domingo, 5 de febrero de 2006

Orwell: “La libertad es poder decir a los demás lo que no quieren oír”

Es inevitable decirlo: los que protestan incendiando embajadas o paseándose con carteles donde se nos promete a los europeos una eficaz e ineludible decapitación ofrecen una imagen del Islam harto menos halagadora que las caricaturas de Mahoma ofrecidas por el Jyllands-Posten.
A propósito de este conflicto, los periódicos de los países donde la libertad de expresión es corriente y celosamente guardada se han lanzado a opinar sobre la propia libertad y sus límites. Para que conste mi originalidad, he de señalar que lo que voy a decir no lo he encontrado en ningún artículo: buenas o malas, son mis conclusiones.



[Con un par]

A mi juicio, es un error pronunciarse como se ha hecho en la mayoría de los casos, repitiendo lo que ha acabado por convertirse en una cantinela según la cual la libertad de expresión y de prensa es de un valor incalculable, pero que debe ejercerse con el suficiente tacto como para no ofender a los demás. Ambos juicios, por separado, son perfectamente plausibles, pero unidos en un texto escrito en un contexto semejante ofrecen la lamentable impresión de que bordean la justificación de la autocensura: uno más uno otra vez no hacen dos. Según estos especuladores, debemos tener derecho a decir lo que queramos y como queramos, aunque no queramos (eufemismo por podamos) usarlo.

La confusión es bastante notable si nos percatamos de que quien piensa de esta manera utiliza argumentos basados en que los valores a respetar son sostenidos, según convenga, individual o colectivamente; que pide que esta concepción del respeto gobierne los actos de los que se expresan, entendidos como colectividad. En un curioso artículo de El País (hoy mismo, 5 de febrero) se recogen dos opiniones que vienen a coincidir en que la libertad de expresión ha de ser ejercida de manera responsable, pero que difieren en el motivo: para Walid Wattrabi, «hay que ser respetuosos con la fe de millones de millones de personas incluso si a veces afecta a la libertad de expresión»; para el dibujante Baha Bujari, la religión no ha de tocarse «porque es algo entre uno mismo y Dios». Evidentemente, no hay una relación lógica ni factual que justifique esa petición de respeto basándose en la noción de la colectividad ni en la de individualidad de la creencia afectada. Urge explicar que esas caricaturas son actos individuales y no colectivos (no de occidente, no de Dinamarca, sino de un periódico y de cada uno de los dibujantes) que pueden suponer, a un criterio particular, disgusto, desagrado o incluso ofensa, pero cuya posibilidad de aparición debe ser amparada por todos, en buena medida porque a todos nos gustaría ser amparados en ciertos momentos para expresar lo que queramos.

Ningún periodista se ha tomado la molestia de preguntar a los islamistas moderados si no son más graves los disturbios de Siria y Líbano que la publicación de las caricaturas. ¿Cuál habría sido la respuesta? Por cierto, el mismo Wattrabi se preguntaba retóricamente si se publicaría un dibujo de Jesucristo fornicando con San Juan (¡vive Dios, qué imaginación la de este buen hombre!). ¿Será preciso recordar las galerías de arte occidentales han acogido un crucifijo introducido en un depósito lleno de orina (vean la foto)? ¿Que he visto con estos ojos que se han de comer los gusanos, y en este estado plurinacional que habito, una publicación satírica en la que un Cristo en la cruz se beneficiaba del milagro de la resurrección gracias a una felación de María Magdalena? Afortunadamente, en algunos lugares del mundo hemos dejado atrás la teocracia…

Y éste es, creo, el problema político al que nos enfrentamos: unos regímenes que alientan un concepto de la vida pública atravesado por una concepción reduccionista e invasora de la religión. Muy posiblemente, buena parte de la responsabilidad de tal implantación cabe achacarla a los países más avanzados, que han alentado a su conveniencia determinadas dictaduras y estrangulado movimientos más laicistas que permitieran a los habitantes de los países islámicos desplazarse en pos de un concepto distinto de la vida política. Muy posiblemente las protestas han sido alentadas indirectamente gracias a una atención obsesiva de los medios occidentales, la que recibieron las (inaceptables) primeras medidas diplomáticas y comerciales de presión por parte de los países más tempraneros; nada precisan con tanto ardor los más brutos del lugar como una suficiente atención mediática. Y necesitamos apoyar a otro Islam porque necesitamos un Islam tolerante muy distinto del actual, que no mida con distintos raseros la violencia religiosa y la publicación de unos dibujos ofensivos.

Me voy por las ramas. En resumen, el respeto es algo muy deseable y sí, debemos favorecerlo. Pero ahora, ante la duda, todos deberíamos estar a favor de la libertad. Y sin fisuras.

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