viernes, 12 de mayo de 2006

Adeu

Para perfeccionar la triste impresión que hemos albergado durante todo el proceso de negociación del nuevo Estatuto para Cataluña —y sin trazas de que aquélla vaya a mejorar—, Maragall ha cedido a la presión de la realidad —vale decir, la de todas sus torpezas— y ha descompuesto el tripartito. Quizás, pero sólo quizás, con el tiempo se juzguen los «avances» contenidos en el Estatut como un ejemplo cabal de victoria pírrica.

El autor de este blog no tiene la intención de hacerse el listo ni de ocultar sus ignorancias e ingenuidades: creí de buena fe que el gobierno de Maragall iba a ser un punto y aparte, y serviría de referente para futuros ejecutivos de centro izquierda. Qué equivocación tan grande, y qué decepción. Pero, también, qué instructivas enseñanzas nos proporciona este caso para comprender dónde está el verdadero talón de Aquiles de las democracias europeas.

Cuando el PSOE ganó las elecciones generales contra todo pronóstico —hay que subrayar esto—, el tripartito agitó un único estandarte, el del Estatuto. La oposición de CiU, temerosa de quedar sobrepasada en su nacionalismo por el mismísimo Gobierno, apostó fuerte y al alza. Nadie se opuso a la fuerza de este peculiar círculo vicioso, o virtuoso, o lo que sea; y digo nadie porque la voz del PP en Cataluña, sea por las razones que sea, es irrelevante.

Carod Rovira entendió rápidamente que su posición institucional de Conseller en Cap constituía una buena posibilidad para tratar a ETA como un interlocutor político legítimo, y obtener así una ventajosa tregua a la catalana de los terroristas. Para asombro de todos, aún no se ha dado cuenta de cuál ha sido su equivocación.

Al ver la reacción a los derrumbes en el barrio barcelonés del Carmelo ya encontramos motivos para cultivar la sospecha. Los medios de comunicación catalanes se mostraron peculiarmente unánimes para rebajar o eliminar la gravedad del caso. Cuando los hechos fueron demasiado notorios para seguir ocultándolos, los socialistas no encontraron mejor bombero que ¡el mismísimo Zapatero! En el Parlamento, el cocinero Maragall empezaba a enseñarnos a preparar un «suflé catalán» cuidando mucho la dosificación de los ingredientes: de comisiones bastaba con un tres por ciento. En una reacción reveladora como pocas, Artur Mas no rechazó la imputación y prefirió retirar momentánea y amenazadoramente su apoyo al Estatuto.

Los componentes del gobierno catalán nos demostraban cómo se ayuda a construir una sociedad democrática en su trato con los medios de comunicación. Descubrimos que el más opuesto y radicalizado, la cadena COPE, podía ser asaltado por hordas de jóvenes independentistas ante la indiferente mirada de los hermanos mayores Carod, Bargalló, Tardá y compañía. Comprobamos también que la manera de asentar un pluralismo responsable pasaba por constituir un Consejo Audiovisual obviamente dirigido contra los medios de la derecha no nacionalista. Incluso yo di un respingo cuando me enteré de la noticia; no en vano por entonces estaba leyendo al bueno de Isaiah Berlin, ejercicio que recomendaría vivamente a gentes como el bonachón Miquel Iceta, además de a todos los periodistas catalanes.

Eran reacciones tal vez comprensibles ante los ataques desmesurados por parte de los españolistas; tal vez no se merecían ese trato. Para que todos comprendiéramos lo acosados que se sentían en su rincón de la piel de toro, bastión del progreso, Pepe Rubianes, showman catalán de adopción, anheló con bizarría en la televisión pública, y en horario de protección a la infancia, que a los españoles nos explotasen los cojones; Carod, por su parte, propuso boicotear la candidatura madrileña a albergar los Juegos Olímpicos de 2012. Según tengo entendido, a Londres aún no ha llegado la noticia de este valioso apoyo a sus intereses. De cualquier manera, en el resto de España nos empeñamos en no comprender estos mensajes como lo que eran: súplicas amistosas para que tratásemos a Cataluña como una nación de hombres templados y buenazos que querían formar parte de nuestra realidad plural.

Maragall se apresuró a darnos una excelente lección sobre su manera de entender los límites de la política en una sociedad abierta. En una misma frase unió, bendijo y auguró un final feliz al Estatut, al cava que sufría un incipiente boicot, y… ¡a la OPA de Gas Natural a Endesa! Nuevo respingo: al oir esas palabras, del sobresalto escupí el sorbo de Freixenet que acababa de tomar. Aclaro que luego, para demostrar a todos que eso de los boicots no va conmigo, me metí otro buche de cava.

Más democracia, y a paladas: ERC se financia con aportaciones «voluntarias» —bajo chantaje— de los empleados públicos de las consejerías donde ellos gobiernan. Para escurrir el bulto despistando a los más idiotizados, hacen como que sólo se le hubieran reclamado cantidades a cargos de libre designación afiliados a su partido. Más tarde, cuando el Presidente por fin lleve a término una crisis de gobierno, lograrán imponer a Xavier Vendrell —el encargado de efectuar las coacciones— como Conseller. Toda una señal de renovación y ventilación de la vida pública.
Zapatero, cansado ya de que el patio estuviera desmandado a cuenta del Estatut, decidió cortar malamente el nudo gordiano que él mismo había enredado y pactó con la C de CiU «traicionando» a ERC. Gracias a esta maniobra, todos lo verificamos: si lo comparamos Maragall y Carod, Artur Mas adquiere la dimensión de un Talleyrand.

La pregunta de los de Esquerra, «¿cómo expresar nuestro descontento con las concesiones efectuadas sobre el texto del Estatut?» tuvo una rápida respuesta en una manifestación de éxito. A corto plazo, Carod obtuvo razones para estar satisfecho; a largo plazo, empero, el movimiento que él había iniciado adquirió la inercia suficiente para estrellarlo en su última asamblea con la oposición de las bases a laisser passer el Estatuto. La aspiración de los dirigentes de Esquerra era hacerse los dignos y consentir a su pesar, beneficiándose al fin de un estatuto de autonomía del cual poderse sentir sin embargo un poco distanciados; vamos, como el PNV con la Constitución; pero, vaya hombre, no salió la jugada.

Las circunstancias a las que se enfrentaba el tripartito eran de una complejidad creciente; es más, alcazaban proporciones de verdadera alarma cuando se consideraba que su solución dependía de la ya por todos acreditada destreza del President Maragall. Pero, en fin, las presiones son las que son y mejor acabar de una vez por todas que seguir dando el espectáculo. Y así estamos hoy, conteniendo la vergüenza ajena.

No tengo ganas de andarme con matices. La incapacidad de Maragall y su amor por la improvisación no se compadecen de ninguna manera con el cargo de desempeña. Ni siquiera puede aportar unos principios coherentes sostenidos a lo largo de toda su vida pública. Recuerden: cuando abandonó la alcaldía de Barcelona, su principal preocupación no era la identidad nacional, sino la cesión de competencias y recursos a las instituciones locales. ¿Qué fue de aquello? ¿Dónde están las nieves de antaño, mi oportunista Pasqual?
A Zapatero, mejor lo dejaremos por hoy.

Respecto a Esquerra Republicana y a sus caras conocidas, cabe decir que se han beneficiado de una actitud amistosa de los medios catalanes y progubernamentales, que quisieron disfrazarlos de simpáticos y civilizados europeos. Nada más falso. Carod lo puede ocultar hablando en voz queda, con tranquilo continente e incluso en un deficientísimo gallego, pero él y su grupo representan posiciones fanáticas, antirreformistas, regresivas hasta lo mohoso, irracionales y absolutamente inconciliables con una izquierda liberal. Ante la inepta capacidad crítica, por no decir complicidad, del PSC, los amigos republicanos han practicado sin el menor complejo el manual del perfecto totalitario, intentando entregar a sus ciudadanos una democracia a la italiana. En la entrevista que ayer concedió a Iñaki Gabilondo, el cabecilla de ERC afirmó que, de romper el pacto de gobierno, el Presidente estaría demostrando que no quería un gobierno de izquierdas para Cataluña. ¿Tan pobre ha sido su ejecutoria para que no pueda defender la permanencia de un buen gobierno, sino de un gobierno de izquierdas? ¿Acaso su manera de concebir la izquierda pasa por rapiñar para uso de su facción un tanto por ciento tasado de los trabajadores contratados a cargo de todos los ciudadanos catalanes —y no de su partido, recordemos—? Insisto en lo afirmado en posts anteriores: a este paso, como sigamos haciendo un fetiche de la etiqueta política «izquierda», la vamos a dejar tan manoseada que no nos la va a querer ni el trapero.

Como explicaba didácticamente Max Weber, un político como es debido a menudo debe preferir la ética de la responsabilidad a la de la convicción. Reto a cualquiera a que me demuestre que Carod Rovira se ha manifestado una vez —¡una sola!— en defensa de esta noción de elemental liberalismo.

Y por seguir con las caras conocidas de los de Esquerra, declaro con toda solemnidad que sólo me interesa una: la de una atractiva jovencita, habitual presencia en el estrado cada vez que Carod hace una declaración institucional, situada a uno o dos pasos de él. ¿Sabrá alguien su nombre?
Tal vez, y esto lo digo con melancolía, el oasis catalán nunca existió, o lo fue a costa de las prácticas venales y autoritarias que estupefactos, atestiguamos.

No hay comentarios: