentro de una misma población. La conclusión es evidente para este debate si nos acordamos de que la facultad supuestamente unitaria de la inteligencia se ve afectada por una cantidad enorme de genes, y no por uno o dos como nos podría hacer creer un ingenuo determinismo biológico.
Y ya que es usted aficionado al argumento de autoridad, le transmito el resultado de una encuesta efectuada a 1200 antropólogos estadounidenses en 1999. La pregunta es: "¿Está usted en desacuerdo con la afirmación de que hay razas dentro de la especie homo sapiens?". El tanto por cierto de síes (es decir, de desacuerdo en la existencia de razas humanas) era de un 69% entre los bioantropólogos y de un 80% entre los antropólogos culturales. Léase por ejemplo el siguiente artículo de la revista Current Anthropology.
Una curiosidad más. Ya se ha planteado la posibilidad de que la "raza" caucásica no sea la más inteligente. Los mejores resultados en los tests los vienen mostrando los asiáticos...
Una observación un tanto marginal en torno al asunto del hipotálamo y las diferencias sexuales. En la reciente entrevista a Antonio Damasio en el dominical de El País, el eminente neurocientífico habla mucho de las diferencias cerebrales entre, por ejemplo, hombres y mujeres y de la causalidad biológica de la conducta humana. A pesar de que su especialidad le podría convertir en un biologicista a machamartillo, tiene a bien encarecer el factor ambiental de manera inequívoca. Cito:

Todo ese maravilloso volcán de emociones, sentimientos y pensamientos que definen a una persona, ¿se podrán algún día reducir a meras fórmulas bioquímicas?
No, no lo creo, y además no tendría ninguna utilidad. Hay partes del cerebro que realmente pueden ser descritas en términos bioquímicos y podemos describir cómo funcionan las neuronas, pero no podemos explicar que una persona se comporte de una determinada manera, porque eso depende de sus relaciones con los demás, de las influencias sociales y culturales que recibe. La complejidad del cerebro es tan enorme que resulta imposible describir lo que hacemos sólo en términos de reacciones bioquímicas o neuronales.


Fin de la cita. Al margen, le diré que procuro animar a todo el mundo a que aporte su nombre en Internet porque detrás de los anónimos suelen ocultarse quienes no aportan razones ni argumentos (no es su caso), los que formulan descorteses juicios de intenciones (como lo es el aludir a mi posible "buenismo" o tenerme peyorativamente por un "progre") y los trolls (tampoco es su caso). Usted verá si se trata de ser un figurón o no. De todos modos, le aclaro que está por demostrarse que yo haya tildado a nadie de racista, tanto en el artículo como en estos comentarios. Además, para que vea, estoy muy de acuerdo con usted en la existencia de un racismo inherente al ser humano y en que debemos "extremar la vigilancia".

anonimo dijo:
El determinismo biológico existe y hay miles de pruebas que lo atestigüan. Puede ser debido a un gen en unos casos y a cientos de ellos, en otros, pero no por ello deja de ser el mismo determinismo, aunque sea más difícil de estudiar cuanto mayor sea el número y la complejidad de la conducta o enfermedad concreta que esté en análisi .
La diré algo. Esa cita que usted hace de Antonio Damasio es un perfecto ejemplo del pensamiento buenista, progre y cursi hasta la respulsión: "Todo ese maravilloso volcán de emociones, sentimientos y pensamientos que definen a una persona, ¿se podrán algún día reducir a meras fórmulas bioquímicas? No, no lo creo, y además no tendría ninguna utilidad". ¿Usted cree que alguien con mentalidad científica puede hablar así?. "Maravilloso volcán de emociones...". Y lo de "no, no lo creo", como si fuese una cosa de fe. "Y además no tendría ninguna utilidad"... Joder, si un psicópata con tendencia al asesinato o a la violación pudiera curarse con un paquete de pastillas (como hoy se controlan otras enfermedades mentales), vaya si tendría utilidad. Este tío quiere quedar bien y nada más.
Y con lo del buenismo, sólo quería advertirle, ya que parece usted tan bien intencionado, porque es una de las plagas de ésta época y un enemigo de la libertad de pensamiento. Ya que tiene tantos conocimientos, líbrese del buenismo y tendrá muchos más...
La naturaleza es cruel y no es igualitaria. Ya desde el nacimiento, hay personas que son bellísimas y hay otras que son feas: la aceptación social de unas y otras va a ser diferente toda la vida. Y el éxito de la cirugía estética actual es porque los feos quieren ser guapos y no al revés.
Los caballos, los perros, los humanos, sómos todos animales mamíferos y no veo la diferencia entre nosotros, sinceramente. Tenemos los humanos una mayor capacidad de cambiar el medio en el que vivimos para adaptarnos a él en base a lo que se supone una mayor inteligencia, inteligencia que es un defecto en la evolución de las especies, al convertirnos en especie de poca duración comparada con otras (en pocos millones de años son ya varias especies de homínidos las que se han truncado y desaparecido), es decir, de poco "éxito" desde el punto de vista biológico, en contraposición a otras especies "campeonas", como las cucarachas, que serán las que vean el fin del planeta dada su capacidad de adaptación. En realidad, la inteligencia nos convierte en individuos aislados, que cooperan ocasionalmente por interés y nos desvincula del concepto de especie.
La procreación para nosotros no depende de la esclavitud de los instintos, el mecanismo del que se sirven los genes para transmitirse, como en las otras especies y al tener conocimiento de la muerte, el universo para nosotros existe mientras estamos vivos y muere con cada uno de nosotros. Se puede comprender que haya personas que busquen consuelos en la religiones o traten de trascender más allá de la materia y de la biológia, pero esa es otra historia que tiene poco que ver con la ciencia. Acabaremos siendo polvo que formará nuevas estrellas y eso es todo.
anonimo dijo:
Como apunte a este debate, las mujeres de caderas anchas y cintura estrecha pueden tener hijos más inteligentes debido al alto contenido de ácido de las grasas poliinsaturadas que se encuentran en las caderas, fundamentales para el desarrollo del cerebro del feto. Según Semanal Digital, es un estudio que publicará esta semana la revista oficial de la Evolution and Human Behaviour Society, realizado por tres Universidades Norteamericanas. Las mujeres de caderas estrechas carecen de esos nutrientes así como las madres adolescentes. No sé como encajara exactamente esto en el tema que se trata pero ¿la madre de Chavez tenía las caderas estrechas?. Y que conste que la buena señora no es responsable de la estupidez de su hijo. Se puede ser inteligente y muy estúpido.

anonimo dijo:
Solo quisiera aportar una pregunta a este hilo pues aunque me considero librepensador dudo que si se puede hablar de inteligencia del Sapiens, no sea en si misma una contrainteligencia por instinto de sobrevivencia.¿Si los físicos matematicos logran confirmar la multidimensionalidad estructural del ,llamemosle, esencialismo universal comprobable, no se si de once o doce dimensiones, tendremos que considerarnos genéticamente encriptados por naturaleza? Y permitanme que le de la razón a los que opinan que lo del anónimato es más instinto de autoprotección devenido por la experiencia profesional, que otra consideración cualquiera.

Miguel Argüello dijo:
Empiezo a sospechar que contra lo que expongo se están empleando argucias del estilo "hombre de paja": hacerme decir lo que no he dicho para acomodar mis argumentos a las necesidades del propio discurso. Ni siquiera sé si los comentarios vienen de varios contribuyentes o de una sola persona en sucesivos arrebatos polémicos. De todas formas, como veo que en general ya no estamos en condiciones de aportar gran cosa que suponga una novedad, me limito a hacer unas observaciones con la intención de que sean por mi parte las últimas.

1º Nunca he negado la existencia del determinismo biológico. Sí he criticado un determinismo ingenuo que pretende convertir a la genética o a la configuración cerebral en un "explicalotodo". A día de hoy, los conocimientos al respecto nos exigen prudencia. Los factores ambientales tienen un peso enorme, y los datos nos permiten sospecharlo así en el caso que nos ocupa, que es el de la inteligencia.

2º Como podrá comprobar pinchando en el enlace a la entrevista a Damasio, la pregunta tan cursi acerca del "maravilloso volcán de emociones", etcétera, corresponde a la periodista, de repente apoderada por el estro poético. Si aparece todo amontonado en un mismo párrafo provocando la confusión se debe a las deficiencias en la edición de los comentarios.

3º Parece confiar bastante en el control del comportamiento mediante la farmacopea. Sin subestimar los enormes logros en este campo, le debo advertir (puesto que he trabajado en ello) de que no suponen, ni mucho menos, una panacea. Cualquier psiquiatra le podrá comentar que el uso de un "paquete de pastillas" es como matar moscas a cañonazos.

4º Y dale con el buenismo. Limítese a argumentar, hombre, y deje de colgar etiquetas.

5º La naturaleza no es bondadosa ni cruel. Es lo que es y se acabó. Aplicarle categorías morales es como suponer intenciones a los animales, error típico de tantos documentales de vida salvaje y demás.

6º El homo sapiens se diferencia de otros mamíferos en que su evolución y desarrollo diferencial, si se puede decir así, es muy tardía; las idiosincrasias étnicas o "raciales" son, en consecuencia, superficiales.

7º Mucho cuidado con irse formando una casuística pescando de aquí y de allá ciertos estudios... Conclusiones estadísticamente significativas pueden no significar NADA en nuestra experiencia cotidiana. Por ejemplo, la archiconocida y archidemostrada superioridad de los hombres en pruebas lógicas y de las mujeres en pruebas verbales.

8º El nihilismo trascendental entiendo que escapa a los términos del debate. La pregunta contenida en el último comentario me resulta sencillamente incomprensible.
anonimo dijo:
Opino que lo de Watson fue sacado de contexto. Se estaba refiriendo al fracaso de la mayoría de proyectos de desarrollo en Africa impulsados por los blancos. Intentar promocionar sociedades tribales de golpe a la vida tecnológica occidental, sin que hayan sufrido pasos intermedios, a eso se refería.
Es el mismo tipo de fracaso que ha ocurrido en muchas partes del mundo cuando se ha querido imponer un sistema democrático a lo "anglosajón". Ha fracasado. Y no me refiero a Oriente Próximo, sino que ha fracasado realmente en el mundo latino, donde la gente carece en general de una auténtica mentalidad democrática, porque no hubo el "éxito intermedio" que sufrieron los anglosajones con la Reforma Protestante y la Revolución Industrial. La UNICEF tuvo que reconocer hace años el fracaso de un proyecto en una región africana de unos dos millones de personas. Llevó comida, asistencia médica, etc... El índice de mortandad infantil cayó en picado, la desnutrición desapareción, etc... Al cabo de unos años, en vez de alimentar a dos millones, se encontró con el problema de que había que alimentar a veinticinco millones. No lograron bajar las tasas de embarazo y tuvieron que abandonar.
En Europa ha habido una selección en pro de la inteligencia tecnológica: ha habido individuos como Newton, Carnot, Fermi, Einstein, etc... Tienen éxito social en una sociedad que les necesita. Cada vez es más frecuente ver a niños que manejan los más complicados artilúgios electrónicos, cuando apenas han aprendido a andar, causando el desconcierto de muchos adultos. En Africa pueden haberse producido mutaciones que dieran lugar a nacimiento de negros capaces de comprender la física de las subpartículas atómicas, pero esas mutaciones no habrán tenido continuidad genética, porque eso no se aprecia socialmente cuando vives en una tribu donde la principal preocupación es que los leones no se coman tu ganado o a tí mismo. Creo que el primer interviniente que contestó a Argüello es lo que mantiene: que lo de Watson fue sacado de contexto por un pensamiento "políticamente correcto" extraordinariamente extendido hoy día, al que se pliegan incluso muchos científicos, por temor posiblemente a que pueda sucederles lo que le ha sucedido a Watson. Han disparado todos unísonamente sobre él, independiente de los conocimientos de genética y de evolución que puedan tener.
La ciencia a veces tiene que realizar hipótesis, para someterlas a estudio, que van contra las ideas aceptadas o contra ideológias políticas poderosas. Y este respecto, he decir que mientras el liberalismo se ha basado en el pragmatismo, las ideologías conocidas como de izquierdas son bastante obstrucionistas cuando los estudios amenazan destruir sus viejos mitos colectivizadores y "reformadores" del individuo y de la sociedad.
Y finalmente, ya que parece preocuparles en este debate, cuidado con el nacionalismo, que es peor que el antiguo racismo, historicamente consustancial al ser humano por temor o desconfianza a lo que es diferente a simple vista como es el color de la piel. Los nacionalismos excluyen a personas que son de la misma raza, lo que ya no se basa en algo irracional pero "instintivo", sino que es un perverso refinamiento capaz de conducir a los mayores disparates. Es famoso lo sucedido en Alemania en la reunión de jefes nacionalsocialistas en 1943 donde se decidió la "solución final". No pudiendo ponerse de acuerdo los asistentes sobre quien era y no era judío, al final Himmler acabó el debate diciendo: "Basta, quien es y quien no es judío, lo decidiré yo".
Miguel Argüello dijo:
El último y, ay, anónimo comentario, aparte de ser bastante aclaratorio, permite entrar en un debate un poco distinto. Sigamos su razonamiento: si tomamos a un bebé masai y lo introducimos en el entorno de una sociedad industrial avanzada, lo más probable es que cuando crezca sea incapaz de "comprender la física de las subpartículas atómicas (sic)" porque la historia evolutiva -genética- de su etnia y de su "raza" no le ha preparado para ello.

Pasemos por alto el hecho de que la gran mayoría de los habitantes de las sociedades industriales avanzadas no comprende las leyes que rigen a las partículas subatómicas (¿tal vez no se les ha transmitido la adecuada mutación genética? ¿De qué mutaciones hablamos? ¿Quién las ha demostrado?). Entiendo que no se menciona una hipótesis bastante menos atrevida y más parsimoniosa, que cabría examinar: que la magnífica adaptación de un masai, un inuit o un occidental a sus respectivos entornos se debe a su historia individual de aprendizaje y no a que su "rama evolutiva" haya privilegiado capacidades cualitativamente distintas. ¿Es acaso un vicio de "petición de principio" el suponer a priori que todos los seres humanos tienen facultades homologables? ¿No es más indebido suponer, igualmente a priori, que según la etnia o la "raza" a la que se pertenezca las capacidades intelectuales varían hasta un nivel significativo en nuestra vida cotidiana? En mi criterio (absolutamente científico: véanse las indicaciones de Mario Bunge sobre la investigación y su necesidad de enmarcarse en una determinada línea de conocimiento sin hacer indebidos saltos epistemológicos) lo que se ha de demostrar en todo caso es la diferencia de capacidades según las poblaciones, no la igualdad.

No afirmo, aclaro, que no se puedan formular tales preguntas en términos científicos; afirmo que todavía no se ha podido hacer; ni mucho menos, de momento, demostrar. ¿Dónde está el estudio que haya evaluado EN IGUALDAD DE CONDICIONES las capacidades intelectuales de distintas muestras, digamos, étnicas? Porque es así como se plantean los problemas en el ámbito científico y lo demás es una conversación de sobremesa. Las hipótesis no son más científicas porque vayan contra las ideas aceptadas; la osadía (que no es lo mismo que el libre pensamiento, mucho ojito con esto) no aporta un valor de veracidad; sí lo hace la capacidad de generar, dentro de una tradición científica, nuevas líneas de investigación que profundicen en campos del conocimiento susceptibles de plantearse preguntas en los particulares términos que exige el método hipotético-deductivo. Es decir, hay preguntas científicas y acientíficas, y hay opiniones sin mayor valor. Es acientífico preguntarse por la existencia de Dios, las implicaciones del súper-yo o nuestra dependencia respecto de la posición de las constelaciones. Afirmar que el africano está a priori menos capacitado para entender el funcionamiento de una economía compleja, por ejemplo, es una opinión emitida sin que de momento haya base alguna.

Luego podríamos hablar de los momentos en que se produce un cambio de paradigma, pero por de pronto ése es otro cantar...

Creo, además, que ligar el mayor o menor éxito de determinados programas de desarrollo a las capacidades de sus beneficiarios es de una enorme temeridad. Como lo explica muy convincentemente John Kenneth Galbraith en "Naciones ricas, naciones pobres" y lo sabe hasta el mismísimo Milton Friedman, no se pueden introducir patrones económicos complejos ni procesos de producción industrial en sociedades donde la población en general no ha accedido a una formación suficiente y donde hay un mercado basado en el sector primario. Pero eso no depende de que sean más o menos inteligentes ni de que tengan unas capacidades distintas, sino de los distintos trayectos recorridos por dichas sociedades. Es decir, que se trata de un problema más apto para las ciencias sociales que para la biología.


Para terminar, señalaré que creo detectar una cierta tendencia a considerar como falsas, sin mayor examen, las posturas que coincidan en apariencia con lo "políticamente correcto". No creo representar ese tipo de discurso porque me esfuerzo en argumentarlo hasta donde me es posible. Por eso veo como una inconveniencia un tanto irritante que se me insista tanto en que me corrija, basándose únicamente en que he representado tales puntos de vista. He recibido formación científica y me he preocupado por la epistemología; no soy un "progre", ni un "buenista", y me trae sin cuidado ser políticamente correcto; no me pronuncio sobre todos los temas que se me presenten porque me apetece ver las cosas por mí mismo y sólo hablo de lo que creo comprender. Y como no conservo complejos al respecto, me considero, sin un rastro de arrogancia pero tampoco de pusilanimidad, un librepensador. Las etiquetas no van conmigo, y no tengo la mala costumbre de aplicarlas a los demás. Sobre estos malos hábitos intelectuales seguramente me pronuncie en un artículo como es debido.


anonimo dijo:
Intervengo en el debate para exponer lo que creo un ejemplo de la evolución de las especies a través de la transmisión genética. No hace mucho, una persona anormalmente alta, dos metros veinte, dos metros cuarenta, carecía de ventaja competitiva. No los querían ni en los ejércitos ni siquiera para hacer de muerto (eran muy visibles, muy expuestos en el combate, necesitaban más alimento, su agilidad no era buena, etc..). Se exhibían en ferias de circo de tres al cuarto como "pasen y vean al gigante". Hoy día, el baloncesto, en la sociedad occidental, tiene gran predicamento. Esos humanos excesivamente altos, han encontrado un nicho de éxito social. Tienen éxito con las mujeres. Engendran hijos, muchos de ellos muy altos y así sucesivamente. Unos genes que provocan un crecimiento que da poca ventaja competitiva durante miles de años, no tenían muchas posibilidades de transmitirse. Ahora, son genes que se transmiten a toda velocidad. Las mujeres quieren ser altas porque las más cotizadas modelos lo son y buscan tíos altos para reproducirse. Antaño, una mujer excesivamente alta sobre la media, no tenía nada que hacer. Esta es la evolución de las especies.

Los genes que se transmiten son los que dan alguna ventaja competitiva en un nicho adecuado cuando ello supone "exito". Lo mismo que los genes de la altura, sucede con todos, sean constitutivos del desarrollo cerebral o sean constitutivos del color de la piel. La piel es un órgano más del cuerpo, como lo son los huesos o lo es el cerebro. De todos modos, los genes propiciatorios de la inteligencia tecnológica, tan apreciada en occidente, no se transmiten con la abundancia que se supondría, debido a que las personas de inteligencia tecnológica, se reproducen menos, por su propia complejidad mental que parece hacerles desistir de tener descendencia.

En cuanto a las teórías físicas complejas, efectivamente, muchas personas pueden estudiarlas, aprenderlas y usarlas. Pero comprenderlas, realmente lo que se dice comprender sus implicaciones, es otra cosa muy diferente. Mucha gente que cree comprender la teoría de la Relatividad de Einstein (hay quien piensa que estableció que todo es relativo, cuando realmente estableció verdades absolutas del Universo como que la velocidad de la luz en el vacío es de 300.000 Km/Seg, independiente de la velocidad que lleve el objeto emisor de la luz o que la masa equivale a una energía según la famosa ecuación E=M x C2), lo que comprende son los ejemplos que expuso (el espacio se curva como cuando sobre una membrana tensa, dejamos caer una bola de acero. La membrana se comba, como lo hace el espacio por efecto de la gravedad, y la bola rueda absorbida hacia el centro, y cosas así, pero esto es muy elemental) para que se pudiera entender lo que quería decir. Sin embargo, la inteligencia de Eisntein no estaba preparada para comprender la física cuántica e incluso llegó a negar que eso pudiera ser cierto, el que una partícula atómica pudiera ser al mismo tiempo materia y onda de luz, la existencia de los quarks, etc...

Hay muchos tipos de inteligencia, y ninguna es superior a la otra; es clásico lo de las mentes dotadas para la música o para la pintura. En cada medio se transmite con más profusión, por ser más necesaria o más apreciada en ese medio, la que más "éxito" tiene en él. Hace dos mil años, unos griegos podían filosofar debajo de un higuera comiendo almendras porque no tenían que defenderse de los leones. Los africanos si tenían que defenderse de los leones. No estaban para filosofías. Los genes que acaban transmitiendose durante cientos de años en dos ambientes tan diferentes, sobre todo a nivel de constitución cerebral, son muy distintos. Identificarlos, poder actuar sobre ellos, etc,.., es otra cosa, que sin duda se logrará. La medicina, sin duda, también altera la transmisión genética. A principios del siglo pasado, el gen de la diabetes mellitus prácticamente estaba en recesión. Los seres con esa enfermedad, no prosperaban, no se reproducían. Hoy es un gen en expansión. La insulina permitió a esas personas con ese mal, llevar una vida bastante normal y reproducirse. Hoy hay cientos de miles de personas portadoras de la diabetes mellitus.

Por otra parte, no hay que temer hablar de razas, porque existen. Un negro no sólo se diferencia de un blanco en el color de la piel. Su nariz se ha adaptado a respirar aire caliente y la del blanco a aspirar aire frío. Un chino tiene la piel amarillenta y los ojos cubiertos de grasa en los párpados para protegerlos del frío. Hay otras muchas diferencias, pero estas son muy visibles (los genitales serían visibles si fueramos desnudos). Pretender que las diferencias se detienen en los aspectos externos es ilógico.

Estoy de acuerdo con el interviniente anónimo anterior en que los mayores casos de racismo, los más sangrientos, por así decirlo, y los más difíciles de combatir son las persecuciones "racistas" dentro de la misma raza, las que han prodigado los nacionalistas: es de otra raza el que se me opone políticamente. Esto si que no tiene nada que ver con los genes. Debería estudiarse como un trastorno de la personalidad de los que lo siguen y lo creen (es evidente que muchos de los que lo promueven, sólo están aprovechándose de los otros).

Fdo: Carlos

anonimo dijo:
Soy aficionado a estos temas y he seguido este debate. Le diría a Argüello que esa preocupación por el anonimato y no anonimato, pudiera tratarse de una patológia. Llega en un momento a olvidarse de poner su nombre y escribe de nuevo para decir que el artículo anterior era de él. Supongo que el último comentario también es de él, no aparece firma, y tampoco se ha dado cuenta para rectificar el "fallo", lo que puede indicar algún tipo de furia interna.

Me ha dado la impresión que los intervinientes al artículo original de Argüello están tratando de hacer una defensa en general de la figura de Watson más que debatiendo punto por punto el pensamiento de Argüello, muy acadecimista (a mi entender) en su exposición. En general, la postura de los intervinientes anónimos me ha quedado más clara que la del Sr. Argüello, que me parece más de templar gaitas, (que no se enfade)independiente de que pueda uno estar de acuerdo con lo vertido en cada caso.

Soy liberal, por eso visito éste periódico, y en general, los liberales olfateamos a distancia a los colectivizadores. Por ejemplo, esa complacencia que parece demostrar Argüello cuando se apoya en el economista Galbhrait comparado cuando menciona al economista liberal, "y hasta Milton Friedman", dice, no sé, no sé....; es como cuando un agnóstico abortista, intentando apoyar un argumento ante un antiabortista, dice que "y hasta el Obispo tal mantiene lo que digo yo". Es como cuando los fabianos tratan de pasar por liberales a la espera que llegue su hora. Es ese tufillo de azufre colectivo que no sé, no sé,...

Lo que no sé es mucho de genes y evolución, pero hay cosas que se ven a las claras. Un individuo, adecuadamente enseñado, puede aprender muchas cosas, está claro. Pero que existe una predisposición en cada individuo para una cosa más que para otra, está más claro todavía. Se ve hasta en los niños pequeños, a simple vista, vamos, sin que haga falta hacer muchos análisis. El socialismo, en la URSS, pretendió hacer un "hombre nuevo". Cambió el ambiente durante sesenta años y ya vemos ahora el hombre nuevo que ha hecho: ninguno (en realidad, creían más en la teoría de la evolución de Lamark que en la de Darwin; esto si me lo sé porque leí la biografía del chiflado soviético Lysenko).

A una persona se le puede enseñar educación pero cambiar su naturaleza, imposible. La cabra siempre tira al monte. Parecemos muy civilizados en nuestra sociedad occidental, pero si un día el hiper se queda desabastecido por una huelga u otro percance serio, salen las navajas ante los estantes. He pasado alguna situación de esas (una leve huelga de transportes, no te digo si es algo más grave) y no vi a nadie decir, "no, por favor, coja, coja usted éste último pack de leche...". Aparentemente pacíficas mujeres, con sus carros, arrollaban a ancianos, niños y lo que se pusiera por delante entre ellas y el estante menguante del pan y de la harina... Bueno, pero si hay hasta hostias para hacerse con las últimas entradas de un derby de fútbol y entre gente perfectamente trajeada y perfumada (eso lo he visto,), que no es ningún bien básico para la subsistencia. En fin.

Lo que no cabe duda es que Argüello sabe despertar el misterio. Esperamos ansiosos ese artículo que está pensándose escribir. Lo escribirá, no lo escribirá, lo escribirá, no lo escribirá,....??. Emoción, intriga, dolor en la barriga.

anonimo dijo:
Tengan en cuenta los intervinientes que Argüello da su nombre y tiene blog propio, con lo que evidentemente, nunca podrá hablar con el desparpajo y contundencia que lo hacen los anónimos.

Dicho esto, creo que Argüello hace una extensión del principio ético "todos los hombre son iguales ante la ley", que se han dado las personas civilizadas a sí mismas, (lo que es una novedad en la historia humana, prácticamente tiene menos de cien años frente a millones de años de evolución) al campo biológico "todos los hombres tienen o están dotados de las mismas capacidades de aprendizaje, o de entendimiento", o de inteligencia, o algo así, lo que es rotundamente falso. Incluso ese principio ético de todos iguales ante la ley, desde el punto de vista de la evolución puede ser pernicioso: es algo extraño a la naturaleza, donde todo está jerarquizado.

Cada vez veo más mezclados temas morales (y no digamos ideológicos) con temas biológicos. Los genes "quieren" transmitirse, para bien o para mal, son ciegos, y usan para ello como herramientas a una rata, una tortuga, una sabandija o una persona. No debe olvidarse. No tienen ninguna finalidad. Sólo transmitirse.

Miguel Argüello dijo:
Insisto en que se me está haciendo decir lo que no he dicho.

Carlos: acepto el ejemplo sobre la transmisión de la estatura, pero no me parece comparable con la inteligencia, que muy probablemente implique una enorme cantidad de genes (como ya dije, se estima que hasta un 40%), lo cual complica la posibilidad de una heredabilidad simple. No niego la transmisión genética, sino la creencia de que cualquier cosa depende sobre todo de los genes; hay unos caracteres que mucho y hay otros que no tanto.

Si consiguiéramos hacer nacer un clon de Einstein ahora mismo, lo más probable es que con una formación adecuada (nada espectacular) comprendiese lo que hoy en día es conocimiento científico corriente. Las limitaciones del insigne científico se debían a que era un hijo de su tiempo, no a que no estuviera biológicamente preparado.
Los africanos (¿se da cuenta de lo enorme que es el continente como para englobarlo en un solo brochazo?) hacían más cosas aparte de defenderse de los leones: cada tribu creó una tradición oral y una cosmología, por ejemplo, en sus ratos libres, tal como lo hacían los normandos y tantos otros.

Le cito: "Los genes que acaban transmitiendose durante cientos de años en dos ambientes tan diferentes, sobre todo a nivel de constitución cerebral, son muy distintos. Identificarlos, poder actuar sobre ellos, etc,.., es otra cosa, que sin duda se logrará". Vale, no me cierro a la posibilidad de tal logro, pero seguimos esperando. Mientras no se identifiquen tales genes no se pueden hacer afirmaciones categóricas al respecto. En el terreno de las ciencias naturales NADA es evidente por sí mismo.

De acuerdo con lo de los nacionalismos. No hay nadie más antinacionalista que yo. Pero no sé que pinta el nacionalismo en este asunto, la verdad.

Anónimo: por decirlo suavemente, su aportación a este debate no puede ser descrita como constructiva. Se esmera en descalificarme (tal vez padezco una "patología" o una "furia interna", desprendo "tufillo de azufre colectivo"...) y luego argumenta con un "hay cosas que se ven a las claras". Si ese es el nivel en el que se mueve, usted a lo suyo; y siga teniéndose por liberal, si gusta.

Último anónimo: No se trata de ampliar el principio político y ético de la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos al campo de la biología, y creo que nunca he sugerido tal cosa. Sí afirmo que mientras no se demuestre lo contrario (y NO se ha demostrado, requeteinsisto) debemos conservar el supuesto básico de que las capacidades intelectuales no varían en función de las poblaciones. No porque sea lo más bonito, sino porque es lo más prudente en términos epistemológicos. Creo que quien ha aportado al debate datos y razones fuera del ámbito moral he sido yo; no me atrevería a decir lo mismo de otros intervinientes -le diría quiénes, pero no puedo... (es broma)-.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Nace un blog

Sí, señores. Hoy ve la luz De jardines ajenos, donde aparecerán textos cosechados aquí y allá según el criterio de mi propio interés, admiración o capricho. Que nadie se chive a la SGAE...

Comenzamos con un instructivo artículo en el cual se reflexiona como es debido sobre ciertos aspectos de los servicios públicos. Gracias al Feedburner se podrán consultar las sucesivas actualizaciones mediante los enlaces correspondientes en la columna de la derecha.

martes, 30 de octubre de 2007

L'irritation de M. Sarkozy

A mí Sarkozy me parece un personaje (digo bien: personaje) fascinante. Aclaro que la fascinación es una sensación que nada tiene que ver con la simpatía o antipatía producida por el objeto. Igual puede quedar uno absorto estudiando una araña que contemplando el cuerpo de su amada. Aquí una última muestra del carácter de Monsieur Le President cuando le preguntan sobre los rumores de crisis en su matrimonio.




Descontada la acritud en sus reacciones, me parece que la retirada de la entrevista no es una mera espantá, sino una reacción digna y humanizadora del estadista. La decisión de emitir estas imágenes, eso sí, me parece indignante y alejada de la estatura que se le supone al mítico 60 minutes. Uno tiene estas manías: despreciar el off the record, el rumor, el margen de la noticia, lo que no se concibió para ser público.

lunes, 29 de octubre de 2007

El caso del nen

La diferencia entre Eduardo Mendoza y un servidor: el primero es capaz de decir todo lo que merece la pena decir sobre el asunto, y con una economía de medios para mí inalcanzable. Sirva esta copia de su columna como rendición de pleitesía.
Presente

Un tipo pega a una persona en el metro de Barcelona, la acción queda grabada y los medios la difunden repetidamente, lo que desencadena una espiral de comentarios. Al final las circunstancias acaban prevaleciendo sobre el hecho en sí. Un fenómeno de nuestros alterados tiempos. En sus célebres coplas, Jorge Manrique afirma que lo presente en un punto se es ido y acabado. Una idea obvia que ya no nos vale. Hoy el presente sigue siendo presente mientras duren las pilas.

En el caso de la agresión, la posibilidad de análisis colectivo en vez de aclarar las cosas las enturbia. El agredido estaba borracho o sereno, la víctima era una chica ecuatoriana. Los temas del día eclipsan el caso: violencia de género, racismo, conducta incívica, inseguridad. Detalles sin importancia a la hora de afrontar lo ocurrido: A pega a B y punto. La legislación tipifica los delitos con claridad y añade atenuantes y agravantes que permiten al tribunal ajustar el dobladillo y la sisa. Con eso debería bastar. El debate sociológico tiende a convertir los actos individuales en síntomas de nuestro entorno, a diluirlos en el amplio panorama de lo colectivo. Si el agresor hubiera elegido una víctima de otras características, nada habría cambiado en el fondo. Por ejemplo, si hubiese atacado a un luchador de sumo, habría mostrado más valor, no más civismo; el resultado habría sido distinto y las imágenes más divertidas, pero no el carácter delictivo del ataque. El que uno esté en condiciones de repeler una agresión no la justifica ni disminuye su gravedad.

Pero tampoco se puede repeler el presente de la imagen, así que en el futuro habremos de decidir si seguimos con el sistema jurídico ancestral o si juzgamos a bulto y entre todos. Luego está la realidad, claro: el dolor, la vejación, el miedo. Pero esto sólo es presente para quien los sufrió.

jueves, 25 de octubre de 2007

Constatación antipática

Lo advierto con una sensación un tanto heladora: sólo yo comprendo al viajero que contempla con falsa impavidez la paliza del malote a la chica; su cobardía y la humillación que aquélla comporta en un mundo, según parece, repleto de héroes.

lunes, 22 de octubre de 2007

Así se las ponían a Carod-Rovira

Pues la lección fue inolvidable, pero errónea. Se la debemos a los dos aguerridos ciudadanos de Valladolid que embistieron a Carod-Rovira como si se tratase de la encarnación del mal absoluto. Ambos intentaron ganar al independentista en su terreno, el de las convicciones y unas artimañas retóricas benignas de puro catetas. Llamarle José Luis fue una bobada de la que el hábil político sacó muy buen partido. Primero, con una reacción algo desproporcionada que le dejó a la par del polemista y anónimo ciudadano. Segundo, obteniendo de una señora el, ejem, aserto según el cual ella no tenía “ningún interés en aprender catalán”. Como si a estas alturas no supiéramos que los nacionalistas (perdón, independentistas) son expertos usuarios de la maquinita del victimismo: así nos tratan los de Valladolid, no nos comprenden ni se interesan por lo nuestro, su concepto de España es el de un estado con un solo idioma, etcétera. Pues no. Esos dos ejemplares de pucelano no representan a todos los pucelanos, ni a los castellanos, ni a los españolistas ni a nadie salvo a sí mismos. Y ese fue precisamente el punto más olvidado en la de por sí olvidable emisión de Tengo una pregunta para usted.




Josep-Lluís Carod-Rovira se enfrentó a unas preguntas muchas veces formuladas en un tono poco amable o incluso hostil, pero que no atendían al verdadero meollo —y enigma— de su nacionalismo identitario. Él se demostró demócrata y respetuoso de lo que pueda señalar la consulta sobre la independencia que él propone; lo demás fue llevar a término la típica profecía que se cumple a sí misma (bien dicho, mujer-pez): después de haber sido muy antipático con España cosecha la antipatía de los demás y la expone como la razón última de su desafección hacia España. ¿Por qué se le preguntó sobre su respeto al resultado de un referéndum de anexión a Cataluña en la Comunidad Valenciana? Naturalmente va a respetarlo, en primer lugar porque no le queda otro remedio. ¿Son ésas las agudas preguntas de la ciudadanía anónima?

No, no se debe reñir a Carod-Rovira porque piense lo que piensa, ni porque aliente una unión de “los Países Catalanes”. Se le debe indicar, y a ser posible con todo respeto, que se reconoce y estima cada una de las lenguas que existen y se usan en España, y que es lo más natural del mundo que quien quiera trabajar en Cataluña deba saber catalán; que sabemos que es un político sometido a las urnas, claro que sí, y que usa de su capacidad de influencia en la medida en que el sistema parlamentario se lo permite, faltaría más. Pero se le puede hacer escuchar lo que cada uno piense en torno a la relación entre Cataluña y el resto de España: en opinión de mucha gente no del todo desinformada, Cataluña ha sido secularmente beneficiada en su desarrollo económico por el Estado; el castellano no sólo ha sido un idioma de imposición, sino también adoptado por la sociedad catalana porque ha sido de gran utilidad para sus hablantes; basarse en supuestos y discutibles agravios históricos para fundamentar una idea nacional es una trampa que echa el lazo a las emociones con objetivos más oportunistas que racionales; un estado más grande garantiza mejor la defensa del bienestar, los derechos y las libertades de sus ciudadanos (y si no, véase el caso del País Vasco). Y se le pueden hacer preguntas muy democráticas: ¿Qué opina de que el Conseller Vendrell encarezca a Terra Lliure porque ayudó a “despertar conciencias”? ¿Es cierto que se penaliza a los comercios que no rotulan en catalán? ¿Eso incluye a las franquicias de Burger King? ¿Es cierto que el castellano ya no se usa como lengua vehicular en ningún centro educativo público? ¿No es cierto que su partido cultiva un rechazo a España no solamente achacable a la desconsideración de los vallisoletanos españolistas? Por ejemplo, ¿no es cierto que el único boicot promovido por un político ha sido el dirigido precisamente por Carod-Rovira contra la candidatura madrileña a los Juegos Olímpicos? ¿De verdad hemos de creernos que en sus dos reuniones con ETA —una de ellas desempeñando ya una importante responsabilidad institucional— se limitó a decirles que debían abandonar las armas? ¿No bastaba para eso una declaración pública, una llamada o una carta? ¿Qué opina de la escasísima participación en la consulta acerca de la modificación del Estatuto catalán?

Y se puede añadir: no, hombre, no; piense usted lo que le dé la gana, pero no me hable en nombre de Cataluña.

sábado, 20 de octubre de 2007

Todos nacionalistas

No sé qué es más censurable en el spot de la Vicepresidencia de la Xunta sobre las galescolas: la imagen en sepia de un antipático señorote que prohíbe a los niños hablar en gallego; el uso de los retoños que cultivan el jardín del futuro, eso sí, en color; la ringlera de cativos alternando —sustituyendo— la palabra “libertad” por “liberdade”…

Para los gobernantes del Bloque es preciso impugnar el uso del castellano en Galicia mediante una acusación directa: se trata de un idioma que se introdujo como resultado de una imposición. Esto se puede discutir de varias maneras. Por ejemplo, planteándonos si así se describe efectivamente una verdad histórica. Cierto es que la lengua gallega siempre permaneció fuera de las escuelas y de las instituciones oficiales; pero también lo es que entre los propios gallegos ha cundido durante decenios la idea despectiva de que el vernáculo era el idioma de lo rural y analfabeto mientras el castellano representaba a la urbe y la cultura. Ese prejuicio hacia el idioma, creo, no es atribuible a la pérfida España, ni al tiránico (y ferrolano) Franco, ni a los Reyes Católicos… Es más bien culpa de los mismos que lo alimentaron al ridiculizar a sus hablantes y al decidir ignorarlo.

Además, se puede plantear una pregunta muy osada: y si el castellano ha sido impuesto durante siglos —insisto en que me parece muy discutible—, ¿cuál es el problema? Los acontecimientos históricos abundan en crímenes, invasiones, conquistas y catástrofes, y todas las personalidades, aun las aparentemente más benignas, han sido objeto de debates historiográficos acerbos y a menudo superficiales sobre su significado y valor. Que sean más o menos simpáticos, mejores o peores, que arruinasen o enriqueciesen a la sociedad que lideraron, son opiniones un tanto desvaídas sobre unos hechos que forman inevitablemente parte de nuestro equipaje o, por decirlo a la manera cursi, de nuestro patrimonio histórico. Vacunémonos con Borges:

Como los drusos, como la luna, como la muerte, como la semana que viene, el pasado remoto es de aquellas cosas que puede enriquecer la ignorancia -que se alimentan sobre todo de la ignorancia. Es infinitamente plástico y agradable, mucho más servicial que el porvenir y mucho menos exigente de esfuerzos. Es la estación famosa y predilecta de las mitologías

El castellano, impuesto o no, es hoy en día tan autóctono como el gallego. Ambos son lenguas romances, y la Roma imperial no se distinguía precisamente por pedir permiso para ocupar territorios… Para los nacionalistas la historia será interpretable como la incesante lucha de un pueblo contra el opresor español o castellano o qué sé yo. Para mí, atribuir significados e intenciones a hechos y personas pasados desde los intereses actuales es manipular aquello que sólo debería estar en manos de historiadores especialmente conscientes del deber de ahorrarse valoraciones sobre su materia. Es, en suma, crear mitologías.

En el terreno político los niños simbolizan la inocencia y el ciudadano del futuro. Y el Bloque no nos da gato por liebre, sino gato por gato, cuando se manifiesta un tanto indirectamente a favor de instruir lingüísticamente a los futuros gallegos mediante medidas sustantivas etiquetables sin miedo a exagerar como “ingeniería de almas”. ¿Podríamos fiarnos de que en este caso la enseñanza en gallego va a ser independiente de una sobrecarga ideológica de tinte nacionalista? ¿Qué se enseñará acerca de Galicia? ¿Y sobre España? Distinguiré a toda velocidad entre instrucción y adoctrinamiento: la primera trata sobre hechos demostrables y la segunda sobre constructos ideológicos; así, cuando se explique a las criaturas que “Galiza é unha nazón” se caerá en el adoctrinamiento y no en la instrucción, dado que ese estatus de nación está radicalmente en entredicho, es objeto de opinión. Y la pregunta más incómoda: ¿qué distingue en las galescolas a la formación de la imposición? Cuando Anxo Quintana habla para los medios españoles elude sin problemas estas cuestiones; cuando hace una declaración para sus adeptos, en cambio, no deja de recurrir al victimismo y al tradicional asoballamento del pueblo gallego. Esta diversidad de discursos es como para desconfiar, la verdad.

Al final del anuncio, los niños empiezan sosteniendo las letras que componen la palabra LIBERTAD. Un par de pases mágicos y… ¡voilà! Pasa a ser LIBERDADE. La escena está hábilmente trazada para que el rechazo al castellano no sea evidente aunque quede implícito. A falta de un análisis semiológico más competente, el paso del inicial castellano al gallego resultante no me parece inocente. Dicho de otra manera, ¿por qué no se opta por simultanear las dos palabras en un escenario bilingüe?

Trataré de explicarme con claridad. El gallego es una lengua viva y en buen uso, y por lo tanto debe ser respetada y representada adecuadamente en las instituciones y en los centros de formación. Es la creación de las galescolas, o la imposición —ahora sí— de unas cuotas de materias a impartir en uno de los dos idiomas lo que genera un nuevo y eludible problema. En el ámbito de la educación pública el profesor podía escoger con naturalidad el idioma en que impartía sus clases; la consellería ahora lo decide por él, y con ello nos incita a todos a debatir cuáles son las cuotas más adecuadas. Desconfían del creciente uso del gallego por parte precisamente de los jóvenes más instruidos y prefieren dictar leyes sustantivas —las más peligrosas, las que se deben tratar con más tacto o sencillamente evitar— para precipitar un proceso natural y para caer una vez más en la típica hipóstasis esencialista de convertir un instrumento, el idioma, en un símbolo.

Lo que más me disgusta del nacionalismo, sea el del Bloque o cualquier otro, no es su inclinación a abusar de la propaganda agresiva y falaz, sino su insistencia en hacer brotar de la casi nada problemas y debates, por qué no decirlo, improcedentes, y que esos debates se nos hayan impuesto con tanto éxito. Nos hacen adoptar una y otra vez un lenguaje que sólo les beneficia a ellos: la deuda histórica, la víctima, el enfrentamiento con la potencia exterior, la nación por encima de todo. Olvidan siempre que los impuestos no los pagan los territorios, sino los ciudadanos. Se preocupan mucho por Galiza y poco por el futuro de los gallegos, mucho por la lengua gallega y poco por los galegofalantes. Nos obligan a entrar en el juego de preguntarnos “¿qué territorio recibe partidas presupuestarias más jugosas?”. Hacen creer que el interés de los ciudadanos se ha de confundir o subordinar al de una entidad más abstracta que trascendental como es Galicia. Nos convierten, en fin, a todos en nacionalistas.

Tampoco es para extrañarse: los gobiernos de Fraga ya se habían deslizado sin complejos por la senda de un galleguismo populista, y el fláccido socialismo actual no parece encontrarse en disposición de cambiar los términos del debate. Pero somos muchos —creo no equivocarme— quienes estamos hartos de la política tal como se viene entendiendo en los últimos años y queremos otra cosa. Para regenerar la democracia necesitamos crear un lenguaje nuevo, y algunos ya nos afanamos en ello. Si se les ha despertado la curiosidad, no tienen más que entrar en http://www.upyd.es/ para considerar lo que se allí se propone.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Hola a todos

Acabo de desactivar la moderación de comentarios. Dado lo desértico del blog, hasta los trolls serán bienvenidos...

martes, 16 de octubre de 2007

Os que mandan en Galiza

Aquí una muestra de la incansable propaganda nacionalista. Tengo que darme una ducha después de verlo. Y tal vez me queden ganas de hacer algún comentario.


En torno a la renuncia

[Fragmento en bruto de un texto más largo y más bruto]

Ya sabemos que la metáfora del camino se utiliza con asiduidad para referirse a la experiencia vital. Sea al hablar de un currículum vitae o carrera de la vida, del itinerario que alude a lo previsible de las etapas recorridas, o de los populares versos de Machado que primero niegan la figura para luego abrazarla con toda la fuerza, es muy difícil escuchar a alguien que contemple su propia vida sin referirse a ella como un trayecto con sus accidentes: cuestas, pendientes, curvas o recortes abruptos se entrelazan con las anécdotas referidas con toda naturalidad y de manera casi imperceptible para el oyente. No obstante, la imagen se antoja muy limitada. Aunque consista precisamente en una transposición de la dimensión temporal a la espacial, no da cuenta satisfactoriamente del movimiento incesante de la vida, del inevitable transcurrir del tiempo, como sí lo hace otra imagen muy común aunque menos sancionada por el uso cotidiano, la del río. La metáfora fluvial describe adecuadamente la fuerza del tiempo que forma parte de la contextura misma de la experiencia. Uno penetra en el agua y puede flotar y nadar formando parte ya, siquiera como cuerpo extraño, de un elemento fluyente en el que puede desenvolverse y a cuya corriente puede resistirse, pero siempre en vano. Por una parte, las fuerzas se agotan y cunden más cuando se usan a favor del sentido que toman las aguas; por la otra, dejarse flotar es dejarse llevar.

Ambos casos vuelven a ser diversos, aunque en otro aspecto son complementarios. El camino terrestre siempre conduce a encrucijadas en las cuales el viajero puede tomar partido por cualquiera de las alternativas. Por el contrario, quien se desplaza corriente abajo del río deja atrás desembocaduras incapaz de considerar nada al respecto, imposibilitado para que los juicios y deseos que se pueda formar cuenten. El caminante es soberano y su decisión es activa, el navegante vive pasivamente en la constricción de sus capacidades. Quien recorre la metáfora del camino puede ir y volver, arrepentirse e incluso corregir sus malos pasos, equivocarse y acertar o incluso probar suerte sin miedo a cometer errores insalvables. Quien boga en la metáfora del río sabe que es inútil gastarse en esfuerzos contra la corriente y que la ruta ya está trazada de antemano, incluso si él ignora adónde le conduce —a pesar de que Jorge Manrique ya nos lo explicó en toda su crudeza—. Si la vida como camino nos incita a pensar en un trayecto decidido, ese trayecto puede estar efectivamente determinado o recorrerse al albur del capricho o el azar, pero al menos existe la posibilidad de decidir un destino; por el contrario, el río va a parar necesariamente en "la mar, que es el morir". El primer caso hace que nos preguntemos acerca del cumplimiento de nuestro proyecto si acaso nos lo llegásemos a formular. Lejos de este voluntarismo, la versión fluvial nos convierte en cínicos conscientes del futuro que a todos acecha, un destino que desnuda de sentido a los acontecimientos vitales para convertirlos en meras anécdotas. En resumen, el camino nos habla de actividad y el río del mero aunque trascendental paso del tiempo al que no se puede burlar. Uno y otro tropo inciden en aspectos distintos de la vida del hombre, aunque compartan el concepto de desplazamiento. En uno predomina el ethos, el carácter, mientras con el otro se daría cuenta del daimon, la dimensión divina, lo inescrutable e inmanejable. Si existe una confluencia entre lo denotado en ambas imágenes, ésa está representada y ensamblada en la fórmula narrativa de la tragedia.

No nos resulta difícil admitir a la renuncia como uno de los constituyentes de la madurez, lo cual merece una explicación. A cada instante volvemos la mirada y nos percatamos de las encrucijadas o desembocaduras dejadas a nuestra espalda, todo aquello que acaba por componer la biografía. Si la memoria se comporta con poca amabilidad recordando los proyectos pretéritos y nunca cumplidos, siempre nos ejercitaremos en la afanosa elaboración de un sentido a nuestras experiencias incluidas naturalmente las menos gratas, tales como las ilusiones abandonadas, las pérdidas sentimentales y materiales o las habitualmente traumáticas crisis emocionales. Esta insistencia en las experiencias de carácter más amargo es arbitraria sólo en apariencia; un hombre que cumpliese todos sus deseos no tendría conflictos que transformar en un discurso coherente e interpretable, vale decir explicable. Lo que nos impone el deber de articular un discurso es el conflicto, el choque de nuestros deseos con los acontecimientos efectivos —y aquí se usa acontecimientos en forma amplia, para denotar tanto a los de origen externo como a los privados y de orden psíquico—.

Lo distintivo de la renuncia en su sentido biográfico es que se trata del cese de un deseo, de un proyecto, de una expectativa que contribuyó a ordenar nuestra actividad y que pierde su poder generador una vez pasado un momento determinado reconocido como punto de no retorno. En otros términos ahora más familiares, el inabordable fluir del tiempo desnuda el trayecto proyectado hasta dejarlo en la más pura virtualidad. Cuando nos damos cuenta de ello y lo llegamos a asimilar, admitimos la renuncia. Hay varias posibilidades para dar este paso: como ya queda sugerido, acaso por la continua limitación del tiempo restante, que acaba por revelarse insuficiente; acaso a consecuencia de actos que estrechan nuestras posteriores capacidades o nos han llevado a un curso de los acontecimientos en principio no deseado; acaso por una evaluación rebajada o más certera de las propias fuerzas. En cualquier caso, siempre nos muestra la naturaleza dual peculiar a la tragedia. Se quiere decir que intervienen, de una parte, nuestra eterna ignorancia de los resultados distantes de nuestras acciones y, de la otra, que se verifica en el cotejo de la experiencia respecto a las expectativas previas. Lo cual sirve tanto como señalar el irremediable conflicto entre el proyecto y su evaluación, la previsión y la revisión, el futuro y el pasado.