La contención con la que se quiere conmemorar la masacre de hace dos años en Madrid es sólo aparente. Periódicos y emisoras de la derecha (El Mundo, La Razón, Onda Cero, COPE) prodigan las dudas acerca de la autoría del atentado; yo las veo un tanto extemporáneas. Me recuerdan bastante a los dichosos creacionistas, con quienes comparten su metodología de la sospecha [ver el post del 13 de enero pasado].
Hace dos años, presa de la indignación, escribí cuatro páginas destinadas a mí mismo como lector del futuro; pretendía recordarme la ira que sentía, y las razones que me la provocaban. En ellas resumía cuáles eran las circunstancias en las que se había producido la matanza, y algunos datos que tal vez ya se hayan olvidado.
Una de las primeras reacciones fue la del Lehendakari Ibarretxe, quien, convencido de que se trataba de un atentado de ETA, afirmaba que los autores eran «no vascos»; tendré la piedad de no comentar la estupidez de negar retóricamente lo que se cree que es de hecho, como si la comisión de un atentado por cuatro vascos extendiera una deshonra a una la vasquidad o lo que quiera que sueñe este distinguido casuista. El caso es que, inmediatamente después, Arnaldo Otegi salió a la palestra para negar la autoría de ETA. Esto fue muy mal tomado por el entonces ínclito Ministro del Interior, Ángel Acebes, quien sentenció que Otegi sólo pretendía crear confusión y tildó de «miserables» a quienes afirmaran otra cosa.
Hay más: el Ministerio del Interior nos informaba cumplidamente de que Europol nos había advertido de que, por un reciente cambio en la cúpula directiva de ETA, la forma de operar de la banda había cambiado.
Poca gente se convence. La emisión del discurso del Rey, previsto para las 8 de la tarde, se retrasa media hora para permitir a nuestro Acebes reconocer por primera vez que ha ordenado «abrir una nueva vía de investigación» debido a la aparición de la furgoneta con detonadores y una cinta con versículos del Corán. A pesar de todo, deja bien claro a ETA como principal sospechosa.
De hecho, se inician las presiones directas sobre los diplomáticos, sobre los directores de los principales periódicos y sobre los corresponsales de la prensa extranjera: tenían que dejar bien claro en sus respectivos ámbitos que ETA era la responsable. Se llega, incluso, a presionar a las Naciones Unidas para que la condena tenga a ETA como destinataria, contraviniendo los usos de la institución.
¿Para qué recordar el lema de la manifestación, alusiva de manera interesada a la Constitución? ¿Para qué recordar la emisión improvisada de Asesinato en febrero durante la jornada de reflexión?
El viernes 12 de marzo, en la estación de Chamartín, sorprendí una conversación de un grupo de chavalitas (que parecían más adictas a Bisbal que a la política nacional, la verdad sea dicha) en la que una de ellas aseveraba: «es que para el PP no es lo mismo si ha sido ETA que si han sido los de Al Qaeda». Hasta ellas lo sabían. Un atentado islamista despertaría los fantasmas —hasta entonces olvidados— de la codiciosa y sanguinaria guerra de Irak, y penalizaría al PP. ¿Y si hubiera sido ETA?
¡Pues claro, hombre! Durante la campaña electoral el terrorismo abertzale había sido el gran protagonista. Zapatero había comenzado a tender la mano al nacionalismo vasco después de la derrota de Redondo Terreros. Carod Rovira, socio de gobierno ya entonces con Maragall, había hecho gala de sus dotes de estadista reuniéndose con ETA en Francia para lograr una «tregua» para Cataluña… Tan enrarecido estaba el ambiente que una ministra del Gobierno había dicho que votar al PSOE en las elecciones era «votar a los terroristas». El PP sacaba partido de la aparente desgana del PSOE para agarrar el toro del conflicto vasco por los cuernos. Y a buena fe que lo conseguía.
Más. Otro tema del que se hablaba mucho por entonces era la reforma constitucional. Qué oportuna la mención a la Constitución en el lema de la manifestación oficial.
Se ha dicho que el grupo PRISA intervino para manipular la información en contra del Gobierno; que el PSOE organizó las protestas del día 13 de marzo; que era un atentado para derribar a un gobierno. Yo creo que no se ha asumido que la derrota del PP no se debió a una reactivación de la protesta antibelicista; tendremos que explicarles que es la mentira la que les desalojó del poder; una mentira que pretendía extraer votos a costa de un atentado con 192 muertos y unos 1500 heridos. Cuánta infamia.
(otro mal recuerdo) El azar me llevó a Madrid el día 12 de marzo de 2004. Participé en la manifestación. Fue, en efecto, muy concurrida, pero me pareció ver a los participantes con ánimo de cumplir con un deber desagradable antes que de realizar un acto de afirmación cívica. Cundía más entre los asistentes el agobio de soportar la lluvia que la aflicción por la masacre del día anterior. Nunca me he sentido más extraño que allí, metido entre miles de paraguas, sin entender nada.
(el derecho a ser creído) Cuando un niño pequeño comete una fechoría, es probable que intente justificarse usando excusas más bien fantásticas e increíbles; cuando el padre, bondadoso pero justo, le diga a la criatura que no se toma en serio esas excusas, el niño se tendrá por injustamente tratado. No le importa usar excusas ilegítimas, pero considera que debería ser creído por su papá. En resumen, una conducta no es reprobable si se encuentra una justificación cualquiera, por artificiosa que resulte.
Ésa es la lógica que sigue el ínclito Zaplana: «vale, mentimos, pero es posible que podamos justificarlo a posteriori. Deberían ustedes pensar que entonces actuamos como si fuéramos sinceros».
(Dreyfus, Kennedy y los dos mil) Mi impresión es que la derecha española pretende crear una incertidumbre semejante a la que existe en los Estados Unidos respecto de la autoría del magnicidio de Kennedy. Lo que se está obteniendo, empero, es un trauma social que recuerda al que hubo de padecer Francia con motivo del caso Dreyfus. Del mismo modo que hubo dreyfusistas y antidreyfusistas mientras el oficial injustamente culpado de espionaje ingresaba en el penal de la Isla del Diablo, hay creyentes y escépticos de la estrambótica conspiración ideada por los medios de la derecha. En este caso, son las víctimas —recuerdo: 192 muertos, más de 1500 heridos— las que quedan atrás, como si no contaran, en su Isla del Diablo, cosificadas por quienes recurren a ellas siguiendo los profanos criterios de valor de uso.
sábado, 11 de marzo de 2006
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