Empiezo a aficionarme a sostener opiniones anómalas. Y no es que procure la heterodoxia como meta, sino que intento, en la medida de mis posibilidades, tener criterios que pueda tener como míos. Ojo, no hablo de míos en el sentido de creados por mí, sino de adoptados conscientemente. Ya he escrito en otras ocasiones acerca de la diferencia entre tener razón y saber por qué se tiene.
Me suele ocurrir con el Debate sobre el estado de la Nación. Como me gusta escucharlo, o a ser posible verlo —qué pasa, cada cual puede ser friki de lo que le dé la gana—, me puedo permitir el lujo de evitar el dichoso «posdebate» en el cual los creadores de opinión suelen llegar a un acuerdo tácito, a partir por cierto de criterios bastante pobres, sobre quién ganó.
Por ejemplo, en el único enfrentamiento entre el entonces presidente Aznar y el por mí añorado Josep Borrell, todos los medios se apresuraron a dar como ganador al primero, con tal denuedo que el pobre líder de la oposición se sintió obligado a pedir disculpas a sus simpatizantes por haber sido «demasiado técnico». Yo vi ese debate, lo escuché, y comprobé que el único que habló con algo de sentido fue el socialista, mientras que Aznar se limitó a practicar unas cuantas variaciones de la injuria hacia el adversario, por no hablar de la actitud gamberra de los diputados populares, quienes, cuando tomaron conciencia de lo bien que les habían funcionado los insultos y abucheos, adoptaron ese comportamiento hasta el día de hoy.
Los medios de la derecha son hoy unánimes: Rajoy no debió enredarse con Marín por el asunto de los tiempos de intervención, y debió sacar a colación a ETA y el 11-M; fue débil, y no pudo con Zapatero. Seré resuelto: no creo que el presidente haya ganado el debate de ayer. La capacidad oratoria de Rajoy supera con mucho a la de Zapatero, quien se limitó a echar balones fuera buscando los supuestos puntos débiles de la oposición y provocando los bostezos de los circunstantes. Eludir el feo asunto del alto el fuego de ETA me parece a mí expresión de responsabilidad, y habla muy bien de un Rajoy que en esto no ha cedido a las presiones de sus simpatizantes más arriscados, los más proclives a usar su derecho a la indignación a modo de chantaje. En cuanto a la ridiculez de indagar lo no existente sobre la masacre de Madrid, no merece mayor comentario. Rajoy fue parcial e interesado, por supuesto, a la hora de ofrecer datos e interpretaciones, pero, pelillos a la mar, para eso está el parlamento. Quiero decir que de lo escuchado ayer lo más interesante, aunque en su mayor parte no mereciera mi aprobación, sólo lo dijo Rajoy.
El tema más controvertido e interesante, a mi juicio, fue el de la vertebración del Estado y sus efectos colaterales en forma de sectarismo. Rajoy se quejó amargamente y con razón del sonrojante Pacto del Tinell y de los dos lemas usados por el PSC para el referéndum sobre el Estatuto, y llamó a España «nación de ciudadanos». Zapatero entiende el pluralismo de otro modo, como suma de homogeneidades, y riñe a la oposición por no pensar igual que él.
Si algo bueno ha tenido el debate de ayer, ha sido que Zapatero al fin ha dado una imagen congruente y clara de su imagen de España. Veamos este fragmento de una de sus réplicas:
Han sido coherentes, pero han estado siempre fuera del consenso mayoritario para conciliar y reconciliar, para debatir y dialogar como hicimos en esta reforma del Estatuto de Cataluña, ejerciendo el marco comprometido en la investidura y en el mismo debate de la reforma del Estatuto de Cataluña, el marco que esta mayoría que sustenta al Gobierno había establecido: reformas de los estatutos sí porque tienen derecho a aumentar el autogobierno y es bueno para los ciudadanos, reforma de los estatutos sí porque representa reconocer mejor la identidad cultural, histórica y lingüística de cada pueblo, reforma de los estatutos sí para afrontar los cambios sociales, las transformaciones que se han producido, reforma de los estatutos sí para mejorar la cooperación y tener más relación bilateral con el Estado, y es razonable que un estatuto como el de Cataluña de 1979, que no se había reformado nunca a diferencia de todos los demás, igual que el de Andalucía y el del País Vasco, tenga también derecho a la reforma, reforma que era querida, sentida, pedida y ejercitada conforme a los derechos constitucionales por el Parlamento de Cataluña porque la Constitución atribuye el derecho a la reforma de los Estatutos a los parlamentos autonómicos
De aquí destaco dos datos interesantes. El primero, que Zapatero es capaz de perpetrar y pronunciar con su acreditada parsimonia oraciones de doscientas cinco palabras, supongo que para acabar con la resistencia de los oponentes a base de acosarlos con un fuego graneado de sustantivos abstractos. El segundo, las dos palabras «relación bilateral», que contienen todos los motivos por los que los nacionalistas pueden ir brindando con champán: los ricos, porque negociarán a la baja sus aportaciones al presupuesto del Estado; los pobres, porque sacarán provecho de su victimismo para exigir más de un Estado que va a recibir menos aportaciones de los primeros; todos ellos, porque supone hacer añicos el Consejo de Política Fiscal y Financiera, la expresión institucional y práctica de la soberanía única, cuyo único reflejo a partir de ahora será mediante expresiones trascendentes e inútiles. Tal vez tenga razón Gianni Vattimo al decir que Zapatero es un buen exponente del pensamiento débil, pero a unos cuantos de sus gobernados nos gustaría que eso no significase plegarse a los pensamientos, estos sí verdaderamente fuertes, de los nacionalistas.
En fin, esto me resulta doloroso, pero Rajoy fue ayer un defensor más eficaz y convincente del pluralismo que el socialista despistado que es Zapatero.
miércoles, 31 de mayo de 2006
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1 comentario:
Vas a acabar como Umbral, hablando mal de los suyos y bien de sus supuestos adversarios.
Y es que te vas a tener que dar cuenta de que el lado en que te sitúas es una cuestión sentimental, como el equipo de fútbol o que bebas Pepsi o Coca-Cola. Pero no por ti, por ellos. Andas demasiado pegado al terreno (político) y no vas a poder evitar ser consciente (del todo) de que la ideología ya no impregna nada. ¿O es que es de izquierdas prohibir beber en la calle, fumar en el trabajo –independientemente del pacto al que se llegue entre compañeros– o las reuniones de más de dos personas? -ah, no, que esto todavía está permitido–. La izquierda que tu añoras, la de prohibido prohibir y demás literatura inflamatoria, sólo existe en tu corazoncito. Así que tardarás nada en despreciar a "tus compañeros de viaje" por dilapidar todo eso que te ponía tierno a ti a los quince. Y de ahí a abrazar lo contrario hay un pasito. Sólo espero que no te conviertas en César Vidal (creo que era ése, ¿no?).
En fin, que ya sólo se puede mantener fiel a un "partido" el asno que no lee o el que lee siempre lo mismo.
Insisto: el Partido del Mutuo Apoyo Romántico, Ra Ra Ra.
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