Con el paso del tiempo me voy convenciendo de que Steven Spielberg tiene miedo a convertirse en un cineasta obsoleto. Ese temor explica sus equivocaciones (Amistad, Tintín, el cuarto y lamentable Indiana Jones), que alterna con películas excelentes, como Atrápame si puedes o Lincoln. Ready Player One es un jalón más entre sus realizaciones más débiles.
Uno de los alicientes que Spielberg siempre nos ha brindado es el de ser uno de los directores con mayor sentido visual; y atención, que hablamos del arte de Welles, Ford y Lean. Su alta exigencia en la composición de planos se ve dañada por una calidad de imagen que no resiste el visionado en pantalla grande. RPO tiene algunos de los planos en matte más vergonzosos de su filmografía (junto con el último Indy). Por no hablar del falso grano de las imágenes diurnas. Es un profundo misterio la participación de Janusz Kamiński en semejante dislate. Y me pregunto si en formato digital se sigue hablando de etalonaje.
Una idea en la que insisto con frecuencia: el cine es montaje. Con el advenimiento del medio digital se pueden hacer fastuosos planos secuencia, ya lo sé, pero eso no los convierte en la mejor solución si no tienen un propósito narrativo claro. Spielberg cae una y otra vez (ay, ese Tintín…) en la trampa de Zemeckis y de ostentaciones al estilo de Atomic Blonde. Sin conseguir nada.
Las escenas de acción, centradas en la aparición de elementos sorprendentes y tremendos, están planteadas con una completa carencia de emoción. Ponga usted imágenes de un DeLorean a toda velocidad y añada digitalmente lo que quiera: Kong dando puñetazos, un Tiranosaurio de dimensiones kaiju, cientos de otros vehículos dando tumbos y, si quiere, hasta una lluvia de meteoritos. Ya se sabe que ahora todo es posible. Sin embargo, el espectador nota que todas esas vicisitudes son sobrevenidas, torpes interpolaciones puestas para que parezca que pasa algo que en realidad no supone riesgo alguno para el protagonista de la escena. Como los peligros nunca llegan a ser auténticos peligros, es imposible meterse en la piel de un personaje cuyos esfuerzos y sobresaltos se nos hurtan. Compárese la aparatosa escena de la carrera en RPO con la persecución de las bicicletas en ET y, creo, se entenderá lo que quiero decir.
El manejo de las numerosas referencias es tosco. Por ejemplo, la secuencia de El resplandor es tan refractaria al estilo y al espíritu de la película original que más valdría haber utilizado cualquier slasher o alguna de zombies. Es un error de un tamaño que hace que parezca pequeño el de convertir al gigante de hierro en una máquina de guerra (y espero que se entienda que el gigante de hierro deja de ser una máquina de guerra, que no hay que explicarlo todo, creo yo).
Qué trama, señores. El protagonista vive en una especie de favela en Columbus, Ohio. Gracias al sistema de realidad virtual OASIS participa en una especie de universo paralelo junto a jugadores de todo el mundo. Así, Parzival se hace con una cuadrilla de amigos virtuales a los que, como es natural, no conoce en el mundo real. Pero, ay los guionistas, todos acaban por encontrarse —incluyendo al villano— en carne mortal y resulta que todos viven en Columbus, Ohio. O en el pueblo de al lado, que para el caso es lo mismo. El mundo es un pañuelo. No: el mundo es Columbus, Ohio.
Pues vale, la partida del Player One no ha sido gran cosa. A ver si el Player Two lo hace mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario