Desde que Syriza gobierna los griegos parecen tener sólo
malas noticias: han empeorado sus resultados económicos (lo cual quiere decir
que viven aún peor que antes), han agravado su problema de deuda, han retrasado
las reformas económicas necesarias, se han sometido a un corralito bancario,
han participado en un referéndum planteado en términos viscosos y cuyo
resultado no podía ser tomado en consideración ni siquiera por los convocantes…
Estos pobres resultados se rompen contra el dique de la popularidad del Primer
Ministro, al parecer intacta a pesar de haber incumplido con entusiasmo sus
promesas rupturistas.
La digna, si bien tardía, dimisión
de Tsipras después de estos meses de vaivenes, ineptitudes y decepciones aclararía,
creo yo, bastante las cosas. Podría ganar las próximas elecciones el único
político que representaría para sus votantes una suerte de austeridad de rostro humano, la mejor posibilidad
para que la opinión pública griega tolere en una mayor medida las medidas de
racionalización económica que la sensatez sugiere. Si Tsipras admite ese papel
ante los suyos y ante la Unión Europea ,
se convertirá en una piedra preciosa que la todopoderosa
Merkel estará obligada a custodiar. Sacrificar el temerario oposicionismo de
antes le haría paradójicamente más fuerte en el juego europeo de los opuestos
que se necesitan mutuamente. Y con ello los griegos saldrían ganando.
Lo iremos viendo con interés, aunque
sin mucho optimismo.