Cuando los avances técnicos lo permitieron, el lema publicitario de una película fue: “¡
La Garbo habla!”. Ahora vivimos un pequeño revuelo, igualmente publicitario, provocado por la promesa de conocer no la voz, sino
las opiniones de S.M. la Reina de España, doña Sofía contenidas en el libro de entrevistas concedidas a Pilar Urbano.
Los avances ofrecidos en la prensa demuestran que, en efecto, la Reina expone con desenvoltura sus puntos de vista sobre la unión entre homosexuales, la política exterior de George Bush, el aborto, la eutanasia y, en fin, los temas sobre los que se discute en tantas sobremesas.
Mi postura hacia la institución monárquica se resume en pocas palabras: prefiero que no exista, aunque no creo pertinente hacer campaña a favor de una república. Quiero decir que no me costará ningún esfuerzo tolerar la monarquía hasta que su existencia o no acabe por constituir un problema; dicho esto, en cuanto me pregunten no dudaré en apoyar la desaparición de reyes, príncipes, cortes (existentes o, como la española, virtuales) y demás acompañamiento. Naturalmente, dada la naturaleza de su posición, la Reina debería haber resistido la llamada de la vanidad y haberse abstenido de participarnos sus pensamientos; pero no es eso lo que me importa.
Atendiendo a los extractos ofrecidos por la prensa, si bien las opiniones de la Reina son las que cabría esperar de una aristócrata de orden que toma el té a la temperatura justa, no se puede encontrar en ellas nada verdaderamente original, ninguna observación que cale más allá de una mera toma de partido. En resumen, nada me incita a leer el libro completo.
Sofía de Grecia ha sido una mujer afortunada; ha pasado una infinidad de veladas en compañía de gentes con las más variadas responsabilidades, ha tratado de tú a tú a los más importantes estadistas, intelectuales, artistas y empresarios; ha podido recibir de ellos orientación para formarse, consejos, puntos de vista variados y bien articulados. Como resultado de esto, nos gustaría haber encontrado argumentaciones mejores que este azote a los republicanos:
"No hay que ser republicano ni monárquico, sino cons-ti-tu-cio-na-lis-ta. Hasta el sindicalista o el comunista más acérrimo, si está con la Constitución, tiene que estar con la Monarquía, que es lo que ahí pone. (...) Hoy, un republicano en España está tan fuera del contexto actual del país como... un monárquico en Francia. Para los republicanos, nadie tiene derechos de cuna. Ahora bien, cuando esos republicanos son ricos, o tienen un negocio, o una casa, ¡bien que dejan las propiedades en herencia a sus hijos! Coherencia, pues"
Basta calificar como
pobre la comparación entre la herencia de títulos, cargos y privilegios de casta —los ridícula y reveladoramente llamados “derechos de cuna”— y la de bienes. Reconozco que me he esforzado en asimilar este punto de vista, y sólo llego a advertir que para nuestra pensadora política la alternativa coherente a la monarquía es la socialización de los bienes reunidos en vida por el ciudadano común.
Su aportación a la filosofía del derecho no añade ninguna alegría. Para el orden de ideas de la Reina, el acatamiento de la ley equivale a su aprobación incondicional. Suscita admiración que al decir esto sea capaz de olvidar sus propias opiniones sobre aspectos ya legislados, a veces en sentido contrario al de las normas que el Monarca ha sancionado con su firma.
Vista la sorpresa ajena ante las palabras de la reina, me decido a añadir la mía: es verdaderamente pasmoso que una persona en su posición no tenga nada más que ofrecer. La Reina habla, sí, pero ¿para qué?