Querido Falete, tu comentario [al post Mi posdebate, del 31 de mayo] casi me produce una depresión, y casi no sé por dónde empezar. Es cierto que estoy muy pegado y apegado al terreno político, pero como es un vicio que tengo desde pequeñito me parece que estoy muy lejos de corregirme; sí me comprometo a tratar en adelante otros asuntos en este blog, que me está empezando a hartar hasta a mí mismo.
En fin, vamos allá. La vinculación a una determinada ideología es, primariamente (y primitivamente), sentimental; estás del todo en lo cierto. Pero bueno, uno va creciendo y, aunque esos motivos sentimentales no se pierdan —porque también están vinculadas a experiencias muy cargadas de significación—, aspira a dotarlas de razón. En posts anteriores he tratado de exponer suficientemente, creo, mis razones; ahora me interesa más explicarte otra cosa.
En la actualidad, el moralismo tiene muy mala reputación. Generalmente relacionado con actitudes censorias y totalitarias, el postmodernismo lo ha despreciado como un residuo pseudorreligioso o algo así. Pienso en Nabokov, habituado al trato con la censura, cuando sonreía de medio lado al referirse a los «moralistas» que veían en Ada o el ardor una mera anécdota de insecto, perdón, incesto. En política, el liberalismo criticaba el dirigismo estatista en parecidos términos. Mira por ejemplo lo que dice Friedrich Hayek (liberal amadísimo aunque muy poco atendido por nuestra antiliberal derecha, quizás porque les hace recordar a la liberal —¡ojalá!— Salma) en Camino de servidumbre:
Cuando al hacer una ley se han previsto sus efectos particulares, aquélla deja de ser un simple instrumento para uso de las gentes y se transforma en un instrumento del legislador sobre el pueblo y para sus propios fines. El Estado deja de ser una pieza del mecanismo utilitario proyectado para ayudar a los individuos al pleno desarrollo de su personalidad individual y se convierte en una institución “moral”; donde “moral” no se usa en contraposición a inmoral, sino para caracterizar a una institución que impone a sus miembros sus propias opiniones sobre todas las cuestiones morales, sean morales o grandemente inmorales estas opiniones. En este sentido, el nazi u otro estado colectivista cualquiera es “moral”, mientras que el Estado liberal no lo es
Bueno, se trata de unas líneas escritas en plena Segunda Guerra Mundial, así que el tono que ahora nos resulta un poco tremendista está bien justificado, y no impide que yo esté de acuerdo, o, mejor dicho, de acuerdo a medias con lo expresado. Hayek, hay que subrayarlo, no estaba debatiendo la alternativa entre tories y whigs, sino entre el totalitarismo nazi o soviético y la democracia liberal hoy admitida entre nosotros como el sistema político más deseable. Mi reparo viene al considerar el supuesto carácter amoral del sistema. Supongo que era necesario conceptuarlo así en virtud del debate político, entonces literalmente inflamado. Ahora quizás Hayek volvería a considerar sus palabras y recurriría al término «neutral», más que a «amoral». Porque toda obra humana supone una elección entre alternativas, es decir, un juicio de valor, es decir, una decisión moral. Y esto vale incluso para el código civil más impersonal porque, si no somos ingenuos iusnaturalistas, estaremos de acuerdo en que las leyes están hechas para justificar y consolidar una determinada administración del poder. Un Estado que consagrase un laisser faire absoluto también sería, a su manera, moral.
Hayek critica con toda razón las leyes elaboradas previendo sus efectos particulares. Esto es lo que han olvidado nuestros queridos zapateristas cuando redactan las leyes penales que acomodan los castigos a aplicar según el sexo del delincuente, las promulgadas contra el consumo de tabaco [ver el post del 3 de febrero] o las ordenanzas que pretenden, y parafraseo de memoria un texto tuyo, eliminar el problema de los ruidos y las molestias a los habitantes de la ciudad prohibiendo una conducta tangencial como es beber alcohol en la calle. En efecto, estas leyes no son de izquierdas: son simplemente malas leyes que imponen sobre el individuo una coerción estatal arbitraria y basada en justificaciones coyunturales y, por tanto, nos separan de la noción que yo concibo acerca del verdadero progreso. Savater se lamentaba hace poco de esto mismo recordando una oportuna cita de Chesterton, dirigida contra «la tiranía de los pequeños valores».
Seguimos. El carácter moral de toda acción (u omisión) personal se extiende absolutamente a la esfera de las decisiones políticas mediante la intervención capital de la ideología. Hace poco aludía de refilón al contenido ideológico de la política de infraestructuras. Lo hacía porque, por ejemplo, conservar una red de autovías centralizada en Madrid tiene unas implicaciones bien distintas a establecer una verdadera trama con enlaces rápidos y seguros entre regiones vecinas. O, por ejemplo, el caso del Plan Hidrológico Nacional: me falta competencia para saber si trasvasar agua del Ebro es una solución deseable en términos económicos y ecológicos, pero sé de sobra que decidir a favor o en contra del trasvase supone establecer dos modelos muy distintos de cohesión territorial, vale decir, de valores, de moral y de la ideología que todo lo impregna. Por mucho que se parezcan los gobiernos del PSOE y del PP, a este respecto no puedo estar de acuerdo contigo. Que te lo digan los lingüistas nacionalistas con su defensa del idioma como rasgo identitario…
Y llego al final de este rodeo, demasiado largo ya. Vengo a parar en las razones que hacen que me reconozca como un izquierdista. Tengo una cierta idea sobre la dignidad del individuo, y creo que nos podemos acercar a su consumación si el Estado no se limita a redactar el Código Penal y a regular la libre competencia, sino que extiende su labor hasta garantizar en forma de derechos ciertos requisitos que entiendo mínimos para la creación de ciudadanos libres; cito los menos obvios: instrucción, atención sanitaria, asistencia, un monto mínimo de ingresos y tiempo libre. Al contrario que el bueno de Hayek, creo que el Estado de Derecho no tiene por qué colisionar con la promoción de medidas sustantivas, siempre que en el delicado juego de contrapesos se determine razonablemente y con alguna fiabilidad que la libertad garantizada o aumentada con tales medidas siempre supera a la que, por otro lado, elimina. Concibo, pues, que la libertad individual no viene garantizada por la mera igualdad ante la ley: la igualdad de oportunidades también es una condición a conquistar. Anatole France exclamó, un tanto demagógicamente, que las leyes prohibían con la misma magnanimidad al pobre y al rico dormir bajo los puentes; bien entendido, esto quiere decir que quien duerme bajo un puente lo hace probablemente porque no tiene otra elección, porque carece de determinada clase de libertad. En fin, soy de izquierdas porque a pesar de los pesares, o mejor dicho por todo lo que vengo diciendo hasta ahora, me reconozco como un moralista con ciertas cualidades distintivas.
Que este criterio político se adecue más o menos a la izquierda verdaderamente existente es otro problema. Por decirlo de algún modo, un conflicto ideológico entre mis críticas y sus acciones no tiene por qué ser insoluble: si la distancia se hace demasiado grande, que se retiren los demás. No se trata del excesivo apego a la denominación izquierdista, cuya fetichización interesada ya he execrado en otros posts, no. Entiendo que evaluar y fiscalizar si es preciso la acción de los partidos próximos es un deber, porque se corre el peligro de que olvidemos cuáles deberían ser sus objetivos y motivos y por tanto de que, entonces sí, la ideología no impregne nada. Por decirlo claro, aunque a menudo apruebe algunas expresiones o actitudes de sus dirigentes y tú me encuentres a sólo dos pasos de echarme a correr en sus brazos, no puedo sentirme de ninguna manera próximo al discurso del Partido Popular. De hecho, merece la pena pelearse un poco para que los grandes partidos no se parezcan demasiado.
Eso sí, ¿merece la pena preocuparse tanto por la política? Cuando reúna suficientes ganas, intentaré responder a este reproche. Por el momento sé que la política procura muchas, pero que muchas amenas paradojas. Fíjate en que los mismos estudiantes que inventaron el lema «prohibido prohibir» que tú me recuerdas agitaban el libro rojo de Mao, nada menos… Cuando se piensa un poco, es como para echarse a reír.
Termino comprometiendo desde ahora mi voto a favor del PMAR y agradeciéndote —¡no sabes cuánto!— la paciencia y el interés. Un abrazo.
jueves, 8 de junio de 2006
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3 comentarios:
Estimado Miguel
Acabo de descubrir tu blog, a partir de tu apoyo al manifiesto Ciudadanos de Europa, y sólo escribo para manifestarte mi apoyo e interés. Sé lo frío y solitario que puede ser a menudo el apasionante mundo de la blogosfera, escribiéndole potencialmente al mundo entero, pero sin saber si te leen uno, cuatro o cuatrocientos, y sólo aspiro a darte un poco de calor.
Al margen de posibles discrepancias puntuales (tampoco me he leído todos tus posts) simpatizo con el tono general de tu discurso. Especialmente con ese intento de construir un camino intermedio entre los hooligans de uno y otro bando. Un camino que ponga énfasis en los principios y los valores, y no en las etiquetas. Que no renuncie necesariamente a una señas de identidad (de izquierdas en tu caso) pero que sea capaz de analizarlas críticamente y reconsiderar lo que sea necesario. Que intente con todas sus fuerzas evitar la demagogia y el tono insultante, sin renunciar a ser contundente. Y como, además, se da la circunstancia de que somos paisanos, de Valladolid, pues mi satisfacción es doble.
He leído el comentario de Falete y, como puede deducirse de todo lo anterior, estoy sustancialmente en desacuerdo. El escepticismo me parece que puede ser un buen instrumento de higiene mental y de análisis, pero en algún momento hay que ponerse a construir algo. Destruir es a veces necesario e higiénico -no negaré que con frecuencia es incluso divertido- pero los tiempos que vivimos nos exigen ahora el esfuerzo de levantar nuevos edificios, en vez de regodearnos con el romanticismo de las ruinas. Quedarse en ese aire de superioridad del que está de vuelta de todo me interesa más bien poco. Aparte de que yo, como tú, me parece, sí que aspiro, siquiera sea vagamente, a intentar contribuir de algún modo a que el mundo en el que vivo sea un poco mejor y más habitable. Desde la plena consciencia de mi pequeñez. Sin grandes pretensiones. Pero negándome a asumir el papel del que no sabe, no contesta de nada. Y aún menos ese otro rol, que me conozco bien, del que necesita santones que le confirmen que sus opiniones son aceptables, o que están en la línea de lo que se debe o no se debe pensar cuando se es de uno u otro bando.
Añadiré, además, que mi parece un gravísimo error despreciar lo sentimental. Por eso me ha resultado especialmente simpático tu comentario de los Bordini.
Me temo que los discursos que abogan por expulsar lo sentimental de la vida política le dejan todo el terreno libre al nacionalismo, que se las apaña muy bien para acomodar, aparentemente, en su discurso político cuestiones como el amor a la tierra, el problema de los orígenes, los vínculos emotivos que nos ligan a nuestra cultura y tradiciones. El problema no es negar esto, sino colocar en su lugar preciso, que es el de la vivencia personal, y que nunca debe ser el terreno de la política. Al menos eso es lo que me parece a mí. Y es que es justamente esa manipulación de lo emocional lo que más me irrita y me preocupa del nacionalismo.
Nada más. Un abrazo y ánimo.
Vidal.
Y aquí seguiremos, lanzando botellas al mar...
Rapidito que me cierran la tienda de comics.
"Que este criterio político se adecue más o menos a la izquierda verdaderamente existente es otro problema". Bueno, en realidad ese es el "problema" del que estaba yo tratando. Nada que decir a la parte en que explicas por qué y cómo eres "de izquierdas". Yo también lo soy, aunque sorprenda a tantos cuando lo verbalizo. Lo que pasa es que a veces siento que elegir entre izquierdas y derechas es como decidirte por los romanos o los cristianos de las catacumbas, por los Templarios o los moros. ¿Dónde está esa izquierda de la que somos? Retroutopías lo llama Luis Antonio de Villenas en un libro que estoy leyendo ahora. Quizás, si los terminos derecha e izquierda no les sirvieran a los partidos de ahora para hacer sus abordajes serían filosofías tan de moda como las de Platón o Kant (por mucho que lo impregnen todo un poco). Se habrían extinguiso. Tal vez ahora sobreviven a la manera de los toros de lidia. Exactamente a esa manera.
Y siento no tener más tiempo para comentar los comentarios y más cosas, es que me cierran.
Ah, y lo de pegado al terreno político era sólo descriptivo, no una crítica, ya veo que lo estás. Yo me he llegado a enganchar a otras cosas peores como el CDisplay y los tebeos pirateados, el Monopoly de mi móvil... (y también a cosas más nobles, claro, como mis partes ...)
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