Sí, amigos: se acabó. Italia ha ganado el mundial de fútbol, y estos son algunos apuntes efectuados con mi típica irresponsabilidad.
Unidad de método
La pregunta parece una de ésas que acaba en chiste: ¿en qué se parecen los periodistas deportivos a los economistas? La respuesta: en que siempre son capaces de predecir con toda fiabilidad… el pasado. Ocurre con las crisis económicas como con los resultados futbolísticos. Basta con empezar una frase diciendo “claro, claro, es normal que ocurra así porque…” y continuar con una batería de especiosas razones, habitualmente desatinadas.
En el caso del deporte, se producían estas explicaciones, muy a menudo de signo contrario, a un ritmo vertiginoso; varias veces a lo largo de un partido y efectuadas por las mismas personas. ¿Que España va ganando a Francia? Está claro que nuestros jóvenes mocetones son técnicamente superiores a los vejestorios franceses, y que el fútbol siempre es generoso con nuestro juego de ataque, y no remunera a los agarrados franchutes. ¿Que Francia nos mete tres chicharros? Claro está que la veteranía es un grado, y que los franceses han hecho valer su superior físico (¡qué altos son, cómo corren!) y su experiencia frente a los aún bisoños pupilos de Aragonés.
Y así todo. Un matiz: los economistas actúan así debido a la reconocida insuficiencia de sus métodos de análisis, mientras que los periodistas deportivos no hacen más que recordarnos que en la naturaleza del fútbol el azar ocupa un lugar importantísimo. Y no se debe solamente a que se juegue con los pies y no con las manos. Más importante es tener en cuenta que un juego en el que los marcadores son tan exiguos cualquier golpe de fortuna (un error arbitral, un rebote raro, un mal día) puede ser tan decisivo como los mismos goles. A ver si nos enteramos de una vez: quien quiera ver un deporte justo, que se aficione al baloncesto, al tenis o al voleibol. Y si son femeninos, mejor.
El medio es el medio; el mensaje no existe
El mundial nos ha permitido ver un fútbol muy distinguido y la peor televisión que recuerdo. En este caso, cualquier tiempo pasado fue mejor. Antes, los programas deportivos seguían un cierto orden, esto es, eran comprensibles para un espectador que sabía qué cabía esperar a cada momento; a menudo eran resúmenes bastante sustanciosos de los partidos, al fin y al cabo lo más importante.
Ahora se ha impuesto otro modelo. Para que el espectador no sienta la tentación de cambiar de canal, se trata de sorprenderlo siempre y, sobre todo, de producirle la impresión de que en cualquier momento puede llegar «lo bueno». No hay orden real ni aparente: los totales y las crónicas de los partidos se entremezclan sin ton ni son; los resúmenes de los partidos se han reducido a simples radiografías consistentes en imágenes de los goles, a ser posible tan escuetas como para que no se pueda apreciar las jugadas que los precedieron, y en montajes «ágiles» (vale decir, sincopados y estupidizantes) con los gestos de un jugador cuando falla un regate, marca un gol, o llora porque ha perdido. Mención aparte merecen los larguísimos, agotadores, aburridísimos reportajes en los que los corresponsales de los países participantes se zambullían en las algazaras correspondientes a las victorias, ya fuera en París, Roma, Lisboa o donde fuera; o los larguísimos, agotadores, aburridísimos reportajes en los que se nos contaba con todo lujo de detalles cómo había viajado a Alemania la hinchada española y la sana diversión que la caracterizaba.
Alfredo fue uno de mis compañeros de piso durante mis estudios en Salamanca. Había jugado al fútbol bastante, creo recordar que incluso federado, con el equipo de su pueblo. Una vez hizo una pregunta fundamental. Seguíamos en el telediario la narración de una de las frecuentes reuniones de ejecutivos de la UEFA. La imagen los mostraba: en su mayoría hombres, gordos, encorbatados, desparramados en sus sillones, fumando puros, decidiendo las primas a los equipos ganadores y cosas así. Alfredo, con una característica mezcla de candidez y malicia que en nadie más he encontrado, dijo: «pero a estos tíos, ¿les gustará el fútbol?». Pues lo mismo me pregunto yo al ver la horrible televisión deportiva de estos mundiales. A los que cometen semejantes programas, ¿les gustará el fútbol?
Lasciate ogni spera
España ha vuelto a conocer, siguiendo su destino con edípica precisión, sus límites fatales. Tengo una hipótesis bastante poderosa para explicarlo. El problema de nuestra selección no es que pierda siempre que llega a un determinado nivel (digamos los siempre temidos cuartos de final), sino que nuestra selección no es capaz de ganar a equipos tradicionalmente competitivos (digamos Italia, Francia, Brasil, Alemania, Inglaterra… Añadid los que queráis). Cierto es que no siempre es así: a veces perdemos contra equipos notoriamente inferiores (digamos Nigeria, Corea… Añadid, añadid sin miedo). Creo en suma que el problema no es práctico sino trascendente, más apto para un ensayo de Ortega que para las capacidades del Aragonés de turno.
Adieu, Zizou
Adiós, Zidane. Es hermoso haberte visto.
Unidad de método
La pregunta parece una de ésas que acaba en chiste: ¿en qué se parecen los periodistas deportivos a los economistas? La respuesta: en que siempre son capaces de predecir con toda fiabilidad… el pasado. Ocurre con las crisis económicas como con los resultados futbolísticos. Basta con empezar una frase diciendo “claro, claro, es normal que ocurra así porque…” y continuar con una batería de especiosas razones, habitualmente desatinadas.
En el caso del deporte, se producían estas explicaciones, muy a menudo de signo contrario, a un ritmo vertiginoso; varias veces a lo largo de un partido y efectuadas por las mismas personas. ¿Que España va ganando a Francia? Está claro que nuestros jóvenes mocetones son técnicamente superiores a los vejestorios franceses, y que el fútbol siempre es generoso con nuestro juego de ataque, y no remunera a los agarrados franchutes. ¿Que Francia nos mete tres chicharros? Claro está que la veteranía es un grado, y que los franceses han hecho valer su superior físico (¡qué altos son, cómo corren!) y su experiencia frente a los aún bisoños pupilos de Aragonés.
Y así todo. Un matiz: los economistas actúan así debido a la reconocida insuficiencia de sus métodos de análisis, mientras que los periodistas deportivos no hacen más que recordarnos que en la naturaleza del fútbol el azar ocupa un lugar importantísimo. Y no se debe solamente a que se juegue con los pies y no con las manos. Más importante es tener en cuenta que un juego en el que los marcadores son tan exiguos cualquier golpe de fortuna (un error arbitral, un rebote raro, un mal día) puede ser tan decisivo como los mismos goles. A ver si nos enteramos de una vez: quien quiera ver un deporte justo, que se aficione al baloncesto, al tenis o al voleibol. Y si son femeninos, mejor.
El medio es el medio; el mensaje no existe
El mundial nos ha permitido ver un fútbol muy distinguido y la peor televisión que recuerdo. En este caso, cualquier tiempo pasado fue mejor. Antes, los programas deportivos seguían un cierto orden, esto es, eran comprensibles para un espectador que sabía qué cabía esperar a cada momento; a menudo eran resúmenes bastante sustanciosos de los partidos, al fin y al cabo lo más importante.
Ahora se ha impuesto otro modelo. Para que el espectador no sienta la tentación de cambiar de canal, se trata de sorprenderlo siempre y, sobre todo, de producirle la impresión de que en cualquier momento puede llegar «lo bueno». No hay orden real ni aparente: los totales y las crónicas de los partidos se entremezclan sin ton ni son; los resúmenes de los partidos se han reducido a simples radiografías consistentes en imágenes de los goles, a ser posible tan escuetas como para que no se pueda apreciar las jugadas que los precedieron, y en montajes «ágiles» (vale decir, sincopados y estupidizantes) con los gestos de un jugador cuando falla un regate, marca un gol, o llora porque ha perdido. Mención aparte merecen los larguísimos, agotadores, aburridísimos reportajes en los que los corresponsales de los países participantes se zambullían en las algazaras correspondientes a las victorias, ya fuera en París, Roma, Lisboa o donde fuera; o los larguísimos, agotadores, aburridísimos reportajes en los que se nos contaba con todo lujo de detalles cómo había viajado a Alemania la hinchada española y la sana diversión que la caracterizaba.
Alfredo fue uno de mis compañeros de piso durante mis estudios en Salamanca. Había jugado al fútbol bastante, creo recordar que incluso federado, con el equipo de su pueblo. Una vez hizo una pregunta fundamental. Seguíamos en el telediario la narración de una de las frecuentes reuniones de ejecutivos de la UEFA. La imagen los mostraba: en su mayoría hombres, gordos, encorbatados, desparramados en sus sillones, fumando puros, decidiendo las primas a los equipos ganadores y cosas así. Alfredo, con una característica mezcla de candidez y malicia que en nadie más he encontrado, dijo: «pero a estos tíos, ¿les gustará el fútbol?». Pues lo mismo me pregunto yo al ver la horrible televisión deportiva de estos mundiales. A los que cometen semejantes programas, ¿les gustará el fútbol?
Lasciate ogni spera
España ha vuelto a conocer, siguiendo su destino con edípica precisión, sus límites fatales. Tengo una hipótesis bastante poderosa para explicarlo. El problema de nuestra selección no es que pierda siempre que llega a un determinado nivel (digamos los siempre temidos cuartos de final), sino que nuestra selección no es capaz de ganar a equipos tradicionalmente competitivos (digamos Italia, Francia, Brasil, Alemania, Inglaterra… Añadid los que queráis). Cierto es que no siempre es así: a veces perdemos contra equipos notoriamente inferiores (digamos Nigeria, Corea… Añadid, añadid sin miedo). Creo en suma que el problema no es práctico sino trascendente, más apto para un ensayo de Ortega que para las capacidades del Aragonés de turno.
Adieu, Zizou
Adiós, Zidane. Es hermoso haberte visto.
[No, no es Zidane, sino el blogmaster con una camiseta de Zidane]
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