A pesar de vivir en un siglo temeroso de la peste y obsesionado con la muerte, el caballero Antonius Block no se precipitó en una auténtica crisis hasta ver el mismo rostro de la Parca. Sus desvelos existenciales no pasaban de ser simples inquietudes; su desencanto con el uso de la fe, el lógico en un espíritu gastado en las cruzadas. Sólo usaba los restos de su voluntad para volver a casa y encontrarse quién sabe qué tras diez años de ausencia.
Cuando la Muerte le convocó, hizo lo que cualquiera en su lugar, ganar tiempo; pero no de cualquier manera: era muy inteligente y sabía que sólo mediante la seducción y el desafío, proponiendo una partida de ajedrez desesperada, podía resistir lo suficiente para realizar un solo acto que le justificase.
Se trata de la diferencia entre saber que se es mortal y experimentar de modo fulminante esa condición, entre conocer y cobrar conciencia. Es la inminencia de la muerte la que le hace reaccionar y le devuelve una genuina preocupación por la vida, la que por fin le ofrece un sentido a su existencia salvando (prolongando, mejor dicho) la de la familia de juglares.
Fue Borges quien expresó en El inmortal la curiosa intuición de que al don de la vida eterna le correspondería una pareja, incesante, degeneración; un abandono que nos haría más primitivos, más simples, menos piadosos. No estamos para relativismos morales: tanto el Antonius Block de Bergman como Borges saben que la muerte nos hace mejores, o cuando menos más interesantes.
Cuando la Muerte le convocó, hizo lo que cualquiera en su lugar, ganar tiempo; pero no de cualquier manera: era muy inteligente y sabía que sólo mediante la seducción y el desafío, proponiendo una partida de ajedrez desesperada, podía resistir lo suficiente para realizar un solo acto que le justificase.
Se trata de la diferencia entre saber que se es mortal y experimentar de modo fulminante esa condición, entre conocer y cobrar conciencia. Es la inminencia de la muerte la que le hace reaccionar y le devuelve una genuina preocupación por la vida, la que por fin le ofrece un sentido a su existencia salvando (prolongando, mejor dicho) la de la familia de juglares.
Fue Borges quien expresó en El inmortal la curiosa intuición de que al don de la vida eterna le correspondería una pareja, incesante, degeneración; un abandono que nos haría más primitivos, más simples, menos piadosos. No estamos para relativismos morales: tanto el Antonius Block de Bergman como Borges saben que la muerte nos hace mejores, o cuando menos más interesantes.
1 comentario:
se nota que has revisado la filmografia de Bergman...sin duda uno de los grandes.
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