lunes, 7 de marzo de 2016

Cándido en el siglo XXI

Agradeceremos al Comité del Nobel que nos haya presentado a Svetlana Alexievich. En esta conferencia repasa su trabajo recogiendo los testimonios de supervivientes de atrocidades muy próximas y muy propensas a ser olvidadas. Uno ha leído a Primo Levi, a Solzhenitsin, ha estudiado con atención el monólogo del rey Macbeth ante la muerte de su esposa («all our yesterdays have lighted fools / The way to dusty death»); aun así, resulta difícil encontrar un término de comparación, una negrura existencial como la de este ruego: «mamá, por favor, no me ahogues. No volveré a pedirte comida». Las circunstancias de la escena están explicadas en la conferencia. Alexievich conoció a esa madre, estigmatizada durante décadas en su pueblo, y le dio un abrazo. ¿Qué iba a hacer si no?
Pero lo que convierte a esta cronista en alguien extraordinario es su manera de remontarse desde los hechos y sacar conclusiones como ésta:
«Cuando hablo con los jóvenes, les digo que toda nuestra esperanza está depositada en ellos, en las nuevas generaciones que están por venir. Y les pido que no se conviertan en revolucionarios profesionales, que estudien lenguas, que viajen, que reflexionen, que aprendan un oficio o adquieran una profesión. Porque llegarán nuevos tiempos y otra vez nos faltarán profesionales. (...) [En Bielorrusia] no se luchó para recuperar la libertad y, como resultado del desmoronamiento del imperio, se la encontraron como si se tratara de un regalo. ¿Y qué hicimos con la libertad? No supimos manejarla. No teníamos políticos ni economistas profesionales»
Al llegar a estas líneas me resultó inevitable recordar la conclusión de Cándido cuando, después de que él y sus amigos hubieran sido atropellados por guerras, esclavitudes, maremotos, enfermedades, ejecuciones, et cætera, recalan en su alquería y le dice a Pangloss: vuestra filosofía está muy bien, pero hay que cultivar el jardín.
Y no hay más que añadir. 

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