miércoles, 18 de abril de 2007

¿Tú también, hijo mío?


Creo que las célebres últimas palabras de Cayo Julio Cesar expresaban algo más que la indignación ante la traición de su prohijado, algo más que se imponía incluso a la conmoción ante la inminencia de la muerte a puñaladas: la incredulidad de la víctima al adivinar la intención de su asesino.

Cada uno de nosotros podría hacer una breve lista de personas cercanas a las que les concedemos, sin demanda alguna por su parte, el poder de herirnos por su simple voluntad. Si estas personas nos insultan o nos hacen una zancadilla lo que nos afecta no es la afrenta, sino el deseo de afrentarnos. Les bastaría con la expresión de su voluntad de dañar para provocarnos el dolor.

Prueba a hacer tu lista. Piénsalo bien: no pueden ser tantos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por lo que puedo entreleer de tus palabras, parece que últimamente te han herido de verdad. Todos nos hemos sentido alguna vez así.Y aunque es un dicho muy manido, creo que el tiempo lo cura todo o por lo menos puede aplacar el dolor. Un consejo, disfruta de tu familia y de tus amigos;... y cura las heridas con alcohol. Estoy contigo.