lunes, 7 de agosto de 2006

Dejar de matar matando

Aprovechando la tradicional tendencia minimalista del mes de agosto según la cual todo debe ofrecer menos calidad, El País ha iniciado una serie de «crónicas de la vida» dedicada al País Vasco de la era de la esperanza. Vistos los capítulos de ayer y de hoy, encontramos una especie de reclamo turístico a base de impresiones joviales a cargo de la redactora, Tereixa Constenla —un apunte: en qué mazmorra han encerrado a mi añorado José Luis Barbería?—: entrevistas a aizkolaris y a humanísimos domadores de perros que no trabajarían para dueños que fueran a maltratarlos, el Guggenheim como imagen de una Euzkadi pujante y modernales, las tácitas normas de las cuadrillas bilbaínas de amiguetes… Por supuesto, no se habla de política, no sea que se vaya a estropear la armonía del paisaje. Las ilustraciones, abigarradas de buenos y sonrientes vascos, parecen aptas para un álbum familiar.

En general, creo que los juicios de intenciones son un grave pecado y una descortesía para con los demás. Sin embargo, no soy capaz de enjuiciar esta serie de reportajes si no es practicando esta misma descortesía. Porque unos textos tan inanes, tan insípidos, tan inofensivos y acaramelados no son justificables en un periódico «de referencia»; ni siquiera son explicables si no es partiendo de los propósitos del autor.

Me explicaré mejor si intento glosar la primera frase de la entradilla (vulgo «lead») del primero de los reportajes: «Nadie quiere echar las campanas al vuelo, pero desde hace tres años, los vascos respiran mejor y ríen más». Sin duda, lo más relevante, el único dato cierto e inapelable que nos ofrece la frase es temporal, «desde hace tres años». Notemos que para Tereixa el momento relevante de cambio no es la declaración de tregua indefinida de ETA, sino el momento desde el cual no comete asesinatos. Podríamos iniciar una discusión acerca de si verdaderamente podemos afirmar que ETA ha dejado sonreír a los vascos a lo largo de los últimos tres años, pero me interesa ceñirme a un plano, si se quiere, más formal.

La versión jocosa de la novela «La conciencia de Zeno» es el chiste que dice así: «dejar de fumar es facilísimo; ¡yo lo hago veinte veces al día!». La versión trágica es la ofrecida en su entradilla por Tereixa Constenla. ¿Qué hizo ETA hace tres años? Dejar de matar, ¡cómo no darse cuenta! Irrebatible lógica, pero que no repara en que ETA dejó de matar en el justo momento en que mataba a Bonifacio Martín y a Julián Embid. Como dos caras de una misma moneda, la realización de un acto independiente y la omisión del mismo se dan la mano en el instante en que el acto termina de realizarse. ¿Perogrullada? Pregúntenselo a Tereixa. Si aceptamos la docta sentencia de la redactora, podemos calcular en aproximadamente ochocientas las ocasiones en que ETA ha dejado de matar. Lo cual supone una irreprochable voluntad de paz que ni usted, amigo lector, ni yo podemos acreditar. Hale, ya hemos convertido a ETA en los campeones de la no violencia. Debo decir que yo, en este momento, tecleo en el ordenador; cuando deje de hacerlo, habré dejado de hacerlo. ¿Es otra perogrullada? Pero hay más. Mientras tecleo no miro la televisión, ni leo a Kant, ni hojeo el periódico, ni, claro es, estoy asesinando a nadie. Pero claro, como no soy Txapote, explico estas cosas y la gente se ríe de mí.

A ver si se me entiende: la realización u omisión del acto pueden ser más o menos relevantes, pero para el caso que estudiamos lo que nos interesa evaluar es el propósito del agente. Porque no hacerlo supone el riesgo de dejarnos llevar por la mera facticidad de la acción o de la omisión, no entender nada y escribir un reportaje para El País.

Por si acaso los párrafos anteriores aún resultan oscuros, tomemos la frasecita de marras y sustituyamos la locución adverbial «desde hace tres años» por «desde que ETA asesinó con una bomba a Bonifacio Martín y a Julián Embid» y veamos el resultado:

«Nadie quiere echar las campanas al vuelo, pero desde que ETA asesinó con una bomba a Bonifacio Martín y a Julián Embid, los vascos respiran mejor y ríen más»

Donde concluimos algo así como que, muerto el perro, se acabó la rabia: la causa de que el ambiente vasco estuviera enrarecido y de que los vascos rieran poco era nada menos que estos dos policías nacionales, cuya molestia presencia en Navarra ha sido erradicada, como la de más de ochocientas víctimas mortales, la de miles de heridos y amargados de por vida, y la de decenas de miles de emigrados a otros lugares del universo mundo, erradicada digo, con precisión de cirujano de hierro por los inevitables morroskos.

Ya sé, ya sé que las intenciones de Tereixa no iban por ahí, pero no he sacado las cosas de quicio. La redactora no quería decir eso, pero ¿se puede saber qué carajo quería decir?

Concluyo haciendo votos para que en el momento en que Tereixa Constenla deje de teclear haga otra cosa: cesar de dejar de leer la «Crítica de la Razón Práctica», donde, creo yo, dejará de no encontrar unas atinadas pautas de enjuiciamiento de la conducta ajena.

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