viernes, 11 de agosto de 2006

Galicia Caníbal

Transcribo parte de una conversación telefónica mantenida hoy con un amigo gallego, Anxo Forcarei.

—Hombre, qué sorpresa.

—Qué, ¿cómo os va por ahí?

—No me puedo quejar, porque aquí aún tenemos árboles sin calcinar. ¿Qué tal se vive entre el humo y la ceniza?

—Con ganas de relativizarlo todo, pero sin energías para hacerlo. Lo que veis en la tele es una muestra homeopática de lo que te encuentras por la carretera.

—Tranquilos, que ya han ido Zapatero y Rubalcaba por ahí, ya todo está solucionado…

—Bueno, algunos se han creído que abuchear a Zapatero era una buena manera de combatir el fuego.

—Qué curioso. A Zapatero lo abuchean porque ha ido a hacerse la foto, pero a Aznar, que apenas compareció cuando lo del Prestige, le criticaron muchísimo por no haber ido a hacerse la foto.

—Lo pusieron «podre». Lo de Zapatero de ahora es, evidentemente, un ajuste de cuentas por las últimas veces que han reventado actos a Rajoy los de la UGT o el PSOE. El caso es que venimos a parar en que si vienen a hacerse la foto, mal. Si no se la hacen, también mal. Ya estamos de acuerdo en algo: el acto de presencia no hace nada; ni siquiera queda bien en el telediario.

—Mejor harían abucheando y denunciando a los causantes de los fuegos.

—¡Huy, eso nunca! Tendrían que hacerlo señalándose a sí mismos delante del espejo.

—No te pases, no te pases.

—No me paso. Lo de este año puede ser extraordinario, pero por lo concentrado. ¿Acaso no te das cuenta de que en Galicia se da la mayoría de los incendios de España? Sólo nos sigue en salvajismo Cataluña. Lo que está ocurriendo esta semana es lo que viene sucediendo el verano pasado, el anterior, el anterior, el anterior… Forma parte de nosotros. Mi sorpresa, ya ves, es parcial.

—Hablas así porque te has deprimido con este tema. Lo que tiene que ocurrir es el descubrimiento de las tramas que hay detrás.

—¿Qué tramas? O, mejor dicho, ¿qué importancia tienen? Lo que ocurre nos ocurre porque lo hacemos todos. No tenemos el menor amor por la naturaleza. Al menos los gallegos.

—No es precisamente ése un rasgo que os suela distinguir.

—Sí, hemos vendido el mito del gallego en comunión con la naturaleza, pero mira qué montes tenemos. No hablo de la chamusquina de ahora, sino de nuestras arraigadas costumbres de destrucción de los parajes naturales. Quizás Pepiño el de Curtis no pegue fuego al monte, pero sospecha acertadamente que Manoliño, que vive dos casas más allá, sí lo hace, y calla la boca, y seguramente envidia su suerte. Los mismos que proclaman su amor por el monte se parecen bastante a quienes se hacen la casiña en cualquier parte (porque, claro, no hay planes urbanísticos) con todo lo que eso trae. Los que proclaman el carballo como el árbol nacional de Galicia se parecen bastante a los que plantan en sus montes eucaliptales sin control alguno (así el eucalipto se puede propagar a sus anchas por todas partes, como una plaga). Los que se indignaban con grandes aspavientos por la catástrofe del chapapote se parecen mucho, pero que mucho, a los que convierten las playas en estercoleros celebrando la noche de San Juan. Los que te cuentan, guiñándote un ojo, que son muy sutiles porque tienen mucha retranca gallega se parecen mucho a los que arreglan sus asuntos a berridos en el trabajo. Y tú no te rías, que has sido uno de nosotros durante varios años.

—Me río porque te pones muy gracioso cuando te indignas. Pensaba que si Castelao viviera hoy, debería dedicar uno de sus «retrincos» a «Manoliño, o incendiario».

—No es mala idea. Daría de lleno en el verdadero carácter gallego.

—Ya sabes que a mí eso de los caracteres por territorios me parece una majadería.

—Porque no te das cuenta de que para que algunas cosas existan basta con enunciarlas. Por ejemplo, una nación. Atiende lo que te digo. La identidad colectiva (no hablo de conciencia nacional porque sé que te pones nervioso) siempre, pero siempre, tiene una porción de soberbia y otra de agravios. Da igual que los agravios sean reales o míticos, eso es lo de menos, pero de las dos cosas tiene que haber. Hasta hace muy poco esa identidad era embrionaria, o demasiado fragmentaria. Un poco de la mentira de la herencia celta, otro poquito del pueblo sacudido por la miseria, la emigración, la explotación por los forasteros, etcétera; luego unas poesías de Celso Emilio Ferreiro («o pobo quere terra, a terra quere pobo») por aquello de darse pisto, y fuera. Nada más. Pues llegó el Prestige para terminar de constituir la identidad gallega. Una juventud pujante que pudo agarrarse al acontecimiento gracias a lo nefasto de los gobiernos de Fraga y Aznar. Madrid y cierta jerarquía gallega, los «malos gallegos», se convertían en culpables. A manifestarse a Madrid. El grito, más o menos, era: «nosotros no nos merecemos esto». Y es verdad: ¿quién se merece un Prestige? Bueno, pues miles de familias pegan en sus ventanas el cartelito de Nunca Máis y se enteran así de que la cosa puede funcionar. En seguida llegan las componendas: los informativos se llenan de imágenes de pescadores diciendo que «mexan por nós e din que chove», famoso adagio que, por cierto, si a algún botarate se le ocurre repetirlo con motivo de los incendios, prometo que le sacudo con un palo. Sigo con las componendas: Madrid se inventa el Plan Galicia, que es como una petición de disculpas. Los gallegos entienden el mensaje: si prometen una millonada en inversiones, será porque nos la merecemos, porque somos el pueblo castigado. Y la campaña electoral gira, más que acerca de lo patético de Fraga, sobre conceptos como el de «deuda histórica». Tan es así que no sólo se agarran a ello los nacionalistas. ¡El mismísimo Acebes habló de la deuda histórica en Pontevedra! Y en éstas estamos.

—Tenemos lío. ¿Has visto los titulares de El Mundo? Me refiero a que están hincando el diente en la cuestión lingüística.

—Cada cual a lo suyo…

—En un editorial decían que se podía dar la paradoja de que se admitiera en las brigadas de extinción de incendios a un belga o un alemán que acreditasen haber pasado los cursos de gallego, pero no a un español que no los tuviera.

—Ya, pero es que no llegan al fondo de la cuestión. Lo que dicen es cierto. No es necesariamente negativo, pero es cierto; sólo es la mitad del problema.

—Pues ya me estás explicando la segunda mitad.

—A ver… Me parece de lo más normal que quien aspire a una plaza de empleo público en Galicia tenga que acreditar que sabe gallego. La razón es muy simple: el gallego es un idioma perfectamente vivo y en buen uso por parte de una porción enorme de la población. Esto tú lo sabes perfectamente.

—Aceptado.

—Pues eso, que por mí ningún problema. Ahora bien, ¿por qué no se exige acreditar un conocimiento suficiente del castellano?

—Cierto. Es un idioma con una implantación incluso mayor que el gallego.

—Sabemos que en la práctica no hay casos así, pero un belga que sepa gallego y no castellano es tan apto, o inepto, para un trabajo público como un madrileño que no tenga ni idea de gallego.

—¿Oyes esto?

—Sí. ¿Qué haces?

—Estoy aplaudiendo. Y cuando colguemos voy a escribir un post.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado blogmaster o como se diga:
Se entiende la preocupación y la tristura por lo que está pasando en Galicia; pero ese grado de abatimiento que desemboca en pintar a los paisanos gallegos como desaprensivos medioambientales no creo que se corresponda con la realidad.
Este país, además de tener sus mitos y su bonita colección de agravios (unos ficticios, otros auténticos), presenta (como toda sociedad que se precie) sus patologías. Entre estas, los tradicionales incendios veraniegos. No recuerdo ningún verano con sus miles de focos de incendios. En esto le doy la razón al Sr. Forcarei, pero no creo en esa generalización del gallego como una especie de gamberro medioambiental, ni tampoco creo en tramas organizadas.

Creo que a lo largo de todos estos años se han dado explicaciones muy sencillas para responder a un problema estructural que requiere mayor atención y estudio. La mejor prueba de ello es que todo el mundo tiene a mano una bonita explicación. El BNG, cuando estaba en la oposición, no se cansaba de repetir que los incendios del verano se apagaban en invierno desbrozando los montes (lo que es una chorrada) y que la anterior Administración del PP no hacía nada en ese sentido. Otros hablan también de los eucaliptos y de las tramas papeleras y madereras; otros de recalificaciones del suelo chamuscado; ahora, se ha llegado a apuntar por algún ínclito novelista (Suso de Toro), que esto lo organiza gente resentida por haber perdido la poltrona (el PP siempre tiene la culpa, esté en el gobierno o en la oposición; los nuestros nunca). Pero lo cierto es que la imagen que ha dado el conselleiro de Medio Rural, responsable directo de la lucha contra los incendios, es la de alguien superado por las circunstancias; y lo cierto es que la selección del personal para acometer la campaña veraniega antiincendios ha dejado mucho que desear, aunque éste no es momento ahora de extenderse en un asunto tan intrincado.
En fin, allá él con su conciencia.Yo no pido su dimisión ni nada; pero me parece que nos merecemos un estudio serio que llegue a determinar las causas de esta patología para que, una vez realizada la diagnósis podamos enfrentarnos con esperanzas a este desastre anual que, francamente, ya empieza a tocarnos la moral (como se vé).

Anónimo dijo...

escribe máaaas