domingo, 29 de noviembre de 2015

De baja calidad


Una vez que el intelectual Monedero dejó insinuado con su acostumbrada finura que Albert Rivera esnifa cocaína, nuestra atención debería dirigirse hacia otros lados. Concretamente, hacia el centro y hacia los márgenes.
Pablo Iglesias, interpelado por el asunto, se mostró como un meritorio discípulo de Lakoff: «No creo que Rivera tenga ningún problema con las drogas ni pienso que haya tenido ningún problema con la cocaína jamás». Maite Rico, en El País, llama a esto «tender una mano a su rival» y nos demuestra a todos que se puede escribir en periódicos a pesar de padecer de una insensibilidad marmórea hacia el lenguaje. Ignora la comentarista que la declaración de Iglesias está calculada para fijar de una vez por todas en un mismo enunciado la asociación entre el candidato Rivera, la droga y la cocaína. También ignora que el malicioso uso de la expresión «no tener un problema con las drogas» guarda un doble sentido que sin duda celebrarán sus partidarios.
No lo tendremos en cuenta. El País ya nos enseñó que, cuando se trata de Podemos, decir «no me gusta» equivale a una condena sin matices.
Consultar los comentarios al vídeo de Monedero produce, sin el menor agrado, una cierta ambivalencia. En ellos se enredan los que juzgan indigno al intelectual gramsciano con quienes reclaman un análisis de orina, sangre y cabello a Rivera como requisito indispensable para sostener su querella. Estos últimos explican que el error de Monedero no reside en el perjuicio a la buena imagen de la que tanto depende todo candidato político, sino en todo caso en su falta de veracidad: una manera como otra cualquiera de encerrar otra vez a Oscar Wilde en la cárcel de Reading.
Mucho se protesta de la bajeza de nuestros políticos. Uno, cada vez que puede, insiste en preocuparse más por la calidad de los electores ~

jueves, 20 de agosto de 2015

¿Un líder de talla europea?


Desde que Syriza gobierna los griegos parecen tener sólo malas noticias: han empeorado sus resultados económicos (lo cual quiere decir que viven aún peor que antes), han agravado su problema de deuda, han retrasado las reformas económicas necesarias, se han sometido a un corralito bancario, han participado en un referéndum planteado en términos viscosos y cuyo resultado no podía ser tomado en consideración ni siquiera por los convocantes… Estos pobres resultados se rompen contra el dique de la popularidad del Primer Ministro, al parecer intacta a pesar de haber incumplido con entusiasmo sus promesas rupturistas.
La digna, si bien tardía, dimisión de Tsipras después de estos meses de vaivenes, ineptitudes y decepciones aclararía, creo yo, bastante las cosas. Podría ganar las próximas elecciones el único político que representaría para sus votantes una suerte de austeridad de rostro humano, la mejor posibilidad para que la opinión pública griega tolere en una mayor medida las medidas de racionalización económica que la sensatez sugiere. Si Tsipras admite ese papel ante los suyos y ante la Unión Europea, se convertirá en una piedra preciosa que la todopoderosa Merkel estará obligada a custodiar. Sacrificar el temerario oposicionismo de antes le haría paradójicamente más fuerte en el juego europeo de los opuestos que se necesitan mutuamente. Y con ello los griegos saldrían ganando.

Lo iremos viendo con interés, aunque sin mucho optimismo.