jueves, 30 de marzo de 2006

De vuelta al redil

De Xosé Luís Barreiro Rivas conozco sus a menudo excelentes artículos de prensa. Casi nada sé de su más que incipiente y prometedora carrera política durante los ochenta y su fin abrupto y escandaloso, ni de su actividad docente en la Universidad de Santiago. Ahora nos sorprende con un programa en la televisión autonómica gallega, Volver ao rego, locución cuyo sentido figurado se puede traducir al castellano como «volver al redil»; no acierto a comprender qué pretende con ese título, pero cualquiera sabe cuánta retranca gallega oculta.

Como para confirmar cierto carácter institucional, su primer invitado ha sido Emilio Pérez Touriño. Si bien se notaba el esfuerzo por hacerla transcurrir por cauces de interés, la entrevista, mal encubierta bajo la denominación de tertulia, era tan favorable al invitado que por un momento me pareció estar viendo un programa de Pedro Ruiz. Me divirtió ver a Barreiro y a su invitado, ambos palpables castellanoparlantes, intentando hablar con desenvoltura en gallego, trabándose a cada paso y olvidándolo por momentos para que todos recordásemos cuál es su realidad lingüística (Touriño llegó a decir «dende que te levantas ata que te acostas» en lugar de un más galego «dende que te ergues ata que te deitas»). Más tarde se incorporaron dos invitados-contertulios-entrevistadores más, igualmente favorables hacia el Presidente de la Xunta: un representante de la intelectualidad galleguista de los setenta y la actriz Uxía Blanco, quien, a juzgar por los temas que tocó, parecía decidida a conducirse siguiendo el manual de las cuotas femeninas: el maltrato a la mujer, cómo vivía la esposa de Touriño —llamada, haciendo gala de familiaridad, por su nombre de pila— su condición actual, la representación mujeril en el gobierno gallego, etc.

Me desilusionó mucho la ambientación del programa. Deseosos de ofrecer un espacio para la reflexión tranquila, han recreado una especie de casino de provincias donde el piano no deja de sonar alternando valses con el inevitable Billy Joel, y donde atiende un atildado, enpajaritado camarero que mantiene una adecuada distancia con el reverenciado, envarado presentador; con servilismo, modestia garantizada y una boba alusión a su tía Nonseiquén, para que comprobemos que el condescendiente presentador puede ser tratado con una ajustada familiaridad por simples profesionales de la hostelería. No esperaba gustos tan rancios en una persona habitualmente lúcida como Barreiro.

En las palabras de Touriño no hubo nada que merezca comentario: cháchara hueca de cargo público en un clima propicio. Espero que al redil de Barreiro vuelvan no sólo políticos, sino también personas que tengan algo que decir.

martes, 28 de marzo de 2006

Criterio de maldad

Cada vez que he explicado el pequeño revuelo montado por las cartas de ERC a trabajadores de la Generalitat mediante las cuales se «solicitan» aportaciones a dicho partido [ver post del 25 de marzo], me lo han hecho repetir para cerciorarse de que no les mentía y de que no me malinterpretaban. Esto debe de querer decir que lo ejecutado por Vendrell está verdaderamente feo. ¿O no?

domingo, 26 de marzo de 2006

Sobre la educación del gusto

Me admira cómo siempre que un grupo acude a una cafetería éste, por numeroso que sea, siempre se las arreglará para pedir el café de tantas maneras distintas como personas forman la clientela. Uno lo pedirá con leche; otro, cortado; el otro, solo; una lo querrá con leche desnatada y el de más allá con azúcar moreno, et cætera. También me asombra que, como si esto no fuera suficiente tormento para el camarero, haya personas de gustos especialísimos, tales como:

«Ponme un café con leche muy clarito, que la leche sea semidesnatada y fría, en vaso y con sacarina»

Que nadie me diga que no tiene amigos así, ya sea para tomarse un café, una copa o un revuelto de setas. Yo reconozco no ser una persona refinada, así que me limito a tomar nota asombrada de lo que piden quienes sí acceden a gustos tan delicados y en ocasiones estrambóticos.
Por eso me pregunto: en un acto tan banal como es el de tomar un café, ¿por qué ser tan especiales? La experiencia me ha enseñado que, cuanto más se delimita el objeto que ha de proporcionar el placer, más probable es quedar insatisfecho. En el ejemplo de antes, dos de cada cinco veces la escena continuará con una reclamación al infeliz hostelero:

«Mira, es que el café os ha quedado cargado de más; ¿me echas más leche?»

Para continuar con una exhibición de fuerza moral como ésta:

«Es que les pides un café clarito y te lo ponen oscuro como el porvenir, hay que ver, blablablá…»

Mi convicción es opuesta a la de estos sibaritas de ocasión: creo que el azar es un ingrediente fundamental la mayor parte de las veces en que alcanzamos de manera palpable y genuina el placer. No podemos dominar ni alcanzar a voluntad esa fina y casi inaprensible sensación porque para ello dependemos del objeto de deseo, sí, pero también de nosotros mismos, de la particular e irrepetible disposición del momento, de la cantidad de azúcar que hayamos ingerido media hora antes, de que el día sea soleado, de lo agradable de la compañía, de la atención que prestemos a lo verdaderamente importante. La sofisticación es antipática y enemiga del placer porque es el intento siempre fracasado de domar nuestro universo próximo, porque hace más raras las sorpresas. El orden se compadece mal y a la fuerza con la experiencia auténtica. Por favor, no convirtamos en puntillo de honor que nueve de cada diez arroces nos parezcan pasados o poco hechos, porque el que queda en su punto nos sabe a divinidad.
Nota para mis admiradores: la conversación que más detesto durante la comida es la culinaria y siempre pido el café solo largo.

sábado, 25 de marzo de 2006

Marga y Fernando: anécdota moral y sentimental

La historia más banal resulta de lo más interesante cuando has accedido a ella a hurtadillas. Mientras vivía las circunstancias que voy a contar, más que como quien mira por el ojo de una cerradura, me sentí como si abriesen la puerta ante mí para que contemplase la escena privada que transcurría más allá del umbral. Creo que, al menos en este caso, la trivialidad de la anécdota va en consonancia con su representatividad y, además, por la convicción de que es algo real. En fin, querido lector, quedas avisado: acaso te importe un pito lo que sigue.
Iba esta mañana en el autobús de línea. En una de las paradas intermedias se subió una chica bastante atractiva que se sentó justamente detrás de mí. A los pocos minutos de reanudar el viaje, hizo una llamada con su móvil y habló en un volumen como para escucharla sin esfuerzo:
—Hola… Soy Marga… Sí… Verás, es que estoy un poco enfadada con Fernando. Como voy a Valladolid, le dije que él se viniera desde Madrid y así nos encontrábamos, pero me dijo que no… Que tenía esta mañana un seminario del master… El caso es que llamo a su casa hace un rato, y le pillo durmiendo todavía… Yo le pregunto qué hace allí que no ha ido al master y el me contesta que se ha quedado dormido pero que no importa, que puede recuperar el seminario en otra sesión. Yo le he dicho que no me lo creía, y como me dijo que tal yo le he pedido el número del master y así lo comprobaba… Él me ha dicho que de qué voy, y que si no me fío de él… Y yo le he contestado que me fiaría de él si me pasaba el teléfono… Al final hemos quedado mal… Sí, sí…
Nada importante. Vuelvo a centrarme en una novela que no me gusta, pero a los pocos instantes Marga hace otra llamada.
—Buenos días… ¿Se imparte ahí el master de osteopatía?… ¿Podría decirme si hoy se imparte un seminario? No, en el de fin de semana no, en el continuo…
Naturalmente, este comportamiento policial despierta mi interés, así que decido no perderme ya nada más. Abandono la novela y escucho cómo a Marga la pasan con otro empleado, y luego con otro que le da el dato que busca.
Ella cuelga y vuelve a llamar:
— ¿Fernando?… Que he llamado al master, y me han dicho que no hay seminario hoy… Pues nada, a ver qué quieres que hagamos. Si quieres quedamos como amigos y se acabó…
¡Van a romper! Me pongo nervioso, me siento violento; ¿estaré invitado a ser testigo casi involuntario de una ruptura sentimental y, para remate, telefónica?
—…Pues claro, si me mientes por una tontería así, qué es lo que no harías por algo más importante… Es que para mí es muy fuerte… Prefiero que me digas que no puedes ir porque no tienes pasta o que no te apetece, pero no me mientas… ¿Cómo que tienes un papel?… Pues tendré que verlo para creerte… Vale, muy bien, si me enseñas el papel y es verdad lo que me dices te pediré perdón, retiro lo dicho y me pones el castigo que tú quieras…
Eficacísimo papel debe de ser ése. ¿Qué coartada estará usando Fernando?
—… ¿Pero cómo me pides que te crea, si luego voy y compruebo que no es verdad lo que me dices?… Pues claro que tengo derecho… Encima de que estamos a distancia… Lo que pasa es que para mí los amigos son para una cosa y la pareja es para otra… Los amigos los tienes ahí siempre…
No pude oír más.

Ejercicio 1º: Haga un comentario sobre el lenguaje coloquial usado en el relato (20 líneas)
Ejercicio 2º: «Prefiero que me digas que no puedes ir porque no tienes pasta o que no te apetece, pero no me mientas». Análisis sintáctico de la oración. Análisis semántico. Análisis psicológico: ¿es sincera Marga cuando pronuncia estas palabras?
Ejercicio 3º: Exposición del subtexto: qué es lo que se querían decir los dos novios y no se atrevían a formular. Evítense los juicios de intenciones demasiado atrevidos.
Ejercicio 4º: Desarrolle, en el espacio aproximado de media página, una continuación para la escena narrada.
Ejercicio 5º: Imaginación al poder: si usted fuera Fernando y pudiera demostrar su coartada con el papel referido en la narración, ¿qué satisfacción obtendría de Marga, teniendo en cuenta la fuerza moral adquirida mediante el incidente? Por favor, demórese explicando cuidadosamente los detalles.

Del tres por ciento al cuatro por ciento

Leo hoy en El País que, en los departamentos de la Generalitat de Catalunya dependientes de Esquerra Republicana, los empleados temporalmente como personal laboral reciben cartas animándoles a que donen una participación fija —como porcentaje tasado— de su salario a una fundación dependiente de ERC. El porcentaje varía dependiendo de la condición del puesto de trabajo, partiendo de un 4% para los de inferior categoría para ir aumentando a medida que es más alto el salario. Si los pagos no se inician en un plazo dado, estos trabajadores públicos reciben otra misiva, en tono más conminatorio, anunciando la consideración de esta falta de colaboración en el futuro si no se cambia de actitud.
Un tal Xavier Vendrell, Secretario de Organización y Finanzas del partido de marras y firmante de las cartas, se defiende con una serie de argumentos más bien falaces y que cito de memoria para hacer mis propios comentarios:
- El propio Vendrell dona siguiendo esta fórmula un porcentaje de su salario. Muy instructivo, pero me permito suponer que esta cesión la realiza de mil amores, dado que ¡vaya coincidencia! está afiliado a ERC.
- Se envían estos requerimientos bajo la convicción de que el personal que trabaja en estos departamentos es considerado por sus superiores como «de confianza», y teniendo en cuenta que esta confianza se puede renovar o no en función del compromiso expresado con esos pagos. Decididos a confirmar la caricatura del catalán para quien la pela es la pela, los acólitos de Carod Rovira sostienen que no hay afecto más sincero que el demostrado en dinerito contante y sonante. Yo podría creer —haciendo gala de una buena fe algo pánfila— que a quienes ocupan puestos de libre designación (los puestos «políticos») sí se les puede exigir ciertas cesiones en pro de los que les nombraron; más difícil me resulta considerarlo así en el caso de los telefonistas, ordenanzas o técnicos que acceden a su puesto mediante un sistema de cómputo de méritos. ¿Qué confianza deben ganarse las personas cuando realizan trabajos que en la mayoría de los casos no les gustan para ganarse la vida?
- De alguna manera tendrá que financiarse un partido escasamente beneficiado por las donaciones «anónimas». ¡Pues claro! A falta de tres per cent buenas son las donaciones extraídas bajo la sutil amenaza de dejar de considerar a una persona apta para su puesto por convertirse en poco de fiar —locución contraria a la temible de confianza—. Si los métodos ajenos son poco transparentes, ¿por qué a nosotros se nos critica por estas delicadas presiones sobre gente que presumiblemente vive —no holgadamente, pero vive— de su trabajo, de tal manera que tendrá cierto natural deseo de conservar la confianza de quien le manda?
Me quito de encima a toda velocidad una conclusión obvia: francamente, es preciso crear ¡pero ya! una regulación de la financiación de los partidos decente.
Me interesa más explicarme respecto de otra cosa. Un partido como lo son la mayoría —PSOE, PP, IU, qué sé yo— se encuentra obligado a evitar determinados actos que puedan resultar en un desdoro de su imagen democrática. Sin embargo, ERC, siempre tan audaz, se siente a salvo de esos juicios ajenos y presumiblemente catalanófobos. Y con razón. Mientras la mayoría de los partidos aspiran a parecer (seamos realistas y no escribamos ser) racionales y fieles a métodos democráticos, los nacionalistas, cuyo credo se basa en argumentos sentimentales e irracionales, pueden saltarse sin complejos ciertas molestas normas de conducta pública, puesto que las arbitrariedades forman parte íntima de su ser. Si verdaderamente ERC se considera a sí misma la auténtica voz del pueblo catalán, ¿por qué no va a actuar de una forma tan indefendible como su propia premisa? Nada les está vedado, porque cualquier norma —lógica, ética, legal— se les queda pequeña ante el gran verdadero máximo venerable fetiche: la nación.
Si ellos son de izquierdas, tendré que inventarme una etiqueta para mí.
Os animo a volver a mi post del 17 de enero, que me parece también esclarecedor a este respecto. Me refiero a la parte en que distingo a los que afectan honradez (aunque sean unos canallas) de quienes no se sienten ni siquiera obligados a mantener las apariencias.

(al margen) Si Ciudadanos por Cataluña forma un partido político y se extiende, ¿podremos hablar, por fin, de un partido radical en esta España mía esta España tuya esta España nuestra?

miércoles, 22 de marzo de 2006

Un pensamiento despeinado

La propiedad es un robo, sobre todo con estos precios.

En el día de la esperanza

Hoy es obligado abandonar el análisis del comunicado de ETA a los hermeneutas de zutabes. Sí indicaré ciertas reacciones características.

Ibarretxe, jugador de ventaja como buen nacionalista, se ha apresurado a resucitar su mesa de partidos, porque de lo que siempre se ha tratado en su caso es de rebañar, aunque sea a costa de la honradez. Y aún nos queda todo el lío del Estatuto Vasco, madre mía.

Joseba Permach y Pernando Barrena (nombres dignos de una historieta de Superlópez) lamentan verse obligados a declarar ante el juez sin que se tenga en cuenta su valor como interlocutores, demostrando así ignorar, sea por cinismo, sea por simple e imperdonable barbarie, que los poderes del Estado deben ser independientes entre sí.

martes, 21 de marzo de 2006

Demasiados, sí señor

Carod Rovira ha justificado el voto negativo de ERC al nuevo estatuto catalán con la siguiente fórmula: «demasiados boicots para este resultado». Mi afán justiciero me obliga a recordar que el primero en hablar de boicots fue él mismo, proponiendo uno contra la candidatura olímpica de Madrid. La disculpa de que se sirvió más tarde frente a las justificadas críticas, que sólo repetía lo que «los catalanes» pensaban en privado, habría sido chistosa en circunstancias más felices.
Es un caso bien curioso. Cuando se le entrevista, encontramos una persona ponderada, de vocabulario tranquilo, voz pausada y razones fuertes pero defendidas con calma. Sin embargo, se trata del mismo que negoció una tregua catalonian way con ETA, instalándose así por derecho propio en la galería de políticos irresponsables en compañía de Arzalluz, Martínez Pujalte, Zaplana, Carmen Calvo et alii. El mismo a quien sus principios partidarios le obligaron a consumar dificultades diplomáticas (líos con las banderitas) y a posar desenfadadamente bromeando con una corona de espinas… La lástima es que su credibilidad social parece sobrepasar su torpeza y su afán de protagonismo: la gente te mira raro cuando lo criticas.
Ah, querido blog, cuánta falta me haces…

domingo, 12 de marzo de 2006

La hoguera de la feria

Joan Tardá, este curioso diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, ha llamado a Josep Piqué «burgués instalado en la hoguera de las vanidades». Me abstengo de enjuiciar la etiqueta de burgués, tradicionalmente usada con una discrecionalidad que la inhabilita para significar algo a estas alturas. Como lo demás parece tener ciertos caracteres de síntoma, voy a hacer un breve examen.
Seguramente, este ejemplar de moderación, quiero decir Tardá, estaba pensando en la novela de Tom Wolfe. Tal vez merezca la pena recordar que el título, The Bonfire of Vanities, puede ser una broma a costa de la novela de Thackeray La feria de las vanidades, Vanity Fair; un poco al margen, diré que la obra de Wolfe es muy superior a la de Thackeray.
Es probable que Wolfe tuviera en cuenta, sobre todo, las hogueras de las vanidades encendidas en Florencia durante el período de gobierno de Savonarola, ese austero franciscano que sometió a su ciudad, a finales del siglo XV, a un régimen teocrático en el cual Jesucristo había sido nombrado tirano (sí, sí, créanlo). En estas hogueras se quemaban enseres que entraban en la categoría de consumo ostentatorio (muebles, pinturas, vestidos, lujos variados), además de efigies representativas de algún judío con excesivo interés en el comercio, o alegóricas de los siete pecados capitales.
¿Nos servirá esto para interpretar mejor las palabras del sanguíneo Tardá? Qué va, si ni siquiera él sabe qué quería decir.
Termino ya, que voy a parecerme a César Vidal.

(al margen) Iñaki Gabilondo presentó, hace ya algún tiempo, a su entrevistado Joan Puigcercós como representante de los moderados de ERC. Pues cómo serán los radicales…

sábado, 11 de marzo de 2006

Remember...

La contención con la que se quiere conmemorar la masacre de hace dos años en Madrid es sólo aparente. Periódicos y emisoras de la derecha (El Mundo, La Razón, Onda Cero, COPE) prodigan las dudas acerca de la autoría del atentado; yo las veo un tanto extemporáneas. Me recuerdan bastante a los dichosos creacionistas, con quienes comparten su metodología de la sospecha [ver el post del 13 de enero pasado].
Hace dos años, presa de la indignación, escribí cuatro páginas destinadas a mí mismo como lector del futuro; pretendía recordarme la ira que sentía, y las razones que me la provocaban. En ellas resumía cuáles eran las circunstancias en las que se había producido la matanza, y algunos datos que tal vez ya se hayan olvidado.
Una de las primeras reacciones fue la del Lehendakari Ibarretxe, quien, convencido de que se trataba de un atentado de ETA, afirmaba que los autores eran «no vascos»; tendré la piedad de no comentar la estupidez de negar retóricamente lo que se cree que es de hecho, como si la comisión de un atentado por cuatro vascos extendiera una deshonra a una la vasquidad o lo que quiera que sueñe este distinguido casuista. El caso es que, inmediatamente después, Arnaldo Otegi salió a la palestra para negar la autoría de ETA. Esto fue muy mal tomado por el entonces ínclito Ministro del Interior, Ángel Acebes, quien sentenció que Otegi sólo pretendía crear confusión y tildó de «miserables» a quienes afirmaran otra cosa.
Hay más: el Ministerio del Interior nos informaba cumplidamente de que Europol nos había advertido de que, por un reciente cambio en la cúpula directiva de ETA, la forma de operar de la banda había cambiado.
Poca gente se convence. La emisión del discurso del Rey, previsto para las 8 de la tarde, se retrasa media hora para permitir a nuestro Acebes reconocer por primera vez que ha ordenado «abrir una nueva vía de investigación» debido a la aparición de la furgoneta con detonadores y una cinta con versículos del Corán. A pesar de todo, deja bien claro a ETA como principal sospechosa.
De hecho, se inician las presiones directas sobre los diplomáticos, sobre los directores de los principales periódicos y sobre los corresponsales de la prensa extranjera: tenían que dejar bien claro en sus respectivos ámbitos que ETA era la responsable. Se llega, incluso, a presionar a las Naciones Unidas para que la condena tenga a ETA como destinataria, contraviniendo los usos de la institución.
¿Para qué recordar el lema de la manifestación, alusiva de manera interesada a la Constitución? ¿Para qué recordar la emisión improvisada de Asesinato en febrero durante la jornada de reflexión?
El viernes 12 de marzo, en la estación de Chamartín, sorprendí una conversación de un grupo de chavalitas (que parecían más adictas a Bisbal que a la política nacional, la verdad sea dicha) en la que una de ellas aseveraba: «es que para el PP no es lo mismo si ha sido ETA que si han sido los de Al Qaeda». Hasta ellas lo sabían. Un atentado islamista despertaría los fantasmas —hasta entonces olvidados— de la codiciosa y sanguinaria guerra de Irak, y penalizaría al PP. ¿Y si hubiera sido ETA?
¡Pues claro, hombre! Durante la campaña electoral el terrorismo abertzale había sido el gran protagonista. Zapatero había comenzado a tender la mano al nacionalismo vasco después de la derrota de Redondo Terreros. Carod Rovira, socio de gobierno ya entonces con Maragall, había hecho gala de sus dotes de estadista reuniéndose con ETA en Francia para lograr una «tregua» para Cataluña… Tan enrarecido estaba el ambiente que una ministra del Gobierno había dicho que votar al PSOE en las elecciones era «votar a los terroristas». El PP sacaba partido de la aparente desgana del PSOE para agarrar el toro del conflicto vasco por los cuernos. Y a buena fe que lo conseguía.
Más. Otro tema del que se hablaba mucho por entonces era la reforma constitucional. Qué oportuna la mención a la Constitución en el lema de la manifestación oficial.
Se ha dicho que el grupo PRISA intervino para manipular la información en contra del Gobierno; que el PSOE organizó las protestas del día 13 de marzo; que era un atentado para derribar a un gobierno. Yo creo que no se ha asumido que la derrota del PP no se debió a una reactivación de la protesta antibelicista; tendremos que explicarles que es la mentira la que les desalojó del poder; una mentira que pretendía extraer votos a costa de un atentado con 192 muertos y unos 1500 heridos. Cuánta infamia.

(otro mal recuerdo) El azar me llevó a Madrid el día 12 de marzo de 2004. Participé en la manifestación. Fue, en efecto, muy concurrida, pero me pareció ver a los participantes con ánimo de cumplir con un deber desagradable antes que de realizar un acto de afirmación cívica. Cundía más entre los asistentes el agobio de soportar la lluvia que la aflicción por la masacre del día anterior. Nunca me he sentido más extraño que allí, metido entre miles de paraguas, sin entender nada.

(el derecho a ser creído) Cuando un niño pequeño comete una fechoría, es probable que intente justificarse usando excusas más bien fantásticas e increíbles; cuando el padre, bondadoso pero justo, le diga a la criatura que no se toma en serio esas excusas, el niño se tendrá por injustamente tratado. No le importa usar excusas ilegítimas, pero considera que debería ser creído por su papá. En resumen, una conducta no es reprobable si se encuentra una justificación cualquiera, por artificiosa que resulte.
Ésa es la lógica que sigue el ínclito Zaplana: «vale, mentimos, pero es posible que podamos justificarlo a posteriori. Deberían ustedes pensar que entonces actuamos como si fuéramos sinceros».

(Dreyfus, Kennedy y los dos mil) Mi impresión es que la derecha española pretende crear una incertidumbre semejante a la que existe en los Estados Unidos respecto de la autoría del magnicidio de Kennedy. Lo que se está obteniendo, empero, es un trauma social que recuerda al que hubo de padecer Francia con motivo del caso Dreyfus. Del mismo modo que hubo dreyfusistas y antidreyfusistas mientras el oficial injustamente culpado de espionaje ingresaba en el penal de la Isla del Diablo, hay creyentes y escépticos de la estrambótica conspiración ideada por los medios de la derecha. En este caso, son las víctimas —recuerdo: 192 muertos, más de 1500 heridos— las que quedan atrás, como si no contaran, en su Isla del Diablo, cosificadas por quienes recurren a ellas siguiendo los profanos criterios de valor de uso.

viernes, 10 de marzo de 2006

Sobre la negociación

Si alguna culpa ha de recaer sobre el Partido Popular es la de haber utilizado el terrorismo como munición para dañar el crédito de sus adversarios políticos. Lo hizo Aznar antes y después de ganar sus primeras elecciones, y Rajoy como su leal sucesor, asistido además por esas dos eminencias, Zaplana y Acebes, continúa en idéntica actitud. Es una vergüenza que afirmen que ahora los presos de ETA salen de la cárcel con más facilidad que antes, del mismo modo que es una vergüenza no acatar el liderazgo del Gobierno cuando éste decide, por ejemplo, poner facilidades para realizar una negociación.
Nos reunimos con ETA para comprobar si iban a rendirse, ha dejado dicho Aznar para convencer a los suyos de que no llegó a negociar. Nosotros no estamos negociando, dice ahora el Gobierno. Yo, que soy muy original, afirmo que ambos mienten. Una «política de gestos» constituye por sí misma una negociación, aunque el escenario sea la opinión pública y no una sala con una mesa redonda. Todos los gobiernos, todos, han negociado, de una u otra manera y sin éxito, con ETA.
Dicho esto, sólo me queda evaluar sumariamente los resultados de la negociación actual. ETA ha incrementado sus atentados contra los negocios menos dóciles a sus campañas recaudatorias. ETA ha reforzado su campaña de extorsiones. El entorno de ETA ha convocado una huelga general. Otegi, incluso, pretende ganar su inmunidad judicial en calidad de interlocutor de la negociación. La negociación está fracasando porque los gestos de buena voluntad del Gobierno no son respondidos por los que cabría esperar de parte de ellos. Quiero decir que ya va siendo hora de que el Presidente del Gobierno diga «hasta aquí podíamos llegar» y acabar de una vez por todas. Ya habrá otras ocasiones.

jueves, 9 de marzo de 2006

Raza

Curiosa y rarísima coincidencia, todas las películas candidatas a los Oscar de este año me resultaban, antes de verlas, muy atractivas. Lo gracioso del caso es que la ganadora, Crash, es la única que no había visto hasta hoy. Descartemos lo obvio: las dos principales opositoras eran las mejores que nos ha dado el cine norteamericano últimamente, y dignifican a unos premios que han llegado a los extremos calamitosos de ser otorgados a Titanic, Bailando con lobos, Forrest Gump, El retorno del rey y otras que olvido para evitarme mayores sonrojos.
Bueno, ya he visto Crash, ya me he quedado a gusto. La he vivido como supongo que lo habrán hecho todos sus espectadores, dejándome llevar por las continuas sorpresas que nos ofrece el guión. La primera conversación entre los dos amigos negros es reveladora: uno de ellos intenta convencer al otro de lo difícil que es librarse del estereotipo del negrata-delincuente; terminan, sin solución de continuidad, robando un coche a punta de pistola. La misma lógica de esta escena se sigue con bastante precisión y fortuna durante toda la película, sin que apenas se noten algunos efectos de carpintería de un guión estupendo; en consecuencia, uno no se avergüenza de la emoción que se vive en algunas escenas —el asalto del comerciante iraní al cerrajero hispano, con la abrupta y terrible irrupción de la hija de éste—.
Para quien quiera verlo, en Crash se comprueban, a modo de un experimento sociológico, los efectos de la libre circulación de armas de fuego, de la inexistencia de un sistema sanitario público en un país desarrollado, de la pérdida de una medida humanamente asumible en nuestras relaciones personales. A buena fe que me han quedado pocas ganas de visitar Los Ángeles.
Me he referido deliberadamente a negros, hispanos e iraníes. Hay también wasps, chinos y camboyanos. La raza o la etnia, aunque sea un atributo máximo de la inhumanidad, es lo primero que define a las personas, la medida de todas las cosas en una sociedad que ha aceptado compartimentarse. Esto y sus consecuencias de desquiciamiento general queda, creo, muy bien expuesto. ¿Servirá como advertencia contra las absurdas y discriminatorias políticas de cuotas —y creadoras de ira— a las que es tan aficionado Zapatero?
La sorpresa, presencia constante en todas las secuencias, no sólo es una argucia del guionista para entretener. Constituye parte del discurso implícito de la película, y su valor es el de recordarnos, por contraste, al incumplir una tras otra todas las expectativas, cuánta es la distancia entre lo que es y lo que nos creemos que debería ser.
Me hubiera gustado más un final acorde con el conseguido tono trágico de todo el desarrollo; eché de menos un mayor peso de la vida del político y su desconfiada esposa —lo político siempre importa mucho, mucho—; hay algún truco de guión detectable. Pero es inútil explicar aquí cuál es la película que habría querido ver. Así ya está bastante bien, y la recomiendo francamente.

miércoles, 8 de marzo de 2006

Las mujeres públicas


Hoy en el canal Cuatro han presentado un programa periodístico que van a conducir, por turnos, cuatro famosos presentadores. Se explicaron así:
Iñaki Gabilondo hará entrevistas.
Carles Francino llevará los debates.
Jon Sistiaga se encargará de los reportajes.
Y Angels Barceló ofrecerá… ¡la mirada femenina!
Acaso es verdad que existen dos maneras de ver las cosas: masculina y femenina. Quizás Angels Barceló se mire por las mañanas al espejo y se diga: «soy una mujer, y voy a hacer lo que cabe esperar de una mujer». Es posible que, después de todo, la lucha por la igualdad de los hombres y las mujeres buscase en realidad alcanzar una parodia en la que las periodistas nos ofrecen miradas femeninas y las vicepresidentas bailan al ritmo de tambores africanos para no decepcionar a los que esperan ese algo distinto de las mujeres públicas.
A mí me produce más bien vergüenza ajena, sobre todo cuando pienso que la calderilla que donamos en el África subsahariana no va a servir PARA NADA. Eso sí, la repartimos con un movimiento de caderas verdaderamente femenino.

domingo, 5 de marzo de 2006

El aborto: lo político es personal

La entrevista a Jesús Mosterín en El País Semanal de hoy merece ser leída con atención (y aplaudida). Habla con lucidez acerca de las características de lo humano a la luz, sobre todo, de la teoría de la evolución biológica, y de sus implicaciones éticas y sociales. Por ejemplo, establece de manera tajante el corte entre la ética —de naturaleza individual— y la política —social—: para que no haya confusiones tan tontas como frecuentes [me remito a mis posts sobre las dichosas caricaturas de Mahoma].
Me interesa una alusión un tanto marginal al problema del aborto. Mosterín culpa a la influencia del catolicismo de la penalización del aborto en todos los paises de Iberoamérica. Sobreentiendo que el eminente filósofo, quién sabe por qué razones, aboga por la despenalización de la práctica, como viene haciendo tradicionalmente la izquierda.
La postura de la Iglesia, explicada mediante el dogma, merece en consecuencia acatamiento o indiferencia; es falso que el dilema sea entre acatamiento o rechazo, porque éste último supone un reconocimiento del dogma que se pretende atacar. Me interesa más la postura de la izquierda porque yo me considero de izquierdas y porque una ideología no debe apelar a la fe, sino a la racionalidad. Y en general he visto cómo la izquierda ha justificado el derecho a la interrupción del embarazo por causas más escoradas hacia lo social que hacia lo personal: estadísticas acerca de embarazos no deseados, en adolescentes, de abortos clandestinos y sin garantías sanitarias cometidos en circunstancias de prohibición, etcétera. Es fácil convencerse de que detrás de esas estadísticas hay casi siempre verdaderos dramas personales y familiares que se superan eficazmente con la ayuda de la interrupción del embarazo. Sin embargo, detrás de ese consentimiento —y facilitación— yo me pregunto: ¿es que nadie se da cuenta de que el aborto es, sobre todo, un problema ético?
Sí, es cierto que ético quiere decir personal. Pero el Estado imparte justicia en los casos de asesinato por razones que bien pueden ser consideradas como éticas. ¿Acaso un sistema de valores —aunque estén destinados a regular la convivencia en comunidad— no es, ante todo, moral?
Cuando un antiabortista me dice que un feto, o un embrión, o un cigoto, constituye una vida humana individualizada desde el mismo momento de la concepción, yo no encuentro razones para convencerle de lo contrario. Y si aceptamos (o al menos no negamos) el inicio de la vida humana en el momento de la concepción, ¿no deberíamos extender a ese minúsculo ser los derechos reconocidos para los hombres y mujeres hechos y derechos? Esta pregunta es bien lógica, creo yo.
A menudo se despacha a los movimientos antiabortistas como cosa de curillas retrógrados. Es injusto, y no ataca a fondo el problema. Se discute el ámbito de aplicación de los derechos humanos, derechos que en los países civilizados acaban teniendo expresión jurídica… salvo si eres un embrión.
Sí, es cierto que si yo no quiero abortar nadie me va a obligar a hacerlo, pero desde el punto de vista contrario al aborto, es como decirme que se debe despenalizar el asesinato, sin que nadie se sienta obligado por ello a asesinar al congénere que le apetezca.
Sí, es cierto que hay situaciones sociales y personales que no garantizan un ambiente adecuado para un pobre e inerme recién nacido, pero, ¿no sería esa también razón suficiente para llevarse por delante niños ya nacidos y que malviven en un entorno familiar deplorable?
Quiero decir que el del aborto es un problema aún muy lejos de alcanzar una solución convincente. Sería inhumano condenar a las mujeres que pasan por el espantoso trance de interrumpir su embarazo, pero la despenalización no es una solución satisfactoria. A Julián Marías le escandalizaba, aparte del aborto en sí, la aprobación social que había encontrado en nuestra cultura; es ése el primer ámbito en el que cabe plantear el asunto.
A pesar de reconocer la distinción que nos recuerda Mosterín, en una cosa doy la razón a las feministas: lo personal es político, y jurídico.

miércoles, 1 de marzo de 2006

Civismo escolar

Del mismo modo que se tiende a pensar que las leyes pueden entrar en cualquier aspecto de la vida social, a menudo —tan a menudo que ya es un lugar común que pasa desapercibido— nos encontramos con una voluntad generalizada de arreglar las cosas introduciéndolas en el currículum educativo.
Detrás de esta inercia mental encontramos el bello ideal ilustrado, en una versión ingenua, liofilizada y exagerada, según el cual la educación de los ciudadanos es el principal remedio a los males que nos aquejan. Estoy de acuerdo con estos principios, pero ya hemos recorrido suficiente camino para comprender que tienen sus límites.
Otro latido que podemos encontrar aguzando el oído en esta peculiar auscultación es el de una suposición cada vez más corriente: el Colegio es el sitio donde se explican e imponen las normas, mientras que el resto del tiempo libre se puede dedicar a otras cosas.
Aquí hay otra analogía: si cuando se pretende legislar sobre todo, se admite tácitamente que lo que no está prohibido está permitido, lo que forma parte de manera expresa de la materia escolar formará parte de esa globalidad que es lo escolar, que tiene la virtud de quedar atrás una vez que se sale de clase. Con la misma naturalidad con que los niños se olvidan de las matemáticas mientras están con sus amiguetes en el parque, ignorarán las bienintencionadas consignas proporcionadas en el aula con el sobrenombre de Educación para la ciudadanía; ¿acaso no son administradas como parte de un mismo paquete? Pues de la misma manera serán tratadas. Como de costumbre, el modo influye en el contenido.
Los valores cívicos se aprenden conviviendo en unas condiciones flexibles de seguridad normativa. Los niños, progresiva y espontáneamente, elaboran sus normas de convivencia y se ajustan a ellas. Estas normas acostumbran a ser similares a las que rigen toda la vida social.
Como de costumbre, se carga buena parte de la responsabilidad sobre unos padres abrumados, cansados y a menudo superados por sus problemas particulares. Por si esto fuera poco, las redes de apoyo que antes constituían los vecindarios se han evaporado, razón de que se afronten los baches de la vida con menos recursos que antes. Sin tiempo ni energías, agobiados y frustrados, los padres tienen perfecto derecho a preguntarse: ¿qué ha podido pasar para que hayamos llegado a esto?
La culpa, como en todos estos casos, es de todos y no es de nadie.