El teniente general Mena ha dicho lo que le parecía el proyecto de Estatuto Catalán y ha recordado convenientemente cuál es el papel que la Constitución otorga al Ejército y en qué casos podría actuar. Un pobre infeliz con ganas de hacerse el héroe de la derecha a costa de recordar el peor clima pregolpista de la transición. Mientras tanto, los nacionalismos identitarios se sirven del incidente para cargarse de razón y, en consecuencia, hacerse oír. Enhorabuena a todos y vale.
Lo más preocupante es el eco que se ha hecho entre los aficionados. Escuchando un programa de radio, varios oyentes se declararon de acuerdo con el bueno de Mena y alegaron el derecho a la libertad de expresión para justificar su discurso. En lo que no han reparado estos bienintencionados opinadores es en que la democracia no elimina el principio de autoridad; a buen seguro están incluso de acuerdo en ello. Por lo tanto, no les ha de costar ningún trabajo admitir que su arresto y su destitución está siendo efectuado por el Gobierno haciendo legítimo uso de sus funciones.
Tendemos a disculpar o condenar los comportamientos intolerables según su contenido "explícito". Si éste nos gusta, invocamos la libertad de expresión y a otra cosa. Parecido caso —salvando las distancias— nos lo encontramos cuando un grupo de gente del mundo del espectáculo irrumpió en un debate en el Congreso de los diputados exhibiendo unas camisetas con lemas contra la guerra, como si no fuera la cámara de representantes y como si su postura antibelicista no estuviera representada allí ese día. En fin, ese día quienes se indignaron por el trato aplicado a los protestones fueron los izquierdistas despistados, y ahora es la derecha rancia, reaccionaria… Todo eso.
El reconocimiento al otro es una de las condiciones para que exista una verdadera democracia, y dentro de ese reconocimiento habríamos de mantener la observancia de unas mínimas normas de respeto hacia los demás: unas normas de uso de la democracia, digamos, para hacer "como que" consideramos a los otros como personas respetables. Cuando esas normas se transgreden devaluamos al otro respecto de su condición de persona. El debate deja entonces de existir, y nos encontramos con la dichosa crispación y todo lo que comporta. Creo que, contra el virus del sectarismo, bien haríamos en proponer la vacuna de la buena educación, que es sólo uno de los principios contra los que ha atentado Mena. Las formas, la hipocresía, hacer como si fuéramos distintos a nosotros mismos, ceder parte de nuestra soberanía simplemente para reconocer al otro, permitiría aumentar la calidad de nuestras relaciones sociales y políticas y edificar, de una vez, el debate. Del mismo modo que el Teniente Coronel Mena cometió también una grave falta contra las buenas maneras, sus compañeros de ideología harían bien en distinguir entre una cosa y otra, y condenar el dichoso discurso como es menester. Hala.
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1 comentario:
pues a mí lo de Mena en la trena (domiciliaria) me apena.
en fin, todo sea por la homogeneización del pensamiento.
Otro ladrillo en el muro de un mundo feliz.
la hipocresía ya no es un instrumento homenajiístico, sino una institución onanista que vive entre nosotros, de nosotros, con nosotros, en nosotros...
vendo barbas y cucuruchos de gravilla para lapidaciones (como no veas YA la Vida de Brian vas a seguir sin entenderme)
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