martes, 23 de mayo de 2006

Escuela de periodismo objetivo

En un programa de televisión entrevistan a un hombre recién separado, que protesta porque su mujer le denuncia falsamente con el fin de impedir el contacto con sus dos hijas. Todas las denuncias, y son siete, versan sobre maltrato: a su ex mujer, a la madre de ésta e incluso a sus propias hijas; todas son sistemáticamente sobreseídas, o se determina la inocencia del repetidamente acusado. Como resultado, en el juzgado de familia la solución de la custodia compartida no se plantea siquiera. Este hombre se queja amargamente por el uso de las falsas denuncias por malos tratos como medio para ganar fuerza legal durante los procesos de separación y divorcio.

La presentadora del programa sólo hace dos preguntas, que refiero:

¿Usted cree que a su mujer le gusta poner denuncias?

¿Pero qué ha hecho usted para que le pongan tantas denuncias?

A este hombre acabaron por despedirlo más bien con malas maneras, abusando de la condescendencia («arregle las cosas con su señora, hombre»), y dejándole con la palabra en la boca.

Por si hace falta explicarlo: el deber de mantener una adecuada y cautelosa distancia frente al personaje que realiza una afirmación polémica no equivale a poner en duda su testimonio y convertir al acusador en acusado. Aunque (y esto lo digo con la justa ironía) el acusador sea un hombre denunciado por malos tratos. La existencia de delitos de moda se acaba convirtiendo en un procedimiento económico de juicio previo para los comunicadores perezosos y para la opinión pública más adocenada. Por decirlo en otras palabras: «presunto» y «sospechoso» son términos sinónimos sólo en el corrector del Word, no en la vida real.

Un consejo para las mujeres menos escrupulosas: ¡si queréis convertir a un hombre en un paria, no tenéis más que denunciarlo por malos tratos! De nada.

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